jueves, 13 de septiembre de 2018

Lo inesperado


Hoy, día laboral, voy pedo. Así, sin esperarlo. Un día de regla con cara de no haber dormido en semanas o meses, y aun así,  ver en el espejo atisbos de la chica joven que todavía me siento.

Unas cervezas, una torrá que un compañero venido de Arabia Saudí nos ha regalado en su chalet, un par de higueras que no dan frutos a las que he acariciado con las manos y sentido la todavía suave y cálida corteza. Unas palas de higos chumbos que no había probado este verano y que pese a no estar frescos, recién cogidos por mi compañero, siempre dispuesto a hacer lo que sea por una, y pelados por mí, me han sabido deliciosos.

Foto©Ana Meca

Sí, voy pedo, un pedo amable que diría el arquitecto que amé y al que de vez en cuando recuerdo. Echo de menos la idea que de él me hice. Nunca supe quién era, o sí, ya no lo sé.

En los últimos tiempos, siempre me enamoro de los tipos que no lo hacen de mí, y no es queja porque yo lo de todo y ellos quieran todo y no me den nada, simplemente ocurre así. Una mierda. Ya me gustaría recibir una carta del último al que todavía deseo muchísimo, una carta de su puño y letra en la que me dijera lo maravillosa que soy, lo única y especial que le parezco. No ocurrirá jamás, soy consciente de ello, esos detalles sólo los tengo yo con la gente que me gusta mucho, pero sí merezco algo bueno. No sé, quizás un día de estos alguien me contemple desnuda mientras charlamos tumbados y no le importe si tengo barriga incipiente o si asoman las primeras arrugas a mi rostro. Una persona que sea capaz de mirarme a los ojos y ver lo que hay detrás. A mí me es fácil hacerlo, confío en que alguien más habrá.

Algunas veces me veo diciendo que me da igual, pero en realidad no es así, me gustaría un poco de “yo te doy, tú me das”. La vida no me ofrece ese tipo de cosas y, sin embargo, sigo dando lo que tengo, lo que soy.
Voy bastante pedo y me acuerdo de ti, de los comienzos, de lo que te echo de menos; de los momentos en los que me he sentido ridícula después, como cuando me disfracé de animal peludo y larga cola rayada. Hago esas cosas por amor (¡qué tonta!) y porque vivo mi vida con naturalidad, sin complejos. El deseo me puede y actúo con sus normas no escritas, o sea, ninguna.

Que no me juzguen por ello, soy transparente si lo miras bien. Soy mejor que algunos, lo sé.

Me gusta sentir la libertad de hablar cuando quiera hacerlo, de actuar. Eso es algo que no quiero ni dejo que me arrebate nadie, aunque en algún momento me corte. ¿Por qué me pasa esto?

Vivo, estoy, soy. En mi cabeza siento arder un volcán que alguna vez me quema a mí misma.
El fuego, muy presente en mi vida, alguna vez adormilada y quieta, siempre expectante de cosas nuevas.

Hoy ha sido un día un tanto anormal: salir a comer a la una y media y, hasta las cuatro, las brasas para la torrá sin hacer. Ha sido como revivir esos momentos de veranos sin fin que habrían acabado dentro de una piscina, probablemente sin ropa. Estoy en casa con sensación de flotación. Este año sólo lo hice una vez en el mar, pero me merezco más momentos de dejadez de esos.

Deseo flotar, y columpiarme, o cualquier cosa que me deje sin habla y me haga sentir liviana.

Esos momentos en los que sabes que no eres más que una pizca de ser humano trazada en un muro. Pretendes brillar, ser reconocida, mas la vida te lleva por otros caminos y te enseña que eres una minucia, importante para ti misma sí, pero una leve mota quebrantable y sensible en la inmensidad.

A veces me siento poderosa, otras como triste colina. Ahora el pedo amable me hace sentir todo lo que durante meses he querido dejar atrás. No me duele, ya no, pero me hace preguntarme por qué yo no. Qué fallo, qué errata, qué tara poseo por la que yo no soy Ella. Dicen que no se debe supeditar la felicidad de una a nadie, pero joder, cómo ayudaría.


Nada, seguiremos el sueño mientras dure mi película. No voy a claudicar jamás, seguimos en tránsito.

Por lo que venga mañana, ahí estaré, ahí me encontraréis.