Me gusta cruzarme con un tipo por
la calle que escupa a mis pies, y más me gusta si alcanzo a ver el esputo del
color que sea, con textura sólida y me salpique; eso me encanta.
Me gusta que me digan “te amo, sé
mi compañera de vida” y cuando cruzas el charco dejándolo todo atrás buscando
una vida mejor, me reciban con una botella de vino marca “la relación me viene
grande, ¿no has pensado en compartir piso con otra gente? Me fascina esto
mucho, y que no me respeten más.
Me gusta cuando dicen “no te lo
conté porque no tiene ninguna importancia” y al pasar unos días lo que no era
importante para nada, pase a ser Todo. Me encanta que se rían de mí a la espalda, me fascina ser la última en
enterarme de mis cosas.
Me gusta bastante el olor
nauseabundo de la nave, que antes fue Nestlé y después Uralita, durante toda mi
jornada laboral. Que el programa informático que utilizo falle todos los días haciendo
mi trabajo nada pesado me priva.
Me gusta que, sin venir a cuento,
me piquen las manos, se hinchen y duelan a rabiar. Me encanta no saber por qué.
Me flipan los brotes alérgicos.
Me gusta mucho tener que
comprender y empatizar con todo el mundo y que ni un solo habitante de este
jodido planeta se moleste en absoluto en ponerse en mi piel, entenderme o
conocerme tan sólo cinco minutos; ¡venga va, dos!
Me gusta tanto ir de paseo por la
ciudad e ir sorteando vómitos, orines o mojones de animal que si no huelo el
aroma que desprenden no me siento dichosa.
Me gustan los domingos por la
noche cuando soy consciente que al no tener rentas de las que vivir me quedan
pocas horas para levantarme e ir a trabajar. Me encanta el olor de la fideuá
recalentada en el microondas un lunes, porque me recuerda lo mismo, que he de
trabajar.
Me gusta cuando, gratuitamente, la
gente dice cómo has de sentirte, cómo
has de ser: siempre feliz. Me encanta que no me dejen deprimirme o
entristecerme por lo que sea que me apetezca hacerlo. Me gusta que no respeten
mis silencios.
Me encanta ir escribiendo esto
mientras camino por la calle a las siete de la mañana porque me fascina no
entender nada después.
Me encanta olvidarme de extraer
con sumo cuidado las etiquetas de la ropa que
me pongo porque raspan mi espalda durante todo el día. Me gusta tanto ese
sinvivir que lo hago a menudo.
Me gusta demasiado cuando la
gente fuma a las 6.30h en la parada del bus, me encanta cuando me alejo y ellos
me siguen apurando el cigarro a extremos inimaginables, igual que hago yo cuando como
chocolate negro, así.
Me subliman las cefaleas
tensionales brutales y el síndrome de colon irritable, ¡no imagináis cuánto!
Me agrada entrar en casas con mascotas
de pelo, que te digan que han limpiado cuando no es así, y que lo de las
alergias está en la mente. Sí, eso me cautiva.
Me gusta la cerveza caliente, el
pan mojado por la boca de un bebé, el recuerdo de colillas en el agua (y añadidos) recalentada
en los bordes de la piscina municipal, que la gente se preocupe por el qué
dirán o harán los demás, que nos enfademos por chorradas, enterarme demasiado pronto de las verdades de la vida y la muerte.
Me alucina que no vayas a hablarme nunca más, que todas las palabras y las risas se las lleve el viento.
Me encantan los doblajes de
series y películas, encontrarme canas por todos sitios, la enfermedad y el frío metido
en el cuerpo.
Me flipa que cambiemos la hora
porque a un astrónomo y entomólogo neozelandés le viniese bien levantarse antes
de la cama para su recogida de insectos, gracias George Vernon Hudson; y a ti
también Alemania, gracias crisis del petróleo del 74.
Me gusta muchísimo el cariz
político que está tomando esta sociedad, la podredumbre de los medios de
comunicación, la corrupción sin consecuencias, las injusticias, la maldad, la intolerancia, la xenofobia,
el maltrato de cualquier tipo, la violencia…
Podría seguir hasta el infinito
porque existen millones de cosas fascinantes pero lo dejo en esos puntos
suspensivos. Seguro que a ti también hay
muchas cosas que te privan tanto o más que a mí, me gustaría, me encantaría que
me las contaras, soy toda ojos.
Otro día os cuento lo que no me gusta.
Me encanta explicarle a mis hijos que sin estudios no llegaran a ningún sitio y que traigan cinco cates, me fascina ver al pinche de mi vecina horas y horas encerrado en el patio trasero de la casa rodeado de sus propios excrementos, me flipa escuchar a otra decirle a su hijo de cinco años toda clase de improperios a voz en grito, me subyuga como una parte de la población insulta a la otra para defender su verdad... y así hasta el infinito y más allá!!!!!!
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