sábado, 7 de enero de 2017

De corazas y muros

Que te juzguen por el aspecto, por comentarios esporádicos, por unas frases aquí y allá es algo tan común desde que el mundo es mundo que diría aquél, que ya no me sorprende ver cómo la gente aparece y desaparece con la misma rapidez con la que me tomo un vaso de leche de avena por las mañanas.

Tengo unos rasgos peculiares, los pómulos marcados y unos ojos de color frío; mi piel es blanca y desde que dejé de ser rubia natural supongo que mi imagen es algo más dura, también por las formas, por no andarme por las ramas con las palabras, por no ocultar mi enfado y ser bruta cual aspirante a Eastwood. Vivir entre tanto hermano, entre tanto niño en los juegos de calle, entre tanto adolescente varón en el instituto, etc. es lo que tiene, que te asalvajas bastante para que no te coman. Pasé de ser la niña rubita con ojos grandes a la pelirroja adulta que soy ahora, pero ese es sólo mi lado externo, cuando realmente me muestro es en la intimidad, y pocos llegan ahí.

Se me ha echado en cara que no hablara con los chicos en clase, que hablara con los chicos en clase, se me ha juzgado por hablar de cualquier tema sin tapujos, también por callarme; hubo gente que no entendía cómo podía llevarme tan bien con los chicos, también se me dijo que estaba sólo con las chicas, que por qué me vestía así, por qué no me ponía vestidos. ¡No juegues al fútbol, no bebas cerveza! No saques músculo. Se ha dado por hecho ciertos aspectos de mi vida tan sólo porque no me ha dado vergüenza expresarme.

De verdad que tardé mucho en darme cuenta que mucha gente cree que no lo puedes hacer todo, que si eres mujer o eres hombre se esperan ciertas cosas de ti y que no puedes salirte de ese patrón. Y tardé en verlo, más bien me resistía a ver que las personas estábamos clasificadas, etiquetadas, para mí aquello de ser libre era algo innato, que todo lo demás era puro azar. Creí que veníamos desnudos y libres. Qué equivocada estoy todavía.

Tengo un recuerdo de cuando era bebé: me estaban bañando con el hermano que me sigue en un gran barreño, y, sorprendida, (si es que a los 18 meses puede una ser consciente del significado de esa palabra) ví que a esa cosa minúscula que tenía junto a mí le sobresalía algo entre las piernas y alargué mi mano para tocar aquello que pensaba se había colado en el barreño. Una voz humana y adulta gritó, eso no se toca, y fue tal el susto que lloré desconsolada sin saber por qué. Cuando tienes tan solo unos meses de vida, por lógica lo quieres mirar todo, tocar todo, vas descubriendo la vida, no sabes de parentescos ni tabús, eres realmente libre y con la mente abierta. Dicho así da mucho miedo, porque precisamente por eso, y según el lugar en el que por azar hayas nacido, la libertad te dura más o menos tiempo.

Confieso que lo tuve difícil, la sociedad era tan misógina y tan cerrada en credos católicos, que pensar diferente era toda una osadía. Pese a que hayamos evolucionado un poco en esos temas, queda mucho que educar.

Parezco fría, pero no lo soy, sé que no tengo un rostro dulce, aunque mi marido de otra vida me dejara una nota al levantarse una mañana en la que escribió: mientras duermes tu rostro es el más dulce que he visto jamás. En ocasiones, durante mi juventud, he jugado a ser femme fatale, era una niña y se me puede perdonar. A veces no he sido políticamente correcta, otras me he puesto una coraza de ironía o he jugado al sarcasmo cuando me he sentido herida.

Me han llamado puta por decir no, mas nunca he escuchado a nadie llamar puto a un hombre por lo mismo.¿Por qué bailas así?¿por qué vas a los bares?¿por qué te vas al comedor con tus compañeros de clase?¿por qué hablas tanto con éste, por qué,...? No elijo ser bruta porque sí, me sale natural. De niña vi que los hombres tenían el poder de hacer lo que les daba la gana y que ninguno era juzgado jamás por ello, yo quise lo mismo para mí. Lo que si elegí pronto fue vivir en la ficción y sí, me encanta cómo suenan algunas de las mejores y más brutas frases del cine y cuando veo la ocasión las introduzco como concepto en cualquier coyuntura que se ajuste, es un juego.
Siempre me ha gustado la gente que habla mi idioma, que me sigue el juego, la que capta mi ironía y se ríe conmigo, la que se sorprende y me sorprende gratamente.

Me ha costado mucho pasar desapercibida, esa es la verdad, algo que no siempre ha sido para bien, y, ¿sabes qué?, que también me gusta bailar sin descanso, ponerme pedo, volver a casa ya amaneciendo, poder andar sola sin miedo.

Pero, repito, no soy una persona fría. Sé lo que no quiero y un poco de lo que quiero porque desde hace unos años las líneas se difuminan. Hay límites, claro que los hay, pero no me gusta que me los impongan, mi cabeza está bien amueblada, creo, y a estas alturas sé cuando parar o qué frontera no traspasar si sé de su existencia. No dañar es algo que cumplo a rajatabla. Cuando alguien te dice que no quiere lo mismo que tú, puedes hacer dos cosas, seguir y amoldarte, dejando de ser libre, o te dejas ir en busca de esa complicidad que me es vital. Si te quedas, vas al cine a ver películas dobladas porque a esa persona le gustan así, haces concesiones por amor, luego vienen las quejas por todo: que si te maquillas, que si no te maquillas. No llevas tacones, muy mal. Te conviertes en una diana donde lanzan todos sus miedos, y su inseguridad. Toda la porquería de los demás, te la acabas comiendo tú, porque “yo quería una princesa, ¿sabes?” “¿te has mirado al espejo antes de soltarme eso, figura?

Hay demasiada gente que ha nacido para hacer imposible la vida de los demás, hay demasiada gente mala, y yo he tenido la gran suerte de toparme con bastantes de esa estirpe. Y me he callado para conservar un empleo, porque es lo que se espera de mí, que trabaje aunque sea puteada, que tenga un piso en propiedad, hijos, que me case, que conduzca y me compre un coche, que sea ama de casa, que cocine de puta madre y sepa quitar cualquier tipo de mancha, que haga agujeros en las paredes, que arregle un enchufe, que pinte toda la casa, que tenga un tipazo cojonudo, que nunca necesite a nadie...no voy a pedir perdón por no haber hecho realidad alguna de estas cosas.

Mi rostro no es nada dulce, lo sé, ni hablo con voz delicada, a veces mi sarcasmo duele, a veces digo polla, y muy a menudo joder o mierda, pero no soy una mujer fría ni vulgar. El único hielo que tengo en mí es el de mis pies congelados al llegar el invierno.

No soy prepotente y carezco de frialdad, no me creo mejor que nadie, tampoco peor.

Puedes ver mi cara, mirar mis ojos desde lejos y etiquetarme, dar cosas por sabidas, pero te aseguro que si no te acercas lo suficiente y me hablas, no me vas a conocer, nunca sabrás quién soy en realidad y te lo estás perdiendo. 

Echo de menos vivir con lentitud, con calma. 

Que lo de mis formas no suene a disculpa, sólo quiero dejar claro que en algunos momentos de la vida, esos que te ponen a prueba, necesitas un escudo, una coraza, parapetarte tras un muro por pura supervivencia. Lo he hecho, no una ni dos veces, mas si algo me gusta, quiero tener la libertad de poder decirlo sin que nadie se espante. No busco asustar, pero a estas alturas de la película, poner las cosas difíciles a gente con la que realmente me apetece estar, me parece absurdo y una pérdida de tiempo.