Acabo de finalizar el último capítulo de la serie Brideshead revisited (Retorno a Brideshead) y permanezco silenciosa como antaño, cuando la vi estrenar en TV, con una sensación de nostalgia tremenda, un sentimiento de desahucio que me invade y mantiene ajena a lo que ocurre ahí fuera. Introspección sin paliatiavos de esa que he aprendido a disfrutar algunas veces.
Y como siempre, una cosa me lleva a otra sin remedio, la mente, que no descansa...Y me ha hecho recordar a Ignacio Abel, un hombre solo; parecida soledad a la de Charles Ryder llorando sentado en esa escalera de aquella inmensa mansión mientras lo abandona Julia que se aleja escaleras arriba. He conocido hombres tranquilos en el cine y la literatura, pero sin duda el personaje encarnado por Jeremy Irons es el patrón perfecto de quietud, toma las cosas de manera relajada y tranquila, jamás pierde el control aunque le eche la pota a los pies un desconocido Sebastian,... aunque al final se derrumbe un poco y nosotros con él tras diez capítulos. Siento ternura por el capitán Ryder, sin hogar, sin hijos, sin amor; pero sobre todo por su capacidad de aceptación y de sobrellevar el drama.
Tuve memoria de Ignacio Abel allá por el mes de mayo de 2010. ¡Qué lejos quedan los días! Pasan a una velocidad tan brutal que da vértigo.
Dejo aquí la pequeña reseña que hice para melibro.com:
La noche de los tiempos, de Antonio Muñoz Molina
Cuando me encontré con Antonio Muñoz Molina en el Colegio de Arquitectos de Valencia, le pregunté, entre otras cosas, si tendríamos sus lectores el placer de leer pronto algo nuevo. Me dijo que sí, pero que todavía tardaría un poco en editarse ya que era una novela más larga y contundente, y le estaba costando.
Después de leerla entiendo que le dedicase tiempo, es espléndida y maravillosa. Su novela más audaz hasta el momento.
La sensibilidad de Muñoz Molina es sublime, la pone en todo lo
que escribe. Me siento tan cercana cuando me cuenta algo, lo que sea, que no
puedo evitar sentir nostalgia de tiempos pasados que no conozco y aún así
padezco.
En esta novela, Antonio es un observador
fiel de la vida de Ignacio Abel, un arquitecto madrileño que, durante su marcha
de España y sus viajes por ciudades de Estados Unidos, hace balance de su
historia reciente, personal y profesional, que dio comienzo a finales de 1936,
cuando conoció a Judith Biely.
Lo deja todo, y lo recuerda todo, incluso la
frialdad e indiferencia con la que trató a algunas personas que en momentos de la vida se le acercaron. Es un hombre
triunfador, con su vida bien asentada, al que se le derrumba toda su estructura
en unas pocas semanas. Rompe en pedazos su matrimonio, abandona a sus hijos, y todo
por esa necesidad de amor, amor que siendo niño perdió.
Ignacio es un hombre que no tuvo infancia; es lo que es por un ansia de salir del lugar que como hijo de sus padres le correspondería. Acaba ocupando su sitio en el mundo, pero sin saber que un amor a escondidas, al que se rinde, va a hundir su vida entera, sin compasión.
El comienzo de la guerra civil en nuestro país ha abierto brechas en las ciudades y los pueblos, la crispación se nota y se sufre. Momentos muy difíciles que crearán el desconcierto en una sociedad rota. De vestir elegantemente, pasa a ser un hombre anónimo, al que nadie mira en los andenes de las estaciones de tren. Va triste, sucio y roto por una ciudad extranjera en la que cree oír su nombre desde la lejanía; sin soltar la última carta de su mujer y empezando una nueva vida en la soledad de un lugar ajeno y desconocido.
Es Muñoz Molina el que grita su nombre a cierta distancia, él, el que pasea por las calles de ese Madrid que huele a desastre, él, el que lo sabe todo de este hombre: a veces cobarde, otras, sólo un hombre silencioso que amó profundamente a una mujer.
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Estos son los que no se callan, y me encanta que así sea