domingo, 30 de mayo de 2021

Bus stop

A pesar de que el estado de la parada de autobús es bastante lamentable y feo: asfalto deteriorado, acera sucia y destartalada, y que no tiene nada de especial, me encuentro atascada en ella y me atrae cada vez que paso por allí de regreso a casa en este mismo bus que una noche esperé con él.

Miro la marquesina desde mi asiento junto a la ventana y me invaden imágenes del episodio de Doctor en Alaska en el que se representa la obra teatral de William Motter Inge, Bus Stop. Al principio no entiendo el porqué de esta conexión, cómo es que se mezclan escenas de mi serie favorita de todos los tiempos y esa cutre parada de bus.

Rebuscando en mi memoria, y tratándose de mí, lo tengo claro.

Hace muchas lunas, y tras haber callejeado día y noche por la ciudad de aquellas fallas en las que por primera vez tenía servicio las veinticuatro horas, esperé mi bus. Estuve muy pendiente de su llegada en aquella madrugada oscura de farolas contiguas nada luminosas. Pasaron varios vehículos con el número 161 repletos de gente que no se detuvieron; no sé si porque el conductor no reparó en mí, aunque siempre hice aspavientos para que me viese, o porque realmente no le dio la gana. Al final opté por subirme a otro que me dejaba en el pueblo de al lado y continuar hasta mi casa caminando.

El caso es que ahí estaba yo, muriéndome de ganas por quedarme con esa persona y que no acabase nunca el día, y mi cuerpo haciendo todo lo posible por mantenerse en alerta ante el transporte público.

Su voz sonó sincera, ven y bésame que luego lo echarás de menos. Y reaccioné como deseé, poniendo mis manos en su rostro y besándonos con aquellos besos excitantes que me electrizaban cuerpo y mente.

Ahí la conexión en mi memoria con la serie, los besos. Chris Stevens sobre las tablas asustado por tener que besar a Maggie O'Connell al final de la obra, incapaz de ponerse en la piel de Bo y ver a Cherie, y el montaje teatral que casi acaba en desastre si no es por las confesiones sinceras y la cordura. El entendimiento vuelve a reinar en Cicely, Alaska, donde los espíritus libres acaban allí para reescribir su libro, a reencontrarse con su ser. Inevitable chocar e inevitable competir para seguir siendo.

Esa parada en la que me reencuentro cada día con mi yo de hace unos años, cuando todavía la ilusión formaba parte de mí, me tiene pegada con adhesivo epoxi. Ella (mi yo de antes) permanece en esa parada de bus, en esa noche concreta, como lo estoy yo (ella de ahora) en la serie de mi vida. Me miro con nostalgia que es lo que siento recordando aquellos besos,... y preguntándome, dónde diantres he guardado mis DVDs de Northern Exposure, o a quién se la presté que no me la ha devuelto, porque no encuentro la edición especial por ningún lado.


martes, 7 de abril de 2020

En pausa


Desde que me despidieran hace un año y medio, la rabia por el descrédito que sentí me ha vuelto una persona intransigente según con quién o qué cosas. No soporto la hipocresía, al miserable, el clasismo, el que va por el mundo arrasando sin conciencia colectiva social, el gasto inconmensurable de recursos que aplastan a los menos favorecidos y hacen subir el poder adquisitivo de unos pocos, la suciedad en general del espíritu humano y de la tierra. No soporto al que vive muy bien y llora su situación para él de penuria; su queja me resulta deplorable y vomitiva. A ese punto he llegado.

Durante mi vida he sido muchas veces testigo de la falta de humildad y respeto en las personas que por su fe y creencias deberían  mostrar, siendo lo que más las identifica ese sentimiento de clase del yo arriba y tú por debajo. Hasta un simple obrero encuentra a quien doblegar y hacer súbdito de él mismo. El hombre como especie convive con ese sentido de poder que ve bien el éxito del defraudador, del pisoteador y aprovechado, del abuso, y por el contrario, desprecia la honestidad y el sentido de justicia social.

Desde que me despidieron hace un año y medio en mi cabeza empezaron a resonar con fuerza voces que me decían ‘no aguantar más a gente mediocre ostente el cargo que ostente y que no respeta’.
Se puede ser miserable e incapaz y creerse por encima de otros. Se acabó aguantar sin rechistar la hipocresía, dejar de hablar de lo que es justo. Porque vivir una vida en precario te crea tal estado de ansiedad a perpetuidad que acabas viendo una persona que nunca fuiste, sin autoestima, sin energía, mermada aún más por la enfermedad, e invisible.

A pesar de todo y contra todos quiero seguir haciendo las cosas bien. Y sí, navego entre altos y bajos de una depresión no tratada, y la melancolía, manteniendo un pie en el presente haciendo juegos de equilibrio. No quiero preguntarme qué será de mi vida de aquí a unas semanas porque me da vértigo imaginar según qué cosas. Sólo quiero pensar con qué color de algodón haré la parte de arriba de un bikini para estar en casa.

En este tiempo vivido he aprendido una cosa: sin empatía ni solidaridad real (no la falsa caridad a la que juegan muchos creyentes) no se puede avanzar ni vivir ni salir de situaciones dramáticas como la que ahora, tristemente, estamos viviendo.

Confieso que llevo muchos años pensando en que la Humanidad necesitaba una pausa, un reseteo. Que el ritmo frenético nos haría petar de alguna forma. Me imaginaba una caída de Internet masiva o algo así, y ha sido un virus el culpable de que todos tengamos que paralizar nuestras vidas, que por llevar meses más o menos auto-confinada en mi casa, (mi casa que es del banco) llevo de manera aceptable.

De este parón me gusta mucho el silencio de las fábricas y del tráfico rodado que me despertaban siempre sobre las cinco menos cuarto de la madrugada y ya no me dejaba dormir, menos descansar. Me gusta escuchar los pájaros que no entienden de pandemias y siguen al margen de lo que nos ocurre a los humanos; a ellas, las aves que pueblan los tejados y la salida de humos de mi cocina, les dejo hebras sobrantes de las labores de ganchillo que tengo entre manos, para que las lleven a sus nidos y los hagan más confortables. Desaparecen de la repisa, quiero pensar que han captado mi mensaje.

Me gusta el aroma que después de veintitantos días huelo desde mi ventana: a flores, plantas, a limpio. Como si viviera en el campo y estuviera por estrenar. ¡Qué gozada sería si no fuera por lo que es!

Me muevo entre la profunda tristeza de la muerte y la enfermedad y la alegría de saber que si hay voluntad podemos volver a ser una tierra limpia. Que si hay voluntad, empatía y fraternidad, saldremos de todas. Pero luego recuerdo mi fe en el ser humano, que está bajo mínimos, y sé que tras los aplausos que emocionan cada día, cuando esto pase, nos olvidaremos de todo como olvidamos otras tantas veces las guerras, la violencia, las injusticias, el medioambiente masacrado,… y no aprenderemos nada que unos pocos no supiéramos ya.

Dejadme que hoy me quede con esto, lo más maravilloso de estos últimos tiempos: este aire limpio de naturaleza pariendo una nueva primavera.

Me he quedado apoyada en la ventana sin hacer nada más que respirar.
No hacer ni pensar en nada, ¡qué maravilla!


Hoy más que nunca ¡Feliz día Mundial de la Salud!