Algunos lo hacemos sin premeditación, cuando surge. Es en su espontaneidad donde radica todo el encanto.
Los que disfrutamos del juego, de ese que nos une aunque estemos lejos, del que nos divierte y nos obliga sin amenazas a pensar, a imaginar, sabemos que muchas veces es difícil encontrar el momento adecuado, por ello no lo marcamos en el calendario por obligación, tan solo llega un día y fluye, y nos tiene un rato atrapados en el tiempo.
Ayer por la tarde, mi amigo virtual Jacinto Gutiérrez escribió un microcuento de año nuevo en su blog personal ( Disculpa si te molesto ) que luego compartió en Facebook con el resto de sus luciérnagas y difuntos. Lo que hago normalmente es leerlo, "megustear", compartir, algunas veces comento algo; pero ayer le seguí el juego, porque enseguida comprendí que me estaba retando desde lejos. Así que, encadené unas palabras mías a las suyas por las buenas. Me dio por ahí.
Por un momento pensé, ¿qué haces metiendo tu teclado donde no te llaman?, mas la voz de jugar, la que se divierte poco, imaginó por un instante que, entre todos sus amiguetes, aquello podría llegar a elevar el microcuento a un relato largo y fantástico, imaginé que íbamos a crear algo muy chulo.
Sin embargo, la virtualidad existente, que me consta que le siguen y leen, no se animó en absoluto. Un mazazo que nos apenó mucho a ambos, y nos dejó solos en aquel muro, jugando en un mano a mano.
Este es el resultado que obtuvimos de ese rato de juego a dos: Jac entre cuidados, virus y toses, y Mu (yo) en un parón del curso de Infoarquitectura, mientras me comía unas galletas.
Minicuento:
Sentóse ante su editor de textos con la intención de escribir. Meditó y la pantalla en blanco le sumergió en una historia tan apasionante que decidió no volver a escribir nunca más. Apagó su ordenador y caminó. Transcurrieron los años y sintió que había vivido. Se fue sin despedirse. Solo él estaba allí.
Solo él estaba allí, o eso creía. Hacía unas cuatro horas que aquella nave, convertida en efímera sala de fiestas, había quedado en silencio. Hasta diez mil personas se habían congregado y ocupado todos los huecos de ese antro infecto. Ahora, los monitores permanecían silenciosos mientras las imágenes de las guerras mundiales venideras pasaban en modo bucle. Huele a quemado y es difícil respirar. Un momento, ¿es esto real? Abro los ojos con dificultad y se agudiza el dolor intenso que siento en mi muñeca. Miro los circuitos de mi antebrazo donde antes lucía un tatuaje tribal, y algo no funciona, la luz roja de mi visor izquierdo indica que no estoy sola. Ese cabrón me mintió.
Ese cabrón me mintió. Me hizo creer que era mi igual. Que yo tenía un pasado. Hemos viajado millones de años luz antes de verme como lo que realmente soy. Lo que somos. Tengo batería para unos cientos de años más, pero estoy seca de flujos. Qué aburrimiento.
Qué aburrimiento y qué estafa. Atada por millones de cables estoy a esa máquina del tiempo infernal de la que hace trienios que no me despego. Nunca debí creer las palabras de un humano, nunca. ¡Calma M-708, con lo que te queda de energía líquida, piensa en cómo salir de ésta!
Piensa con lo que te queda de energía líquida en cómo salir de ésta. Él intentaba ocultar su profundo miedo, mientras la pequeña ojo de pez, de vidrio azul pulido con las finas arenas del Rin, lo escrutaba por la espalda, allí sentado en su asiento de piloto. Saltó la alarma de contaminación del aire de la nave y las instrucciones de M-708 para que el humano se colocase el casco mientras se filtraba y depuraba la atmósfera de la estancia. Lo hizo sin perder un segundo, y una vez colocado se inundó con el azul líquido de la máquina. En pocos segundos quedó inconsciente con aquel fluido encharcando sus pulmones.
Aquel fluido azul encharcando sus pulmones y M-708 esperando once micromomentos para asegurarse que el humano merecía una restitución. Al final creyó que sí; tanto tiempo junto a él la había inutilizado como máquina completa. Convertida en híbrido flexible, introdujo su dedo índice en el tórax y barrenó hasta llegar a descongestionar el pulmón derecho, luego hizo lo mismo con el izquierdo; y así lo dejó, con dos bonitos y llamativos tubos fluorescentes colgando a ambos costados, pero con vida.
Con dos bonitos y llamativos tubos fluorescentes colgando a ambos costados, pero con vida. Toda la vida que aquel cuerpo necesitaba para ser considerado un ser vivo. Bueno, no del todo. El cuerpo se mantendría vivo a través del tiempo, las galaxias, los confines del espacio…, pero su mente ya no estaba: aquel cerebro se licuó para generar los fluidos que necesitaba M-708 para cargar sus baterías y funcionar mil años más y alegrar algunos de aquellos silenciosos momentos de aburrimiento en tránsito.
FIN
Gracias por hidratarme, compañerico Jac