Tengo recuerdos nítidos de ropa
lavada a mano en verano. De esas manos de mujer curtidas en el quehacer diario de
la casa estrujando por igual sábanas, babis, vestidos y ropa de trabajo en el
campo.
El verano era el único momento en
el que podía observar ese ritual con olor a jabón Lagarto o a esas pastillas
redondas gruesas como grandes fichas que se deshacían al contacto con el agua;
esas que daban una tonalidad azulada a toda la ropa blanca bajo el sol.
Miraba en silencio con interés
pueril esos movimientos perfectamente diseñados y acometidos por ella. Luego
llegó la lavadora, y sus manos siguieron mucho tiempo más restregando ropa en la
pila exterior que daba a la acequia, como si no tuviera ninguna confianza en
esa máquina de centrifugado infernal, como si sólo sus manos dejaran impecable
la colada.
Mi memoria es de agua en los
veranos de mi niñez. Poca ropa y siempre chanclas, de aquellas con las tiras
azules imitando una trenza, y círculos en relieve en la planta. No había más
colores, siempre fueron azules como el agua que pintábamos en nuestros
cuadernos escolares. Algunas veces usábamos cangrejeras de una tonalidad de
cera, estas no se las llevaba la corriente, pero eran cárceles para los pies que deseaban la
desnudez por encima de todo.
No había más color que en los
campos. La alfalfa de intenso verdor con sus flores púrpura por la que me
encantaba correr haciendo levantar el vuelo de muchas mariposas. Los frutos de
los árboles, el brillante color de las berenjenas y los tomates. Hasta el
sonido de las chicharras tenía su color particular, brillo dicroico en vuelo
espeso y torpe o en su quietud arbórea.
El sol caía violento sobre el suelo
de la placeta, sofocante calor que evitábamos metiéndonos en el cuarto de la
harina. Una estancia con aroma a piensos, fresquísima, como un oasis en mitad
del desierto de mi pueblo, donde según los adultos no inventábamos nada bueno.
Muchas veces construíamos cabañas
en los árboles con todos los detalles, hasta que “el primo” (verdadero primo
hermano materno), con nocturnidad y sin avisar, tomaba el agua que le tocaba y
anegaba el campo echando a perder cualquier cosa que se encontrara en su camino. A la mañana siguiente veíamos el desastre y nos enfadábamos un poco,
pero lo que realmente nos gustaba era diseñar, planear cómo sería
nuestra casa, así que se nos pasaba pronto.
Siempre corría agua por las
acequias en las que sin preocuparnos nos
metíamos enteros; sólo cuando nos dio
por investigar dónde comenzaba ese viaje, de dónde partía el agua y siguiendo trayecto inverso en paseo matutino
de reconocimiento, nos dimos cuenta que esas aguas que regaban los campos
traían de todo, y cuando digo de todo es nada bueno. No sé cómo nunca pillamos
alguna infección pues las heridas en las piernas y en los brazos eran muy
comunes en aquellos baños improvisados. Luego venía el color rojo trágico de la
mercromina (me encantaban las heridas en las piernas, mucho).
Nuestro ADN y toda la porquería que
acumulábamos durante las mañanas de juegos, regando la huerta,…y es que no había
piscinas en las casas de campo de entonces, sólo teníamos el pilón que hacía de
alberca, y la larga manguera con la que, al caer la tarde, nos duchábamos a
conciencia para cambiar las chanclas por unas zapatillas de lona, el bikini por
una camiseta limpia de algodón, un pantalón corto o una falda. Listos para la
calma del atardecer, los polos de cubitera de zumo de naranja o café con leche
sujetos por un palillo arcaico, las rebanadas de pan de hogaza prieta con
Tulicrem o sobrasada, y los juegos inventados.
De niña imaginaba que si metía mi
cuerpo en el agua coloreada por los tintes de la ropa podría cambiar de aspecto
cada vez que quisiera: ahora naranja, ahora azul…Y lo he recordado mientras
lavaba a mano una camiseta azul turquesa que ha dejado el agua de la pila de
ese precioso color, un maravilloso tono con el que me pienso en mis días más
melancólicos para animarme un poco. El púrpura y el azul con todos sus matices,
mis colores favoritos.
Acabo de pintar las uñas de mis
pies decantándome por el azul nocturno de entre el verde Lebowski y el púrpura. Hoy
ha ganado el azul, ese azul como la noche de estos días que ya parecen miles sin su
voz ni sus palabras escritas.
Precioso. Gracias. "Mundo de lo prometido, agua. todo es posible en el agua" Pedro Salinas.
ResponderEliminarPoesía sencilla y profunda la de Pedro Salinas. Por él conocimos a Proust. Me encanta que lo cites.
EliminarGracias Ana. Escalofrío en la piel mientras leo sumergido no sé dónde.
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