Soy un galgo adolescente
emocional dando vueltas en el canódromo. Esa es mi situación actual. Se
abrieron las portezuelas tras el pistoletazo de incertidumbre hace ya un par de
años, y ahí voy, desorientado, dolorido y en soledad, sin ver el final de la
carrera y con el recinto ya vacío, pues la gente ya apuesta en otro lugar, éste
ha quedado olvidado con mucha facilidad.
Creo que mi estado de aturdimiento
se debe, en parte, a que nunca me enfado y por lo tanto me lo guardo todo en estas
vísceras mías que a cada rato se lían y anudan más formando una maraña informe
que duele.
En los últimos quince años ni una
sola vez me he cabreado tanto hasta el punto de gritar y enviar a la mierda a
alguno que se lo merecía. Siempre conciliadora, siempre intentando resolver los
conflictos con la palabra, siempre pensando demasiado y dándome toda. Y aunque
mi sarcasmo haya resultado hiriente en ocasiones, la violencia (excluyendo la
de ficción) no está hecha para mí, la verbal quizás, pero no me jacto de
haberla ejercido, al contrario, también la rechazo.
Estoy convencida de que no se
recoge lo que se siembra, demasiado tiempo viendo ejemplos contrarios como para
poder creer que eso es así.
¿Por qué parezco tan sosegada
cuando la sangre me hierve en las venas? ¿Por qué soy tan comprensiva, cuando
lo cierto es que la mayoría de las veces no comprendo nada?
Mi primo me ha asegurado entre
risas de whatsapp que no existe crisis ni de los 40 ni de los 50 y ha dejado
unos puntos suspensivos en previsión de cumplir él los 60 y corroborar que
tampoco la hay en esa numeración redonda. Ya se verá. También ha dicho que nada
es imposible, y lo ha afirmado en inglés como si lo hubiera sacado de una
canción o leído en un sobrecito de azúcar. Me hace gracia que este profesor de historia
sea tan estándar para temas personales, y sin embargo utilice grandes
argumentos para defender a su club de fútbol o para discutir el tema catalán. A
mí, por lo pronto, sus palabras me han hecho sentir más gilipollas de lo acostumbrado
en estos últimos dos meses, ha tirado por tierra mi teoría de culpabilidad que
había atribuido al número cinco y a mis hormonas locas de teenager. Ahora sólo
queda la autoinculpación, que es lo más socorrido y el punto al que suelo
llegar con facilidad.
A pesar del estado de flojera en
el que me encuentro, la sonrisa dibuja una curva cóncava en mi rostro al ver
que son las 18:45h y todavía hay luz natural; como si me hubiera tomado un
hongo alucinógeno escuchando White rabbit en algún recoveco del cauce del
Mekong. Y por segunda vez en un momento me viene a la cabeza la palabra
gilipollas, así que debo serlo.
Venga, Musetta, arriba– me doy
ánimos en voz alta caminando por la calle. ¡Oh, Musetta, mírate! Directa a la
posteridad, yendo al ojo del huracán, al filo de la navaja, una revolucionaria
de verdad a la que no le importa el riesgo de comer unas papas de las malas,
las que llevan alioli. Gran Musetta Muse, sublime Mu, de cabeza al peligro,
todo por la lírica y los besos. Todos pensaron que no eras apta y ahora callan anonadados
ante lo imparable de tus progresos, lo valeroso de tus decisiones. ¡Ah, Mu!,
los hombres más bellos azuzan el infierno de su ADN al contemplarte. Las cimas
más altas esperan resignadas la firme pisada de tus… ¡Hostia! Acelera el paso,
joder, que el semáforo está en rojo para ti…te tuerces el pie y casi te
atropellan, te pitan y miran mal, y tú emparrada. ¡Qué grande!
Y qué gilipollas.
Soy incapaz de contener mis sentimientos. Ya no puedo más.
Esto lo dice un hombre tímido y
reservado, un noble caballero de firmes opiniones. Un hombre orgulloso,
estirado y con poco tacto. No es un galán romántico y se pasa el rato
desafiando la paciencia y el intelecto de la mujer que supuestamente ama. No
tiene interés en ser amable ni posee el talento de conversar con aquellos que
no conoce. Y aun así me enamora por su coqueteo en parte sexual y en parte
intelectual y porque a lo largo del libro vemos su lado amable y humano, su
capacidad de sacrificio. Es respetuoso y en silencio arregla sus errores. No
manipula con regalos o palabras agradables. Mr. Darcy es un hombre de actos, no
de palabras y para mí son más importantes los actos. Me gusta
porque no hay pose en él. Es un hombre común, misterioso y deseable que posee la belleza en su
conducta y en su lealtad.
Qué absurdo empeñarme en creer
que exista alguien parecido en pleno siglo XXI.
A Fitzwilliam Darcy ya se lo llevó la
Bennet. Fin
Hay que mandar a la mierda de vez en cuando...bueno, y cuando la ocasión lo merece.
ResponderEliminar¡No te cortes!
Espero aprender algo de todo esto, y si la ocasión lo merece hacerlo.
EliminarNo sé quién es el señor Darcy pero sí sé lo mucho que molas tu. Gracias!
ResponderEliminar¡Plas-plas!
ResponderEliminarÁnimo Musetta y sigue así, pero vigila los semáforos...
ResponderEliminarMás me vale.
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