martes, 14 de julio de 2015

Los arrebatos son para el verano


Anoche me acosté leyendo tu texto y apareciste a mi lado en cuanto Morfeo me llevó con él.

Andas hacia mí como el que todavía quiere ocultarse a la mirada, el que todavía no desea desvirtualizarse por un motivo que desconozco, pero te veo y decides seguir caminando para decirme hola. Y eso es lo que nos decimos, un hola muy tranquilo, como los que se conocen desde hace mucho y se esperan. Bajas la mirada hacia el suelo para no mantener contacto visual, no todavía, y ves mis pies desnudos cubiertos de arena húmeda. Estiro el brazo y me permito la osadía de acariciarte el pelo, de tocarte, eso que he estado tiempo pidiéndote con señales y palabras.

—Te lo has cortado mucho.
—Sí, lo he hecho, el calor, ya sabes.

Andamos hacia el porche de la casa de la playa hablando con monosílabos, y cuando te apoyas en la pared como el que se siente vencido y dispuesto a explicarse, te beso. De la misma forma que te acaricié la cabeza,  sin preguntar, busco tus labios con los míos sin dejar de mirarte y todavía incrédula de que estés aquí, conmigo.

Tú callas y yo no sé qué más hacer, salvo no querer ninguna explicación tonta de por qué has tardado tanto en llegar. No la necesito, de verdad.
Por primera vez sonríes y me atraes hacia ti con mucho cariño.

— ¿Tanto miedo tenías de venir?
—Sí lo tenía, sí, lo confieso. Suena pueril  viniendo de un ególatra como yo.
—Nadie está a salvo de parecer tonto alguna vez. Los hay que hasta repetimos diez.

Cierro los ojos y me rozo con tu piel como si dispusiera de todo el tiempo del mundo. Mientras lo hago, noto que no has viajado solo, una presencia fuerte te acompaña, la de ese hombre al que temo enfrentarme porque ya se lo dije casi todo en otra vida, y de nada sirvió, al menos a mí. Ese hombre del que nunca se supo si va o viene, el que aún me emociona y me intimida a partes iguales, al que huelo siempre, por el que sigo siendo un puzle a medio montar.

—No te sientas mal por lo que nos escribimos; aquellas conversaciones fueron arrebatos lujuriosos que me alegraron infinitamente esos sábados de verano. Jugabas y yo también, ya somos mayorcitos, ¿no crees? La pena fue que al principio te rajaras, que no posibilitaras el demostrar la ética de disponibilidad de Antonioni, y me dejaras sin disfrutar de reírnos juntos de la vida, porque estoy segura que lo habríamos hecho, eso, y quedar mucho más amantes que ahora, pasara lo que pasara. Bueno, al final parece que le distes muchas vueltas a la cabeza.


Anda, vamos a bañarnos, te digo. Ya tocarás el piano cuando la luna se haya marchado, este verano estoy sola en casa. ¡Venga, grito mientras me alejo, persígueme como cuando éramos críos y estábamos en el pueblo!

©Ana Meca


4 comentarios:

  1. Que facilidad tienes. Me encanta !!!!

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  2. Muy bonito el relato, tus sueños me transmiten paz.

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  3. Que bien contado, Musettilla...

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Estos son los que no se callan, y me encanta que así sea