¿Qué nos estamos haciendo? ¿Qué
tipo de sociedad hemos creado?
Todo lo que se logró a base de
esfuerzo, trabajo y sufrimiento se va a la mierda más absoluta conducido por
una pandilla de ignorantes natos, un grupo de arrogantes que, viviendo en un
plano totalmente abstraído del resto, creen gobernar con acierto, cuando lo único
cierto es que ni siquiera saben hablar, provocando así un asco tremendo cuando
abren la boca o ejercen su, según ellos, pleno derecho a hacer y deshacer a su
antojo porque han sido votados por mayoría….Como si las papeletas dieran
derecho de pernada, ¡nos ha jodido! Manejan el dinero de todos como si sólo les perteneciera a
ellos. Roban a manos llenas delante de nuestras narices con total impunidad. Me
da igual cómo se apelliden, vomito, y mucho.
¡Cuánta estulticia! ¡Cuánto necio
por metro cuadrado!
Y esto nos lleva sin pausa al
mayor desastre, al desequilibrio fatal, incluso mental, y a la pérdida de lo que es fundamental en el
ser humano: el sentimiento afectivo, la empatía.
Ya no hay empatía, sólo existe el
‘yo, mi, me, conmigo’. No se cumplen las promesas. Todo el mundo miente. No se
nos trata como a personas, somos ‘eso que molesta y jode’, se persigue al que
tiene el agua al cuello para acabar de hundirlo. Se practica
mucho la irresponsabilidad y la desfachatez mirando a otro lado. Nos hacen
invisibles, no quieren vernos. Su emplazamiento en plano ¿¡superior!? impide observar el desastre al que nos conducen
sin piedad, y con saña contra los más desfavorecidos. Nunca sabrán lo que es no
tener para comer, se gastan miles de euros en globos para cumpleaños, y mandan
arrancar con nocturnidad y muy mala leche, mamógrafos y otros aparatos médicos
que cuestan un dineral, desmantelando todo, privatizando todo. Cagándose
en todos.
Desde su atalaya, creen que nunca
les va a tocar nada de todo esto, que no les repercutirá…
Me cago en los que se creen
intocables.
Me gustaría que por una o dos
veces la vida les escupa su propia mierda a la cara. A todos ellos sin excepción.
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Este prólogo me lleva al terreno más
personal, el más cercano, porque por todo lo que estamos viviendo seguimos a
rajatabla el ‘tanto tienes tanto vales’, y no, no me gusta nada, ya no queremos
conocernos; somos egoístas al máximo. Estamos tan acostumbrados a las prisas,
al querer conseguir las cosas, los sueños,
el éxito inmediatamente, que ya nos importa un pijo las pequeñas cosas, conocer
a alguien, darnos tiempo, mirar a otra persona con calma y verla de verdad. Nos
es mucho más fácil etiquetar, y si existe un obstáculo, aunque éste sea nimio y
salvable, tomamos la firme decisión de apartarnos y olvidar. Momentos cerrados
a cal y canto por culpa de un viento gris que deshizo todo el encanto.
Qué pronto olvidamos que nuestra
vida, ese camino, depende tanto de sencillos pasos, de pequeñas decisiones
diarias, de momentos y hábitos simples. La constancia es primordial y eso es lo
que más nos cuesta mantener.
A veces, creemos que avanzamos
más deprisa con arrebatos, y no, todo tiene su cadencia, su ritmo. Hemos de
medir los impulsos para no perdernos algo que pueda ser vital. Y no estoy
hablando de despojarnos de la pasión, para nada, la necesito para sobrevivir. Hablo de cierto reposo antes de tomar
decisiones, de darnos la oportunidad para mirar y ver en todo su amplio
significado lo que se nos aparece delante, ya sea de forma casual o previsible.
De ser claros, de esperar un tiempo para acompasar nuestro ritmo al de la otra persona; si
todos lo hacemos nos encontraremos en el punto medio, ese lugar virtuoso donde
comenzar algo, lo que sea.
¡Miremos, joder!
Y cuando estemos conectados
visualmente, hablemos y escuchemos. Es más fácil de lo que crees.
Un poco de empatía, por favor,
que todavía quedamos alguna a la que importan las palabras. Somos pocas, pero todavía creemos que es posible.
A Pilar, Mercedes y Alicia.
"Se puede vivir una larga vida sin aprender nada. Se puede durar sobre la tierra sin agregar ni cambiar una pincelada del paisaje. Se puede simplemente no estar muerto sin estar tampoco vivo. Basta con no amar, nunca, a nada, a nadie. Es la única receta infalible para no sufrir.
Yo aposté toda mi vida a todo lo contrario."
Caballos Salvajes (1995), de Marcelo Piñeyro