A pesar de que el estado de la parada de autobús es bastante lamentable y feo: asfalto deteriorado, acera sucia y destartalada, y que no tiene nada de especial, me encuentro atascada en ella y me atrae cada vez que paso por allí de regreso a casa en este mismo bus que una noche esperé con él.
Miro la marquesina desde mi asiento junto a la ventana y me invaden imágenes del episodio de Doctor en Alaska en el que se representa la obra teatral de William Motter Inge, Bus Stop. Al principio no entiendo el porqué de esta conexión, cómo es que se mezclan escenas de mi serie favorita de todos los tiempos y esa cutre parada de bus.
Rebuscando en mi memoria, y tratándose de mí, lo tengo claro.
Hace muchas lunas, y tras haber callejeado día y noche por la ciudad de aquellas fallas en las que por primera vez tenía servicio las veinticuatro horas, esperé mi bus. Estuve muy pendiente de su llegada en aquella madrugada oscura de farolas contiguas nada luminosas. Pasaron varios vehículos con el número 161 repletos de gente que no se detuvieron; no sé si porque el conductor no reparó en mí, aunque siempre hice aspavientos para que me viese, o porque realmente no le dio la gana. Al final opté por subirme a otro que me dejaba en el pueblo de al lado y continuar hasta mi casa caminando.
El caso es que ahí estaba yo, muriéndome de ganas por quedarme con esa persona y que no acabase nunca el día, y mi cuerpo haciendo todo lo posible por mantenerse en alerta ante el transporte público.
Su voz sonó sincera, ven y bésame que luego lo echarás de menos. Y reaccioné como deseé, poniendo mis manos en su rostro y besándonos con aquellos besos excitantes que me electrizaban cuerpo y mente.
Ahí la conexión en mi memoria con la serie, los besos. Chris Stevens sobre las tablas asustado por tener que besar a Maggie O'Connell al final de la obra, incapaz de ponerse en la piel de Bo y ver a Cherie, y el montaje teatral que casi acaba en desastre si no es por las confesiones sinceras y la cordura. El entendimiento vuelve a reinar en Cicely, Alaska, donde los espíritus libres acaban allí para reescribir su libro, a reencontrarse con su ser. Inevitable chocar e inevitable competir para seguir siendo.
Esa parada en la que me reencuentro cada día con mi yo de hace unos años, cuando todavía la ilusión formaba parte de mí, me tiene pegada con adhesivo epoxi. Ella (mi yo de antes) permanece en esa parada de bus, en esa noche concreta, como lo estoy yo (ella de ahora) en la serie de mi vida. Me miro con nostalgia que es lo que siento recordando aquellos besos,... y preguntándome, dónde diantres he guardado mis DVDs de Northern Exposure, o a quién se la presté que no me la ha devuelto, porque no encuentro la edición especial por ningún lado.