Estos días de trancazo
espectacular ando metida exclusivamente entre lanas, esto y algunas series o
películas amables es en lo único en lo que me puedo concentrar con esta cabeza
mía embotada por el resfriado inesperado. El cabreo con el que salí del museo
tras haber asistido al ciclo de Cine Intergeneracional, se ha manifestado en mí
de esa forma: dolor corporal, la cabeza que me pesa, ojos llorosos y nariz
moqueante; todo ello nada más subir al bus que me trajo de vuelta al redil. Ver
“Senderos de gloria” doblada en un cineforum era algo tan remotamente imposible
que ni siquiera me planteé que pudiera ocurrir.
Lo bueno de encontrarme en este
estado febril es que me vienen sensaciones y recuerdos de otros tiempos que me
están encantando. Uno de ellos es el tacto cálido de la lana y, de las agujas,
la frialdad puntual al rozarme cuando mi amatxo tejía un jersey, y lo probaba
sobre mi cuerpo para ver los aumentos o disminuciones que tenía que realizar.
Me gustaba ver tejer a mi madre, a mi madrina, si coincidía ir al pueblo en
invierno, y a Cati, la madre de mis amigas del alma. Hubo un tiempo en el que
nos prestábamos aquellos jerséis hechos a mano, cosa que no hacía gracia a la
madre, supongo que pensaba que no era higiénico, no sé, pero para nosotras era
como estrenar prenda. El préstamo siempre me ha parecido una acción
maravillosa, al igual que reciclar. Practico siempre que puedo todo esto.
Cuando veía a mi madre moviendo
las agujas al ritmo que marcaba el propio punto me fascinaba ese sonido suave del
chocar de las agujas metálicas gris perla. La labor iba aumentando de una
manera precisa por la experiencia de sus manos que a mí me parecía magia pura, sintiéndome
incapaz de ejecutar una labor así algún día. Mi madre tenía una máquina
remalladora en casa para tejer, así que hubo un tiempo en el que mi casa tenía
el aroma de los conos de lanas y otras hilaturas y se escuchaba el ir y venir
de la plataforma sobre las agujas con la Cadena Ser de fondo. Aquella máquina
quedó callada en un rincón mucho tiempo, hasta que molestó tanto que la dio o la
lanzó a la basura, como la máquina de coser Singer. Yo guardo demasiado y mi
madre no guarda nada. ¿Dónde estás punto medio?
Desde siempre he mostrado tener maña
con las manualidades, excepto para el dibujo artístico todo hay que decirlo; pero
durante una larga época no hice nada, exceptuando algo puntual para regalar en
lo que ponía lo mejor de mí. Siempre se me resistió el punto a dos agujas, la
calceta como la llamaban algunas, aunque mi madre utilizase simplemente “punto”
para referirse a tal labor. Apretaba tanto los puntos de inicio que me costaba
la vida hacer una segunda línea, luego me comía o aumentaba a discreción. Un
desastre que dejé enseguida. Por bordar a punto de cruz o hacer petit point,
alguno me llamó abuela de una manera despectiva, como si aquello del hazlo tú
misma hubiera quedado obsoleto. Me apena
la gente incapaz de valorar cualquier cosa hecha con las manos, los mismos que
en mi vida me achacaran lo carca que era porque me gustaran ciertas labores,
tipos que te etiquetan por el simple goce de hacer daño.
Como iba diciendo, y dejando a un
lado a innombrables que a lo único que
se dedicaban era a menospreciar a una por el físico y por no llevar tacones a
diario, estos días ando bastante floja en general, como si se estuvieran
agotando las pilas que llevo dentro, cada noviembre-diciembre me ocurre lo
mismo, debería hibernar como una
marmota. Mientras ganchilleo veo “Crónicas de un pueblo”, serie a la que hice
alusión en la entrada “Amor en Tokio” y que me permite contar puntos al no
tener que mirar la pantalla constantemente. Al fin encontré el episodio
traumático del que hablé entonces y no, no ocurre en un gimnasio como creí, la
memoria infantil tiene estas cosas, manipula el recuerdo y quedan ideas
equivocadas que se convierten en verdades como puños para el resto de la vida
si no tienes forma de comprobarlas, como sí ha sucedido en esta ocasión gracias
a la hemeroteca de RTVE. El capítulo al que hago referencia se titula “Pirueta
2ª parte”. Volver a verlo me hace comprender dónde comenzó mi gran problema con
la muerte, para mí una clase de abandono al que parezco suscrita, y al dolor
emocional, y también mi aversión por el circo (que me perdonen los payasos de
la tele a los que no meto en este saco, fan total de Una tontería en la
tintorería).
Nefasto episodio “La cátedra
ambulante” donde se da pábulo y gloria al Movimiento a través de la sección
femenina que iba adoctrinando por los
pueblos en unas caravanas con las flechas de Falange y el nombre de Franco
rotulados en sus laterales. No dudo que ayudasen en algo a las gentes de
pueblos alejados de núcleos urbanos más grandes, pero vaya, me resulta
insoportable la clasificación hombres a un lado, mujeres al otro en todo.
Confieso que me pone más enferma algunas frases, algunos hechos o gestos de los
habitantes de Puebla Nueva del Rey Sancho. Opto por situarme mentalmente en la
época, cuando todo eso se veía bien, para no cabrearme demasiado, quiero
revisar todos los capítulos de la serie a las bravas, he de aguantar.
La única mujer que parece salir
de la norma es la farmacéutica y concejala, una joven que acaba casándose con
el alcalde y pasa a ser señora de su casa, esposa e hija del farmacéutico tras
la bendición de Don Marcelino, el cura. Una pena, todo se perpetúa, las mujeres
tejen en las puertas de las casas, incluso ésta en la mesa del bar junto a los
hombres, para dejar claro que sí, que está con ellos por ser la mujer del excelentísimo, cosa que no hace el resto
de esposas, pero tejiendo y diciendo obviedades “de mujeres”.
Ahora teje mucha gente, hombres y
mujeres, es el nuevo yoga. Hay infinidad de lanas e hilos, tantos que me vuelvo
loca viendo maravillas de texturas y colores. Se ha puesto de moda con la
contrapartida que las lanas están carísimas, mucho más. Antes veías a
cualquiera comprando ocho ovillos de lanas Stop para hacer un jersey de calidad;
desde el cambio al Euro, según mi madre, todo se ha salido de ídem. El postureo y la tontería,
también presente en el mundo de la manualidad, me agota y asquea un poco. A
veces sueño que veo ovillos preciosos y me entran unas ganas locas de robar. No
sé qué diría Freud de esto o mi madre, pero los robaría sin pensar.
Crónicas de un pueblo... cultura de masas para los niños y niñas del baby boom. Estupendo, xé.
ResponderEliminarFran
Precioso texto...y, por supuesto, roba.
ResponderEliminarQué bien te sienta el trancazo Meca. Precioso texto.
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