El primer equipo recogió su
aparato, la mira telescópica con nivel, los chalecos reflectantes y el trípode,
y bajó a la zona delantera del instituto.
Esa fue su primera vez, así que
lo hicieron con alborozo típico e incertidumbre positiva. Tenían casi nivelado
el teodolito sobre el trípode cuando una mano docente comenzó a tocar y a tocar
las ruedas desestabilizando todo. La burbuja del nivel, dio bandazos de un
extremo a otro mientras las dos estudiantes, Ro y Me, se miraban la una a la
otra con los rostros desencajados, no entendiendo qué demonios estaba pasando si
ellas mismas habían logrado estacionar el teodolito en un tiempo récord. Se
escuchó afirmar a Uno “esto no hay forma humana de nivelarlo” que fue interceptado por Dos que rondaba el aparcamiento ocioso. Gracias a éste se recompuso el
desaguisado, a su manera y en un plis; eso sí, mientras echaba la bronca a las dos mudas. Las
jerarquías, se supone que el que enseña sabe mucho más que el que está allí
para aprender. Así que aguantaron estoicas sin decir mu.
A partir de ahí todo fue un
despropósito tras otro: al parecer ninguno de los cuatro fijó el ángulo cero
para orientar a un norte relativo, ya que, desde ese instante, todas las
mediciones angulares salieron como el culo. De eso se dio cuenta la que llevaba
el estadillo en la carpeta, pero ya en casa. Debían volver a estacionar porque los
datos tomados no servían para nada.
¡El horror, el horror!
Al día siguiente, apesadumbradas,
comunicaron a los demás grupos la gran cagada, y sólo escucharon voces
compasivas y el no pasa nada de rigor, ya se arreglará más tarde, dijo Jaco. Pero
Ro y Me nunca entendieron de qué otra forma se iba a arreglar aquello, sino
bajando a campo otra vez.
Sus compañeros por contra, no opinaban lo mismo, así que ellas siguieron trabajando en sus cosas.
Sus compañeros por contra, no opinaban lo mismo, así que ellas siguieron trabajando en sus cosas.
La segunda vez fue casi perfecta,
pese a hacerlo todo con mucha calma: estacionaron sin problema, tomaron muchos datos, y
esta vez orientadas al norte magnético.Volvieron a comunicar a los demás
grupos en qué punto estaban, mas el resto del personal seguía insistiendo en que
ya lo arreglarían más tarde.
Hubo una tercera vez, sí que la
hubo, pero en esa ocasión, toda la cuadrilla, excepto ausentes, bajó al terreno
ante las miradas atentas del resto del alumnado del centro que incrédulos
preguntaban para qué era eso.
Lo estamos grabando todo y va sin cortes a Dirección, dijo con seriedad Me. Los chavales, atónitos, suplicaron que se eliminaran sus caras de la grabación, pero Me pronunció un no tan rotundo, que la miraron asustados y huyeron por el campo de deportes sin mirar atrás.
Lo estamos grabando todo y va sin cortes a Dirección, dijo con seriedad Me. Los chavales, atónitos, suplicaron que se eliminaran sus caras de la grabación, pero Me pronunció un no tan rotundo, que la miraron asustados y huyeron por el campo de deportes sin mirar atrás.
Como decía, ese tercer
estacionamiento era el que iba a arreglar las cosas, era una tarea necesaria
desde hacía semanas que el resto del grupo no quiso ver, hasta que el profesor
insistió en que debían hacerlo sí o sí.
¿Creéis que ya estaba todo bien
encauzado, que ya no habría más errores? Qué lejos estaba aquello de
considerarse correcto. Me observaba incrédula y cabreada a partes iguales
cómo sus compañeras Azu y Lore no lograban ni enfocar la lente del aparato, y de
las lecturas ni hablamos, equivocaban decímetros con milímetros y así iba la
cosa. También vio cómo tras hacer radiación en cinco de los puntos, Soto
olvidaba medir la altura del aparato y los ángulos horizontales, y la verdad,
sin ángulos no somos nada. El enfado de Jaco (que sujetaba la mira a la pata
coja por un esguince en su pie) y de Meca (que había asistido a todas las
mediciones y estaba hasta la peineta) era tal a esas alturas de la historia,
que desestabilizó sus neuronas y, comentando entre ellos, se estaban cagando en
todo lo demás, y en la hostia. A las 12 horas, se oyó a Azu decir me tengo que
ir, y desaparecer. A Lore que tenía que hacer la comida y largarse también. Y
Soto, pues Soto se evaporó como siempre cual espectro transparente.
Al día siguiente, Meca les dijo a
Soto y a Lore, de aquí no se va ni dios hasta que esto se termine, ¿está claro?
No se escuchó ni respirar.
No se escuchó ni respirar.
Era la cuarta vez que
estacionaban el aparato en aquel puto punto, y mientras esperaba que Soto nivelara
el instrumento, Meca fantaseó con la idea de blandir la mira telescópica y usarla
como espada medieval, cortando las cabezas de los que se congregaban en el
patio interior del instituto para el recreo, bocadillos y chuches en ristre, y
que no dejaban ver la mira en lontananza. Visualizó el reguero de sangre que
dejaba por donde pasaba, y hasta fue capaz de oír los gritos desgarrados y de
pavor, audibles a kilómetros de distancia, mientras ella reía como fuera de
sí, enloquecida, marcando puntos en el hormigón impreso con la sangre de los
alumnos que habían tenido la osadía de cruzarse con ella y mirarla directamente
a los ojos.
—¡Meca, Meca!
—¿¡Eh,… qué pasa!?
—Lectura superior
—¡Ah, sí, perdona! Lectura superior 1,524, lectura inferior...
Dedicado a mi compañera de equipo Rocío, y las risas que, a pesar de todo, nos hemos echado juntas.