domingo, 25 de agosto de 2013

Emocionada sacudida del alma

El segundo visionado de ‘’The place beyond the pines” (Cruce de caminos) de Derek  Cianfrance, me confirma que no ha sido sólo el deseo de volver a ver al tándem director-actor de “Blue Valentine” (con Ryan Gosling haciendo lo que mejor sabe hacer) lo que me hizo creer que había visto una película impresionante la primera vez. Doy fe que es grande, porque Derek nos ha demostrado que con poco que se diga se dice lo máximo, y más si te acompañas de grandes y potentes actuaciones, muchas al borde de la emoción más intensa, y también de un equipo técnico que ha sabido apoyar su idea con destreza y profesionalidad.
La cámara siempre colocada con acierto, una iluminación y color ochentero que por la música y vestuario queda patente. Ese plano secuencia acompañando al motero durante los créditos del  comienzo ya nos dice quién es Luke sin emitir una palabra. Alargar el plano o ir hacia adelante en la trama  para conferir un ritmo  que descifra a la perfección  la esencia de cada personaje.

Increíble el largo primer plano de Luke (Gosling) en la iglesia mientras asiste al bautismo desde la distancia. Otra vez sin palabras, y la soledad más absoluta.


Una Eva Mendes, que nunca ha sido santo de mi devoción, pero que aquí  fascina al representar una Romina cargada de emociones, (el momento en la caravana mientras Luke le habla es conmovedor).


Bradley Cooper (Avery) que dota al personaje del héroe que no quiere serlo de una integridad y una fuerza brutal.



Y qué decir de Ben Mendelsohn (Robin) que en apenas unos minutos de aparición transmite la soledad y el drama de un hombre que guarda un secreto, y lo que el amor a primera vista puede causar en personas como él. ¡Qué gran actor!



Haré mención especial a Ray Liotta, ya que con sólo un segundo en plano da mucho miedo.

No hay artificios, no hay superhéroes en esta historia, todos son personas reales con sus tragedias diarias, con sus sentimientos, sus pequeños retos y su soledad.
Una estructura planificada en tres partes que urde una trama de personajes que se cruzan y conviven con sus cargas emocionales, y de acuerdo a las decisiones que en un momento dado toma cada uno. Con su ética o su falta de escrúpulos.

¿Será verdad que hay destino? ¿Conseguiremos apartarnos del camino que se supone está escrito para nosotros? Y si no existe, ¿qué sentido tiene el cúmulo de casualidades que hacen que conozcamos a una persona concreta y no a otra? ¿Por qué las que menos tiempo han estado a nuestro lado son casi siempre las que más nos influyen el resto de nuestra vida?
Ahí lo dejo.

Una película inmensa.


miércoles, 14 de agosto de 2013

Mi inocencia intacta


Anoche (12 al 13 de agosto) me negué a no poder ver Perseida alguna pese a la nublada noche mediterránea. Así que, con mi ligero camisón, bajé a la piscina donde me acomodé en una silla incómoda dispuesta a ver, sí o sí, alguna estrella errante en el firmamento que se abría ante mí.

La contaminación lumínica es mucha en esta zona, y aun así, dispuse mi asiento de tal forma que mis ojos abarcaran el máximo de cielo sombrío posible. Y lo fue, las nubes aparecían algodonosas y potentes por toda la franja, y puse en mi móvil la música más chula que tengo, eligiendo cada tema con sumo cuidado. 



Quise reunir estrellas fugaces con canciones fetiche, crear un momentazo.

Y tras unos minutos de cielo encapotado, los huecos se hicieron patentes para dar paso a unos puntos brillantísimos en un cielo de un azul oscuro casi negro. El despeje momentáneo me dejó ver la primera estrella viajera aun en silencio. Me alegré mucho, pero no pude emitir sonido alguno que lo evidenciara porque los durmientes son muchos en esta casa.

Cambié de lugar y de estrategia, y ya con música en mis oídos dancé sin pudor. Supongo que desde fuera sólo sería perceptible el roce de mis pasos leves sobre el pavimento rugoso, pero yo estaba escuchando las canciones más bonitas y seguía el compás con todo mi cuerpo, dejándome llevar. Cuando las nubes me permitieron  ver la oscuridad, y las estrellas titilaban desde lo alto volví a sentarme en postura gimnástica: piernas en alto, hecha un ovillo sobre la silla.

Mi alegría fue inmensa al contemplar los rastros que dejaba el polvo estelar, esos puntos de luz intensa en la oscuridad de la noche cerrada. Una sensación placentera se apoderó de mí cada vez que San Lorién lloró. Me llené de esa luz efímera hasta seis veces, sin poder ni querer evitar sonreír abiertamente. Fui feliz.

A solas con la música, sin nadie con quien hablar, pedí mis deseos. Por supuesto que lo hice.

El trazo del recorrido del sexto meteoro duró tanto que pensé era el mejor colofón a esa noche de observación mágica. Cuando vi ese bólido surcar el fondo oscuro eran las tres de la madrugada y, una vez más, pensé en ti.