sábado, 14 de marzo de 2015

¿Cómo se llama cuando dejas de percibir el peligro?


No sé qué demonios me ha sucedido, de verdad, no encuentro explicación lógica.

Hoy, mes 3 día 14 del año 15 a  las 9:26:56 h me he despertado con la exactitud de un reloj suizo, he ido a mear y a beber agua, sigo sin gusto y casi sin olfato. Todo normal.

Es un sábado cualquiera, me decía mientras camino por las calles de Russafa  hacia el Mercado Central, lugar donde estacionar mi cuerpo unos minutos al sol. Hoy no llevo libro y la batería del móvil es escasa pero puedo ir escuchando música un poco más.

Y sin pensar, mis pies han hecho el mismo recorrido que otras veces, me he encontrado con monumentos a medio montar, vallas y sacos de arena apilados por todas las esquinas, negocios de comidas de saldo inexistentes hasta ayer esperando hacer fortuna durante toda la semana, carpas inmensas: blancas, azules, zonas acotadas para divertimento de pólvora, y pese a todas estas grandes señales que me indicaban la cercanía de un peligro inminente, he seguido andando hacia el horror para una persona que sufre agorafobia, morir rodeada de gente que no conoces, ni puedes oler, alabada sea la faringitis que me tiene sin olfato.

Me metía por la parte delantera de unas vallas cuando me he dicho: no, por ahí no que hay mucha gente. ¡Maldito error bizarro! He navegado entre personal distinto sofocándome más por momentos, sin ver la salida y sin respiración. ¿Pero qué pasa? ¿De dónde sale toda esta gente? 
He experimentando todas las fobias: a los espejos, a cruzar la calle, a los objetos que están cerca de la parte derecha del cuerpo, a volverme loca, a la doble visión, a las cosas asimétricas, al desorden, los rayos gamma y a los agujeros negros, a las bacterias, al sol, al sonido, a las profundidades y a los sapos. He avanzado un poco más hasta que casi ahogándome he topado con la mirada de censura de un padre de familia, de tres niñas para más exactitud, que me ha hecho muro junto a su amada esposa a la que ha besado sin ganas.  Los he mirado y les he dicho en un correcto castellano: Quiero pasar al otro lado. No. Cómo que no, ¿voy a tener que tragarme esto (mascletà)? Sí, porque no puedes pasar, todo esto que ves está lleno de más carros de niños, de más familias.

High noon, sola ante el peligro, rodeada de malignos seres de una raza a la que no pertenezco, que clavan su mirada y sus codos en mí. Angustia.

He sentido la necesidad imperiosa de mentir, de gritar que se ha muerto mi abuela o algo así con ese dramatismo lorquiano, pero respirando hondo (aquí vuelvo a dar gracias a mi faringitis, que me lleva acompañando una semana, por mantener mi olfato nulo) he optado por esperar impaciente el comienzo del evento.

He escuchado el ruido atronador de la pólvora entre conversaciones con acentos varios, aplastada contra esta familia que hacía fuerza por apartarme a su vez de ellos (y eso que huelo mejor que bien), apretujada a mi retaguardia por dos carros de niños durmientes que en vaivén tocapelotas me daban en la espinilla con sus ruedas una y otra vez y otra más, y por mi frente, formando parte sin pretenderlo de un grupo amplio de adolescentes con el mismo tipo de gafa de sol y peinado donde yo no encajaba nada, obvio.


Vestida de negro, con pañuelo al cuello, guantes en los bolsillos, paraguas en el bolso y sin protección solar. ¿Por qué no he retrocedido cuando todavía estaba a tiempo? Saber que estaba siendo absorbida por la multitud y no hacer nada por evitarlo, ¿acaso existe una explicación aceptable a tan tremendo despropósito? ¿Dónde queda la razón entre el perímetro de una circunferencia y su diámetro? Justo frente a mí, en la sudadera negra de un pollo. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Estos son los que no se callan, y me encanta que así sea