martes, 21 de noviembre de 2017

No es país para Musettas


Noviembre. Frío matinal. Están adecentando las rotondas de entrada a Alaquàs. Parece que van a plantar nuevos arbustos en la de la torre girada.

Llevo una boina hecha por mí a ganchillo (crochet, como decía siempre mi abuela cordobesa) a la que no escondí en su día la cola de hilo; supongo que para no darla por finalizada y mantener así la posibilidad de añadir algo más, aunque no le hace falta.

Un avión vuela bajo sobre nuestras cabezas cuando nos incorporamos al puente de entrada a València. Mucho tráfico rodado, muchos vehículos aparcados por todos lados. Es absurdo ver tanto cinco plazas con sólo el conductor como ocupante. ¡Qué pérdida de todo! Y mientras, peatones, corredores matutinos,…respirando ese aire infectado. Pero se enfadan por la ampliación del carril bici. Ahí estamos, con un par.

En el trabajo me llaman rara, hippie y sindicalista. De todos los nombres  que se me adjudican, éste último es el más curioso porque existimos los trabajadores y los trabajadores a los que se les permite elegir horario, tajo y el lugar donde desempeñar esas tareas (su casa, principalmente). Supongo que pertenecer al primer grupo es culpa nuestra, pues por mucho que miramos los papeles antes de firmar desconocemos la existencia de esas cláusulas que marcan esos privilegios en el contrato laboral. Por eso me extraña tanto que me llamen sindicalista cuando lo único que pido es que si he de salir fuera de la oficina a currar no acabe costándome dinero. Ratean el almuerzo. No somos VIP, pero puedo asegurar sin pudor que desde que he llegado a la empresa la gente se ríe mucho más, por no decir se ríe a secas. Hasta he conseguido algo inaudito, que el farmacéutico joven sonría abiertamente al darme los buenos días cuando levanta la persiana. Si no le miro porque voy a lo mío o busco la llave en mi bolso, espera unos segundos, me busca hasta que hay contacto visual. No os podéis imaginar lo que es entrar en esa farmacia, el viejo y el joven parapetados tras el mostrador tiesos como una vara y con gesto mecánico, como una suerte de antepasados del Nexus-6 que no dan ni los buenos días. Así que sí, esa sonrisa ha sido el triunfo del lunes. Algo tendré.

Anoche comenzó mi etapa de bajona pre-navidukahh, y parece que la lista aleatoria de canciones lo sabe bien esta mañana, porque todas recalcan aún más esa sensación de bajada. Aunque no llueve, este frío sol de otoño a 5 grados me permite abstraerme del exterior y no escuchar nada ni a nadie.

Todo se ve diferente cuando se acerca diciembre. Percibo alrededor una mueca como de final, y prometo que no voy predispuesta a sentir así, simplemente ocurre. Luego recuerdo que cada año se repiten las mismas conversaciones, que todo es cíclico y vuelve y no le doy mucha importancia.

De esta época festiva me gusta el invierno y todo lo que me recuerda a él, como los adornos escandinavos, el olor de las mandarinas, mi rooibos con especias o la llegada del nuevo aroma de temporada en mi franquicia francesa de cosmética natural. Me gusta pensar en estar leyendo cerca de una chimenea encendida, arropada por una manta o abrazada por esa persona que me tiene loca.

De todos los sonidos que me gustan el crepitar de la leña ardiente es uno de mis favoritos. Recuerdos de mi niñez soplando por una caña hueca y gruesa por donde se perdía mi bocanada de aire, el fuego ni se inmutaba con mi esfuerzo. Al menos hacía reír a mi abuelo materno que reavivaba la llama en un pis pas.  

Me fascina pensar en aquellos momentos en los que el televisor era un simple objeto decorativo que se encendía de uvas a peras. ¡Había tantas cosas que observar! Mirar el fuego era adictivo y hasta la cosa más nimia era importante. La gente hablaba junto al fuego, hablaba, ¿lo podéis creer? Echo de menos esa ruralidad de campo, a mis familiares que ya no están y a tantas historias que no fueron contadas. Lo preguntaría todo de tener la oportunidad de regresar. A veces me gustaría que todo el tinglado de redes petara, que volviéramos a la calma, a la espera de las cartas. No sé si seríamos capaces de sobrevivir, pero a mí me da vértigo pensar que vivimos otros tiempos que nunca más volverán, tiempos en los que no sabíamos de todo, que había que ir a la biblioteca para buscar información, y que todo necesitaba su tiempo. Por eso me encanta tejer con ganchillo, el tiempo que ocupo en hacer una prenda es mi ofrenda personal, y la satisfacción de crear algo con mis manos. Regresar a la base.

Bien, cada día somos espectadores de un sinfín de pequeños finales: el fin de trayecto, de la tarea, el fin de jornada, el final del libro, el fin de una explicación, de las pilas, de la pastilla de chocolate, el final del día…pero desde anoche y hasta el siete de enero, todos y cada uno de ellos me resultan más final que nunca.

Me dicen que soy rara porque leo, me llaman hippie sensible vete a saber el porqué. Me llaman, me etiquetan, me juzgan, no sé cómo me verá la gente con la que me cruzo cada mañana, pero sería chulo poder verse desde fuera por un rato.


Una cosa tengo clara, soy la que ríe cada día porque me lo propuse así un buen día, pero, permitidme que en algún momento esté como ausente, pues esa también soy yo y la necesito.