Foto©Ana Meca2016 |
Hace dos años estaba con él disfrutando de uno de los helados más cálidos y sabrosos de mi existencia en una ciudad azotada por el frío y el cierzo. Me lo ha recordado caralibro.
Esta mañana, en la ciudad de la costa donde vivo, sufro la friolera del grado a la que hay que añadir siempre la humedad brutal que se cala en los huesos y que aumenta la sensación térmica hasta números negativos. Y tengo la regla, sí, lo cuento para desmitificar de una vez por todas la historia. Tengo la regla y os puedo asegurar que en toda mi vida fértil (define fértil), jamás me ha dado por preguntar a qué huelen las nubes. En esos días me siento vulnerable, irascible y se intensifica la tristeza que llevo a cuestas desde finales de noviembre y que me deja en silencio, a solas con mis movidas. Mis hormonas me llevan loca. Arriba, abajo, arriba, abajo. Son ellas y no yo las que dirigen mi día. Os aseguro también que el color que llena mi copa menstrual o mi tampón no es de un azul turquesa impoluto de anuncio, es rojo como la sangre que corre por nuestras venas, por la de todos, incluida la de aquellos aspirantes a ocupar el trono de hierro en la Fortaleza Roja en Desembarco del Rey.
Mi organismo se desbarajusta en su plenitud. Me duelen hasta las pestañas. Juro (aunque suene feo) que no floto entre las flores de un jardín inmenso ni me pongo a bailar con los pajarillos que me visten con un ligero vestido de gasa. Sólo me apetece quedarme tumbada en pijama con la almohadilla caliente sobre mi abdomen y tomarme un chocolate a la taza. Leer es el pasatiempo al que aspiro en este preciso instante de dolor agudo; pero tendré que esperar a que se me calme un poco.
Hace unos días que tengo la sensación de no avanzar y sí de retroceder. Aunque me aseguran que no, que son bajones normales. Cualquier cosa relacionada con la salud de mi gente me desasosiega y hace aparecer en escena a mi estimado colon irritable, irritándome por completo. Y me voy a trabajar por la noche con cólico intestinal y sin cenar, y me congelo aunque haga buena noche (11 grados), y sigo helada al día siguiente en el que tampoco ceno, llueve y corre un "viruji" considerable por el túnel húmedo de quinientos metros. Se me inflaman los ovarios, me duelen los riñones, tengo cefalea y pienso en él (y no por este orden). Y me pregunto si va a ser así siempre y para qué, pensamientos negativos mientras trato de reírme hasta de mi sombra, tapada hasta las cejas.
Este año me he propuesto leer como lo hacía antes. Focalizar mis deseos en los libros. Parece que el primero del año me ha devuelto la concentración. Cosas que hacen BUM. Kiko Amat. Adolescentes peculiares que transitan la vida con excesos de todo tipo entre vinilos de Northern Soul y experiencias peligrosas en la Barcelona de los ochenta.
Libros inesperados: cosas que suman. Buenos amigos que te regalan libros que han leído y elegido de su estantería desconociendo que para ti ese gesto todavía es más importante y maravilloso, aunque vengan envueltos con dibujos Disney, el único papel de regalo que había por casa . Sonrío.
Me gusta pasar los ojos por donde los han pasado otros, y mejor si esos ojos de otros son de gente que me importa. Me encanta llevar un lápiz y subrayar frases o marcar párrafos que me han provocado cualquier sentimiento, normalmente cosas con las que me siento identificada. La pena de leer en libro electrónico es la de no poder pasar las páginas, meter la nariz entre ellas y olerlo, subrayar o hacer anotaciones a mano. Aunque el aparato me ha salvado de la alergia haciendo posible la lectura de libros descatalogados o que sólo podía encontrar en las tiendas de viejo, inviables para mí. Gracias. Todo tiene sus pros y sus contras. Seguiré alternando ambos en mi propio beneficio.
Amigos que estando en una librería se acuerdan de una y eligen ese libro en concreto. Manual de caza y pesca para chicas. Melissa Bank. Crónica deliciosa con mucho sentido del humor y sinceridad de las aventuras y desventuras de una joven contemporánea que me he acabado en cuatro ratos de una misma semana. Coppola quería su adaptación para una película.
Me sorprendo mucho al leer en el libro una frase mía que anoté hace varias semanas en mi libreta para utilizarla en alguna ocasión. Tu voz bromeando, un gesto que amo. Y me da rabia haber perdido sus audios anteriores a octubre, porque así era: su voz bromeaba y yo reía de felicidad, lo cual hacía que lo amara más. ¿Tiene todo esto algún sentido? Ahora mismo no, pero me asusta pensar que llegará ese día en el que ya no me importe.
Seguiré leyendo y comiendo chocolate, y mientras tanto, atribuiré a mis hormonas revolucionarias cualquier comportamiento que se salga de mi normalidad.
Seguiré leyendo y comiendo chocolate, y mientras tanto, atribuiré a mis hormonas revolucionarias cualquier comportamiento que se salga de mi normalidad.