Me gusta
muchísimo la serie de televisión Mad Men.
En Mad Men
ningún personaje busca la empatía inmediata con el espectador, y eso me hace
libre para mostrar cualquier sentimiento. Desde la indiferencia al cariño,
pasando por el rechazo, me los provoca todos.
Es una serie
con diálogos brillantes y certeros construida a base de detalles, cuya
importancia le confiere ese halo de credibilidad y realidad brutal. Curioso que
la parte de la audiencia que dice aborrecer la serie, se quede solo con que se
bebe y se fuma mucho, y que todos se pregunten qué vemos las mujeres en un hombre
como Draper, tan prepotente, oscuro y mujeriego.
Veo a un
falso triunfador con un espíritu
atormentado que nunca se muestra conforme, la tristeza lo rodea. Baja a los
infiernos, salta tapias de palacios…abre puertas, cierra otras. Tan indefenso por un dolor
de muelas…
Como mujer y
como espectadora puedo decir que me
gusta ese desequilibrio, el magnetismo que desprende, y que no gustándome nada
que en mi vida real me mientan o engañen, sin embargo, me fascina su conflicto
interno, el “¿quién demonios eres, Don?” porque a ese lo puedo controlar.
No quiero que nadie le redima ni lo
salve porque sería irreal; porque a un tipo así no lo doma ni dios (si
existiera). Me gusta que pase su vida aparentando y que no sea quién dice ser.
Al fin y al cabo vive vendiendo humo a los incautos como nosotros; es un
experto, lleva toda la vida haciéndolo. Y además, en la
serie nadie es quien dice ser, absolutamente nadie. Hacen de la mentira y la
apariencia un estilo, que gracias al director artístico resulta magnífico,
reflejando cada época con toda perfección.
No os quedéis con lo que ocurre en
primer plano, observar los segundos y los terceros: hay toda una vida allá detrás.
Los
detalles, la importancia absoluta del detalle bien construido.
La ficción
es más real que la vida misma, siempre me lo parece. La ficción nunca miente. Y
a mí, Mad Men, siempre me dice la verdad.
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Estos son los que no se callan, y me encanta que así sea