Sólo los sueños consiguen
devolverme el pasado de una forma clara y sentida. Ese pasado que me gusta y sé bien que nunca volverá.
Me hallo en una casa que se
parece muchísimo a un centro comercial del mueble, estoy con primos del pueblo
con los que he jugado mucho durante los veranos. El centro comercial aparece
ante mí mientras lo ando como esas veredas y caminos rurales de mi infancia,
cuyas casas son ahora habitaciones perfectamente decoradas.
Abro la puerta principal en una
angosta y oscura entrada y la luz entra a borbotones. Tras el deslumbre veo al
hombre con la sonrisa que me enamoró que desde el quicio y estirando su mano
izquierda acaricia mi cara y me atrae hacia él para besarme mucho. Noto el
calor de su piel, su aroma. ¡Cuánto tiempo!
Apoyados contra la pared perdemos
la noción del tiempo entre los buenos besos y las caricias que regresan con la
misma intensidad de los tiempos antiguos, los reales, cuando vibramos al mismo
son. Así fue hace mucho.
Alguien me llama desde la lejanía.
Pasa y acomódate que en un momento estoy contigo. Pero nuestras manos juntas se
resisten a separarse y alargamos el contacto lo máximo posible mientras dirijo
mis pasos hacia el otro lado de la casa.
Las estancias son muy grandes, inmensas;
se parecen más a las salas comunes de los albergues juveniles con altos techos.
Mucho trasiego de gente que no conozco.
Veo mi muñeca Nancy, que
curiosamente se encuentra en perfecto estado, cuando lleva años con el muelle interno
roto y un ojo a la virulé, en manos de mis hermanos Fran y Bernar. El resto de
gente y yo tenemos la edad actual, ellos tienen seis o siete años, no más.
Como tan bien sabían hacer de críos
con todos los juguetes que pasaban por sus manos, comienzan a destrozarla, deslizando
un rotulador permanente y grueso por la suave y plástica piel de la muñeca.
Círculos azules alrededor de sus ojos, líneas sin sentido por las mejillas
Enfurecida les ordeno limpiarla
inmediatamente con alcohol antes de que sea demasiado tarde. El ojo de la Nancy
vuelve a estar cerrado, inmóvil, pero el amigo que me apaña las cosas
informáticas, y que no sé bien qué hace allí, posa su mano sobre la carita
inerte y, como si fuese un chamán, lo coloca en su sitio. Respiro algo más
tranquila.
Mientras sigo pidiendo que
limpien la muñeca me percato que voy en bragas y con una minúscula camiseta de
tirantes que deja ver mi vientre plano (¿?). Siento un poco de pudor y me imagino
que eso no le hará gracia al hombre que todavía amo, pese a conocerme bien y
saber que en verano ando así por mi casa. Pero bueno, hay mucha gente alrededor
que ni conozco y tampoco es plan. Rebusco en uno de los cuartos entre montones
de ropa masculina una camiseta amplia.
Elijo una de camuflaje. Ésta me tapará bien.
Él entra en el salón y se me
acerca sonriendo. Nos vamos a besar otra vez, lo sé, pero me despierto con el
zumbido de ascensor que hace temblar casi todo mi piso antes de que suceda.
•••
Ha sido bonito ver a mis hermanos
otra vez pequeños y rubios, sobre todo, ver vivo a mi pequeño Buru, mi Bernardinico, vistiendo esas
camisetas blancas sin mangas que solían llevar durante todo el verano cuando yo
no les hacía demasiado caso, la verdad. Ha sido chulo aunque me volvieran a
destrozar la muñeca, la única que deseé tener. Ahora no pasaría los
filtros por los estrictos cánones de belleza con esos muslos y brazos rollizos. A mí
me sigue pareciendo la mejor muñeca del mundo.
Lo mismo algún día llega alguien que me la acaba arreglando. Ese gerundio sí me gusta.
Lo mismo algún día llega alguien que me la acaba arreglando. Ese gerundio sí me gusta.