El tren es mi transporte favorito de toda la vida. Siempre con su traqueteo melancólico, las paradas en todas las estaciones, sus olores, sus sonidos característicos, perennes en la memoria de la niña que pasaba los veranos en casa de sus abuelos. 365 km de eternidad novelesca.
Y antes de emprender el viaje, ese alboroto en las tripas, ese nerviosismo total,…Con todo lo que una ha ido de aquí para allá, y viceversa, y todavía me pasa.
La pasión puede llegarle a uno inesperadamente (dice Manuel Vicent en su columna de hoy 29/09/2013 Tren correo).
Yo sucumbí a ella en un tren con trayecto Málaga-Valencia, muy joven y con las hormonas totalmente revolucionadas (las sigo teniendo ahora, lo digo como dato).
Así era yo. Aquí con el chuli, el cabra y el pá, etc., la pandilla malagueña que hicimos. Parecemos sacados de la película de Carlos Saura “Deprisa, deprisa” ¿verdad?Ellos me enseñaron los primeros pasos de sevillanas que acabé bailando con mucho arte. Si es que soy de traca, valgo pa' tó.
Sucedió en un tren repleto de gente, sobre todo de soldados que regresaban no sé de dónde ni adónde se dirigían. Un tren que parecía tomado por fuerzas invasoras, pero que en la realidad iba atestado de alegría y de juerga, una juerga sin control aparente.
Dejadme acariciar la botella.
Un soldado es un hombre.
La vida tan solo un instante.
No impidáis pues, que un soldado beba.
Creo que lo dijo Shakespeare en boca de Cayo Marcio Coriolano.
Recuerdo estar sentada entre una multitud de muchachos en el pasillo de uno de los vagones, fuera de nuestro compartimento desde el que las cervezas corrían a mansalva, y nos llegaban a las manos bien frías.
¡Cómo me gustaba que el tren tardara tanto en llegar a su destino!
Siempre había alguien en quien fijarse, siempre había otro que se percataba de tu existencia. A esa edad, y hasta bastantes años más tarde, no conocía aquello de no ser correspondida. También es cierto que en aquella época todos los chicos más o menos majos me gustaban, no era tan selectiva entonces como lo soy ahora. Y me iba muchísimo mejor, todo hay que decirlo. Ahora va de puta pena.
Pero volviendo al caso,... entre charlas de pasillo, risas y tragos, se desató una pasión bestial entre aquél chico que hacía la mili y yo, y fue como en una película: ese no saber quién es el otro (y ni falta que hace) y de repente, todo fue manos que se meten bajo la ropa, manos que acarician, lenguas que recorren la piel, que lamen, labios que lo besan todo, besos sin miedo, fuertes y delicados a la vez. En unos instantes, la frenética excitación nos llevó a apartarnos del conjunto para, en definitiva, quedarnos totalmente solos entre vagones. No existía nadie más, por eso siempre me ha dado morbo enrollarme en los garitos (y lo he hecho poco, la verdad), porque todos desaparecen…sólo está el contacto con la otra persona, el sonido lejano de la música aunque te encuentres pegado al bafle, y ese no saber dónde acaba una y empieza el otro. A eso llamo yo parar el tiempo. Nadie nos ve.
¡Mentira! Una llamada brusca a la puerta de separación, y la voz del revisor:
–¡Venga!, vuelvan a su compartimento, y enséñenme los billetes.
Y nos corta el rollo, nunca mejor dicho.
Más tarde, con muchos de los viajeros totalmente sobados por los rincones, charlamos un reducido grupo, nos contamos historias, reímos muy bajito. Uno de ellos hizo estas caricaturas. Y yo, que leía mucho El Jueves entonces, pensé: a ver si un día este tal Toni, acaba publicando viñetas ahí…
No sé dónde ni cómo estarán todos aquellos que compartieron horas conmigo en ese tren aquel verano, aunque me encanta imaginar que los buenos momentos se quedan atrapados en esos lugares donde suceden para los restos.