domingo, 28 de septiembre de 2014

Secuencias que me fascinan II


He elegido esta escena, primero porque es un plano secuencia y ya sabéis que me enamoran, y segundo, porque al verla aislada del resto nos hace creer que es una película cómica, agradable y muy divertida. La veo una y otra vez cuando ando baja. Los adoro a los tres, pero el juez es mi debilidad en esta secuencia.




El secreto de sus ojos es una película maravillosa de Juan José Campanella. Al verla completa te das cuenta de cómo el director da prioridad a la realidad y la rellena de conflicto y ritmo. Vidas como la tuya o la mía, anónimas, thriller, humor, drama y toda clase de amor, del callado, el brutal...También hay mucho miedo: a la supervivencia, a la equivocación, a la soledad, a no atreverse. (Inciso) El miedo lo paraliza todo. Hay que equivocar el camino si es necesario, no debemos dejar de andar. Arriesguémonos siempre.

Dicen que lo que quiera que sientas o seas se transmite a través de los ojos, hay que buscar esa mirada y hallaremos su secreto. Como contaba en Plenilunio Antonio Muñoz Molina, hay que mirar a los ojos pues ellos te dirán la verdad. Y si algo tiene esta película es verdad. Sin un buen guión y unos buenos y creíbles actores, no tenemos nada, y esta cinta conmueve, trastoca desde el principio. Hay un punto que flojea, pero luego remonta con ese sorprendente final. Se dicen cosas tan ciertas en El secreto de tus ojos que asustan y emocionan.

Campanella mezcla a la perfección el sentido del humor y el contenido dramático. En esta secuencia disfrutamos mucho de lo primero. Ese juez interpretado por Mario Alarcón que comienza su monólogo de espaldas y se va girando lentamente mientras pronuncia con deleite “… usted se caga en la orden que yo le di” entonces comienza su caminar por la estancia con su porte envarado, tieso, sintiendo la rigidez corpórea de  su cargo, y entran en plano el resto de personajes, una pareja cómica formada por Ricardo Darín y Guillermo Francella, callados y temerosos como niños  reñidos por su profesor, en algún momento parece que uno de ellos va a echarse a reír o que gesticula creyéndose fuera de cámara, por lo general aguantan bien el tipo. Y ella, Irene (Soledad Villamil) convidada de piedra en toda esta bronca del juez a sus subalternos, observadora estoica un tanto mosqueada por lo que ha pasado.

Lo que me encanta es que cuando el juez deletrea el apellido Espósito, justo cuando calla en el  “si” se escucha claramente el tic tac duro del reloj marcando la tensión de la pausa, y cuando por fin Darín dice “to” el gesto de Guillermo relajando y agachando la cabeza, asumiendo que les han pillado, (que contrasta con el plano en corte siguiente: “Hay que negarlo Benjamín, eh. Yo no fui, yo no estuve…”) y esa frase de Benjamín “Discúlpeme Doctor pero me parece que aquí está pasando algo extraño”,  porque tanto el juez como nosotros sabemos que lo hicieron, estuvieron donde se les dijo que no debían estar bajo ningún concepto.

El personaje del Juez Fortuna Lacalle es tan creíble y genial que hasta acojona pensar en un superior así y tener que verlo cada día.


No sé cuántas veces tuvieron que repetir ese plano secuencia, pero Mario Alarcón aguanta la mirada de los otros dos, y sus largas pausas de una manera tan sencilla que incluso parece una única toma, como si no le hubiera costado ningún esfuerzo, ningún ensayo.

Podría haber elegido esta otra, la del bar, donde se conversa, se pone uno pedo, se desahoga nuestro tierno personaje Sandoval. La secuencia donde se desentraña y descubre a Espósito lo que nunca cambia, la pasión. Pero es otra historia.


Quiero pasión, aunque ésta sea efímera. Porque, ¿cómo se hace para vivir una vida vacía? ¿Cómo se hace para vivir una vida llena de nada?¿Cómo se hace? 



sábado, 27 de septiembre de 2014

Incompatibilidades


El ser humano siempre se ha caracterizado por el miro mi ombligo y a los demás que os den o el yo soy así, ¿qué pasa?  Eso es así de siempre, pero cuando ese que os den tiene que ver con romper mí silencio matutino  me jode un montón, y por mucha tradición que exista en ciertos comportamientos desde tiempos inmemoriales, no da derecho ni debería garantizar su supervivencia hasta los restos.

Me niego y reniego.

¿Dónde se quedaron aquellos rumores de tambores lejanos, cuando la llegada del fin de semana era preludio de películas del oeste en horas vespertinas? (Oeste americano, se entiende; que con los años una ya ha aprendido que los mismos movimientos migratorios y de conquista han existido en el Este; con bastantes similitudes, solo que al otro lado más desconocido). De todas formas el mundo entero se ha visto conquistado con el cine de Hollywood, eso es más que evidente, ellos como nadie han sabido hacer de ese arte un Entretenimiento con mayúsculas…Pero a lo que iba, ¿dónde quedaron esos sonidos que nos transportaban a tierras vírgenes, misteriosas y secas bajo un sol de justicia donde sólo sobrevivía el más fuerte? Porque ahora, el único rumor que intenta imitar tambores lejanos que escucho es cuando por mi calle pasa a velocidad no permitida, uno de esos vociferantes altavoces con cuatro ruedas que dejan la estela de ritmos nada armoniosos que resultan ser en realidad el llamado e insufrible reaggeton. 

