domingo, 4 de marzo de 2018

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Al principio fueron frases cortas y contundentes. Cuando la ocasión le era propicia no dudaba en utilizarlas, aunque la mayoría de la gente se quedase con cara de no entender qué demonios decía y a cuento de qué. 

En el instituto, cuando algún gilipollas insultaba o se metía con otro, le soltaba aquello de “creo que hablas por experiencia propia” o dirigía al ninguneado un “no des a ese capullo la satisfacción de vencerte” asegurándose de haber sido escuchada por el imbécil de turno. El apodo no se hizo esperar: Sargento de hierro.

1986 fue un año en el que se sintió poderosa, nadie le tosía, era libre y feliz. Fue un año del que no recuerda haber pensado más que las respuestas en los exámenes, y el último en el que escuchó la voz de Clint con la voz de un padre de ficción, Constantino Romero. El doblaje de El sargento de hierro (que se convirtió en su fetiche) le proporcionó bastante material para los años venideros.

Una noche de abril entró en un garito de copas y buena música y se dirigió a los dos muchachos apostados tras la barra con aquello de “¿Dejáis que os meta mano por las buenas? (siempre había querido decir eso). Uno de ellos la reconoció al instante y salió a abrazarla, al otro le costó unos segundos más. Ambos se alegraron de verla.

Una día soleado entró en la Filmoteca para una sesión maratoniana de películas a concurso en un festival de la ciudad, y cuando salió de allí, sobre las diez de la noche, todo el mundo andaba por la calle bajo paraguas. A ella no le preocupó, era junio e iba con sandalias mínimas, puso Cantando bajo la lluvia en su reproductor y fue imitando a Mr. Kelly durante todo el trayecto hasta el bus, haciendo paradas saltando sobre los charcos y agarrándose a semáforos mientras la canción seguía su curso. Llegó completamente chopada y el conductor le dijo con sorna: ¿vas un poco mojada, no? a lo que ella respondió con sequedad: no hablo tu idioma. Aquel chaval tampoco la entendió, pero ella se sintió tan feliz que no le importó llevar mojada hasta la ropa interior.

Cantar y bailar por la calle es algo habitual desde que se dijo siendo pre-adolescente que si en las películas lo hacían, por qué no lo iba a hacer ella. Pero la gente siempre juzga y la miraban como si no estuviera cuerda, y quizás tenían razón, pero, ¿quién lo está a estas alturas de la película?

Cuando se convenció de que se podían crear momentos a placer aunque salgan mal, quedó con un arquitecto en la planta de arriba de una conocida cadena, donde las series de tv de las que tanto habían hablado en conversaciones virtuales. HBO point, así lo bautizaron. Quería experimentar lo que se siente al ver a una persona que enseguida te fascina en un lugar público, abarrotado de gente, libros, películas y discos, como en aquella peli francesa en la que la Gainsbourg se siente atraída por un Johnny Deep con gafas  a ritmo de Creep de Radiohead. La experiencia cumplió con creces sus expectativas pero duró poco para su gusto.

       
Secuencia de la película "Ils se marièrent et eurent beaucoup d'enfants" dirigida por Yvan Attal en 2004

La ficción no es más que esa parte de realidad en la que te sientes a salvo.

A ella le gustan esos días previos a Fallas cuando el sonido de la pólvora se escucha sin avisar a cualquier hora  y en cualquier rincón haciéndote creer que estás en una ciudad tomada y sin reglas, cuando la gente que está de vacaciones se come unos bocatas sentados por ahí o deambulando por las calles todavía sin monumentos. Esos días en los que no hay agobios extremos y percibes que la primavera está a las puertas del muro aunque haga un tiempo desalentador de fríos húmedos, vientos huracanados y lluvias que te calan incluso yendo con paraguas.

Ella es cero, equis, dos: ninguna victoria, un empate en 2013 y una derrota en 2017.

Es comprensible que nuestro cuerpo, y más el de ella, haya buscado la hibernación temporal en este crudo invierno donde otros han encontrado calor, que se esconda cuando lo necesite, que permanezca en silencio hasta que alargue la luz natural que sin duda le favorece. Ahora queda asumir, que es un verbo que no le agrada, prefiere aceptar. Y la aceptación completa llegará sin avisar, eso espera, como la pólvora que explota de la mano de un niño en las zonas sin acotar del pueblo este domingo despejado de marzo.

Preparemos nuestra hoguera particular, quememos todo lo nefasto y lo que nos resta. Demos el primer paso si algo nos gusta, no dejemos de hacerlo, porque si no es así, y nos quedamos quietos, no sucederá nada. Y eso es lo más triste de todo, que nunca ocurra. Aunque se equivoque mil veces, aunque elija lo no adecuado, aunque le provoquen tanto dolor como el que siente ahora…estará agradecida de haber disfrutado sólo unos instantes, unos meses, y jamás, jamás dejará de ilusionarse.

Piensa en todo ello mientras camina hacia su lugar de trabajo con paso firme. A lo lejos ve venir a un par de mujeres agarradas a sendos cochecitos de bebé; van muy rápido y sin cruzar palabra. Queda desconcertada ante esa imagen y se para unos segundos en mitad de la calle siguiéndolas con la mirada. ¿Dónde van? Observa alrededor. No, el pub Garrison no existe ni esta ciudad es Birmingham. Respira tranquila. Esta vez no habrá explosión que perturbe la paz de los Peaky Blinders. Por ahora.