domingo, 6 de julio de 2014

Memoria de agua


Tengo recuerdos nítidos de ropa lavada a mano en verano. De esas manos de mujer curtidas en el quehacer diario de la casa estrujando por igual sábanas, babis, vestidos y ropa de trabajo en el campo.

El verano era el único momento en el que podía observar ese ritual con olor a jabón Lagarto o a esas pastillas redondas gruesas como grandes fichas que se deshacían al contacto con el agua; esas que daban una tonalidad azulada a toda la ropa blanca bajo el sol.

Miraba en silencio con interés pueril esos movimientos perfectamente diseñados y acometidos por ella. Luego llegó la lavadora, y sus manos siguieron mucho tiempo más restregando ropa en la pila exterior que daba a la acequia, como si no tuviera ninguna confianza en esa máquina de centrifugado infernal, como si sólo sus manos dejaran impecable la colada.

Mi memoria es de agua en los veranos de mi niñez. Poca ropa y siempre chanclas, de aquellas con las tiras azules imitando una trenza, y círculos en relieve en la planta. No había más colores, siempre fueron azules como el agua que pintábamos en nuestros cuadernos escolares. Algunas veces usábamos cangrejeras de una tonalidad de cera, estas no se las llevaba la corriente, pero eran  cárceles para los pies que deseaban la desnudez por encima de todo.

No había más color que en los campos. La alfalfa de intenso verdor con sus flores púrpura por la que me encantaba correr haciendo levantar el vuelo de muchas mariposas. Los frutos de los árboles, el brillante color de las berenjenas y los tomates. Hasta el sonido de las chicharras tenía su color particular, brillo dicroico en vuelo espeso y torpe o en su quietud arbórea.

El sol caía violento sobre el suelo de la placeta, sofocante calor que evitábamos metiéndonos en el cuarto de la harina. Una estancia con aroma a piensos, fresquísima, como un oasis en mitad del desierto de mi pueblo, donde según los adultos no inventábamos nada bueno.

Muchas veces construíamos cabañas en los árboles con todos los detalles, hasta que “el primo” (verdadero primo hermano materno), con nocturnidad y sin avisar, tomaba el agua que le tocaba y anegaba el campo echando a perder cualquier cosa que se encontrara en su camino. A la mañana siguiente veíamos el desastre y nos enfadábamos un poco, pero lo que realmente nos gustaba era diseñar, planear cómo sería nuestra casa, así que se nos pasaba pronto.



Siempre corría agua por las acequias en las que sin preocuparnos nos metíamos enteros; sólo cuando nos dio por investigar dónde comenzaba ese viaje, de dónde partía el agua y siguiendo trayecto inverso en paseo matutino de reconocimiento, nos dimos cuenta que esas aguas que regaban los campos traían de todo, y cuando digo de todo es nada bueno. No sé cómo nunca pillamos alguna infección pues las heridas en las piernas y en los brazos eran muy comunes en aquellos baños improvisados. Luego venía el color rojo trágico de la mercromina (me encantaban las heridas en las piernas, mucho).

Nuestro ADN y toda la porquería que acumulábamos durante las mañanas de juegos, regando la huerta,…y es que no había piscinas en las casas de campo de entonces, sólo teníamos el pilón que hacía de alberca, y la larga manguera con la que, al caer la tarde, nos duchábamos a conciencia para cambiar las chanclas por unas zapatillas de lona, el bikini por una camiseta limpia de algodón, un pantalón corto o una falda. Listos para la calma del atardecer, los polos de cubitera de zumo de naranja o café con leche sujetos por un palillo arcaico, las rebanadas de pan de hogaza prieta con Tulicrem o sobrasada, y los juegos inventados.

De niña imaginaba que si metía mi cuerpo en el agua coloreada por los tintes de la ropa podría cambiar de aspecto cada vez que quisiera: ahora naranja, ahora azul…Y lo he recordado mientras lavaba a mano una camiseta azul turquesa que ha dejado el agua de la pila de ese precioso color, un maravilloso tono con el que me pienso en mis días más melancólicos para animarme un poco. El púrpura y el azul con todos sus matices, mis colores favoritos.

Acabo de pintar las uñas de mis pies decantándome por el azul nocturno de entre el verde Lebowski y el púrpura. Hoy ha ganado el azul, ese azul como la noche de estos días que ya parecen miles sin su voz ni sus palabras escritas.




3 comentarios:

  1. Precioso. Gracias. "Mundo de lo prometido, agua. todo es posible en el agua" Pedro Salinas.

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    1. Poesía sencilla y profunda la de Pedro Salinas. Por él conocimos a Proust. Me encanta que lo cites.

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  2. Gracias Ana. Escalofrío en la piel mientras leo sumergido no sé dónde.

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Estos son los que no se callan, y me encanta que así sea