Quizás habrá poderosas razones para su existencia, todo puede ser en esta vida que diría mi abuela, pero qué queréis que os diga, tengo una capacidad de aguante inconmensurable, y aun así, ese ritmo me supera, me enerva toda. Llamadme exagerada o lo que gustéis, pero no soporto esos ruidos latinos ni lo cutre que los rodea. Me quedo con Tuco y su primo, con Pollos Hermanos o con Marco Ruiz (Ruis, que pronuncian los gringos), pero por favor, no venir a perturbar la paz de mi hogar cuando volvéis de juerga nocturna a las siete de la mañana, NO el único día que puedo dormir a pierna suelta, al menos, una hora más de las casi cinco diarias que me arreo.

Recordad, amantes del voy a toda virolla y te vas a enterar de cuando paso, en este mismo planeta vivimos muchos más. En serio, no estáis solos aunque vuestros oídos ya sólo escuchen el pum pum pum perenne dentro de vuestro habitáculo móvil,  y os hagan parecer autistas frente a la palabra o a otros sonidos más molones.


Hay algo más, otra forma de comunicación, y os aseguro que suena mucho mejor.



sábado, 20 de septiembre de 2014

La noche de los tiempos



Acabo de finalizar el último capítulo de la serie Brideshead revisited (Retorno a Brideshead) y permanezco silenciosa como antaño, cuando la vi estrenar en TV, con una sensación de nostalgia tremenda, un sentimiento de desahucio que me invade y mantiene ajena a lo que ocurre ahí fuera. Introspección sin paliatiavos de esa que he aprendido a disfrutar algunas veces.
Y como siempre, una cosa me lleva a otra sin remedio, la mente, que no descansa...Y me ha hecho recordar a Ignacio Abel, un hombre solo; parecida soledad a la de Charles Ryder llorando sentado en esa escalera de aquella inmensa mansión mientras lo abandona Julia que se aleja escaleras arriba. He conocido hombres tranquilos en el cine y la literatura, pero sin duda el personaje encarnado por Jeremy Irons es el patrón perfecto de quietud, toma las cosas de manera relajada y tranquila, jamás pierde el control aunque le eche la pota a los pies un desconocido Sebastian,... aunque al final se derrumbe un poco y nosotros con él tras diez capítulos. Siento ternura por el capitán Ryder, sin hogar, sin hijos, sin amor; pero sobre todo por su capacidad de aceptación y de sobrellevar el drama.

Tuve memoria de Ignacio Abel allá por el mes de mayo de 2010. ¡Qué lejos quedan los días! Pasan a una velocidad tan brutal que da vértigo.

Dejo aquí la pequeña reseña que hice para melibro.com:

La noche de los tiempos, de Antonio Muñoz Molina

Cuando me encontré con Antonio Muñoz Molina en el Colegio de Arquitectos de Valencia, le pregunté, entre otras cosas, si tendríamos sus lectores el placer de leer pronto algo nuevo. Me dijo que sí, pero que todavía tardaría un poco en editarse ya que era una novela más larga y contundente, y le estaba costando.

Después de leerla entiendo que le dedicase tiempo, es espléndida y maravillosa. Su novela más audaz hasta el momento.

La sensibilidad de  Muñoz Molina es sublime, la pone en todo lo que escribe. Me siento tan cercana cuando me cuenta algo, lo que sea, que no puedo evitar sentir nostalgia de tiempos pasados que no conozco y aún así padezco.

En esta novela, Antonio es un observador fiel de la vida de Ignacio Abel, un arquitecto madrileño que, durante su marcha de España y sus viajes por ciudades de Estados Unidos, hace balance de su historia reciente, personal y profesional, que dio comienzo a finales de 1936, cuando conoció a Judith Biely.

Lo deja todo, y lo recuerda todo, incluso la frialdad e indiferencia con la que trató a algunas personas que en momentos de la vida se le acercaron. Es un hombre triunfador, con su vida bien asentada, al que se le derrumba toda su estructura en unas pocas semanas. Rompe en pedazos su matrimonio, abandona a sus hijos, y todo por esa necesidad de amor, amor que siendo niño perdió.
Ignacio es un hombre que no tuvo infancia; es lo que es por un ansia de salir del lugar que como hijo de sus padres le correspondería. Acaba ocupando su sitio en el mundo, pero sin saber que un amor a escondidas, al que se rinde, va a hundir su vida entera, sin compasión.

El comienzo de la guerra civil en nuestro país ha abierto brechas en las ciudades y los pueblos, la crispación se nota y se sufre. Momentos muy difíciles que crearán el desconcierto en una sociedad rota. De vestir elegantemente, pasa a ser un hombre anónimo, al que nadie mira en los andenes de las estaciones de tren. Va triste, sucio y roto por una ciudad extranjera en la que cree oír su nombre desde la lejanía; sin soltar la última carta de su mujer y empezando una nueva vida en la soledad de un lugar ajeno y desconocido.

Es Muñoz Molina el que grita su nombre a cierta distancia, él, el que pasea por las calles de ese Madrid que huele a desastre, él, el que lo sabe todo de este hombre: a veces cobarde, otras, sólo un hombre silencioso que amó profundamente a una mujer.