domingo, 3 de diciembre de 2017

Esa gente (I)


Existe un tipo de ser humano que se hace notar, y no precisamente porque posea dotes que le permiten sobresalir de los demás de una manera creativa y positiva, aunque ellos mismos pensarán todo lo contrario.

Esta gente es conocida como Los abusadores, y son aquéllos que hablan con voz, gesto tajante, y con una seguridad pasmosa sobre cualquier tema, sin admitir discusión posible ni adoptar un mínimo de flexibilidad o empatía. Tienen la razón absoluta y punto, la verdad está en ellos. Lo creen así, y como creer es poder…

Esta mañana (martes 28) ha subido al bus esa clase de persona encarnada en pequeña mujer que insiste en preguntar una y otra vez por qué no va la calefacción. El conductor, que ya le ha respondido la primera vez que acababa de ponerla al salir de cocheras, la mira por el retrovisor con cara de ya estamos con la casina de turno, y no me extraña. Lo mismo te hace la misma pregunta colocando las palabras en distinto orden por si no la has entendido bien a la primera, que comenta, así, para el público en general: tanta manifestación para qué, es tontería, el que paga manda y no hay más.

Arreglada de un bandazo toda la política social del país para los próximos cien años.

El resto de viajeros, que se han ido incorporando al trayecto de esta señora, calla o asiente. Mas ella no conoce ese verbo sinónimo de cerrar el pico y se pasa el viaje hablando con discurso fidedigno. Qué gran política se ha perdido la humanidad, no entendéis nada.

Yo me he permitido contestar a la mujer cuando todavía éramos únicas ocupantes del vehículo. Le he dicho, muy tranquila, que no se preocupara, en cuanto se llene el autobús hará un calor insoportable. He obtenido su respuesta al viento, claro, esa clase de gente nunca mira directamente a su interlocutor. ¿Qué tendrá que ver que esto se llene de gente para que haga calor? (¿Cómo?, he pensado yo) Y la buena mujer ha seguido insistiendo al conductor para que pusiera la calefacción más alta. El pobre hombre, que tenía cara de haber cambiado el turno esa misma mañana, ha pasado de ella. Monotema durante veinte minutos.

Una se calla porque desea tener un buen día, pero he de reconocer que le habría dicho unas cuantas cosas bonitas.

Qué gente más miserable para luego ser de los sumisos con el poder y ciegos conformistas ante hechos deleznables que se cometen con total impunidad delante de nuestras narices.

Le importa una mierda si estabas antes que ella en la parada, o si tienes el turno en la frutería y estás siendo atendida. Ella pasa delante de ti como ráfaga de ametralladora. Si tuviera una altura mayor sería como el elefante de la cacharrería esa. No tiene educación ni respeto, sólo existe ella y su circunstancia, ella y su contratiempo. Los lugares comunes emergen reales sólo porque ella entra en escena. Ponme la calefacción, hace más frío aquí que en la calle, pues no hagas ninguna parada, tira corriendo, dame un kilo de patatas y cebolla tierna. Estoy atendiendo, espere su turno. ¿Qué espere mi qué?

 Yo, yo y yo. No existimos a menos que le llevemos la contraria.

Confieso que me exaspera encontrarme con ella. No me gustan sus maneras, no me gusta su voz ni lo que dice. Así que para abstraerme he dado más volumen a los actores de la secuencia de El secreto de sus ojos que llevo puesta. Después, me ha venido a la cabeza la única frase que recuerdo del libro de inglés de la E.G.B. La frase del adolescente protagonista, un tal Peter, que decía así:

Where is Seattle, mother?


2 comentarios:

  1. Pero cómo puedes conservar los libros de inglés? El final me ha encantado, "Seattle", sin más...

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    1. No, no los conservo, una pena, por aquel entonces los libros los regalaba a los que venían por detrás. Esa frase se quedó a fuego en mi memoria. La memoria, ese caos curioso.

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Estos son los que no se callan, y me encanta que así sea