martes, 8 de diciembre de 2015

Ole sokea


A veces las notas no son como las imaginamos. Son sólo trozos de papel en el que se escribe algo que se desea a cambio de haber alcanzado una puntuación más elevada en la lista de alguien.



A veces las notas, las que quieres, no llegan y la culpa es toda tuya, por querer, por imaginar, por crearte expectativas, por creer que sí se puede. Añoras las notas sencillas y directas pasadas de mano en mano durante la clase, con ese miedo que te hace temblar por si es interceptada por el profe. Cuando eres estudiante, cuando eres niña, todo se ve claro, incluso a los mayores que fingen, sobre todo eso. Ves cristalinas sus mentiras.

Y esa claridad pueril, aparece convertida en imágenes de Super-8 mientras escuchas, ya en la madurez, tu lista de canciones favoritas que día a día se hace más y más larga. La música no tiene fin; dicen que no te gustarán nuevas cosas eternamente, que llega un momento en el que te estancas, yo creo que esa regla inventada es falsa, no tiene nada que ver con el año de tu nacimiento, sí con tus inquietudes artísticas. Me gusta la gente con curiosidad, incluso aquellos que parecen seguros y no lo son tanto pero lo intentan, los miedosos me aburren.

La música atrae los recuerdos sin filtrar, tan aleatorios como esas canciones que van apareciendo en el reproductor. En ocasiones la melancolía invade tu cerebro de una manera brutal por cosas que sólo has imaginado con alguien que ya no está o que fueron reales y no aciertas a responder para qué.
Otras, te imaginas a ese amigo tuyo del alma bailando, deslizándose por la pista tímido, y con su parte tierna tan escondida que nadie la ve, ni siquiera él.

¿Todo va a ser tan complicado desde ahora como lo está siendo desde hace unos años? Pues, vaya mierda.

Quiero escribir y no me atrevo. Es más, me aterra la sola idea de escribir aquí ese “quiero escribir”. He estado pensando varias semanas sobre algunos temas que me rondan, éste no es ninguno de ellos, y no me he atrevido a sentarme con la intención exclusiva de soltar sobre el teclado cualquier historia inventada o no.
Principios de diciembre y me confundo con el frío, ese que deja mi cuerpo envarado y robotizado; mas mi cerebro, mis órganos vitales, mis venas y arterias, todo sigue muy caliente ahí dentro, en este cuerpo blanco a medio arreglar.

Sí, todas las putas canciones hablan de mí, y si no es así, me lo invento sobre la marcha,…

Y de repente, me veo sentada a la orilla de un mar lejano, entre redes, grandes agujas y pequeñas barcas que nos protegen de la arena que se revuelve por ese pequeño temporal que azota la costa. El aroma del pescado fresco y la sal lo inunda todo: mi cabello corto, mis ropas sucias, mi piel ajada y morena.

El frío ha llegado a mis manos que cubro con mitones sin dedos. No las puedo calentar con nada. Me pongo a jugar con lanas y tampoco, el frío se traspasa de mi gancho del 9 mm a mis manos y viceversa, y lo dejo por imposible, pero me gusta tanto tejer que lo medito; si las situaciones me gustan, regreso feliz a ellas para vivirlas el máximo tiempo permitido.

De todas las cosas que no quisiera nunca hacer de manera consciente o inconsciente, dañar a otra persona es la primera de la lista. Sé que no estoy vacunada contra ello y que la convivencia en sí ya es terreno abonado para que en algún momento suceda, pero que sepáis que estoy en contra. Por otro lado, tampoco creo que deba pedir disculpas por sentirme feliz en momentos muy concretos, con alguien en particular, por decirlo o por querer más besos.

Mi mente no planea, los sentimientos van por libre. Al principio eriges un pequeño muro para resguardarte, pero éste se puede hacer trizas en un segundo.

Sí que hay límites, sí, parece que siempre los hay, a ver si lo aprendo algún día y dejo de saltármelos para no herir o enfadar a otros.

Y mientras, la música fiel cantándome mi vida desde mi lista de favoritos en modo aleatorio, para que cualquier canción sea inesperada.

Ilustración Ana Meca sobre unos pajarillos de Nurica

Caminando por la calle Ana María Matute de este pueblo donde vivo, salta la canción de Jens Lekman, y en ese mismo instante una bandada de aves aparece ante mi vista cruzando el cielo limpio de nubes. El arpa del comienzo juega con sus movimientos ondulados, ese planear perfecto en el aire, buscándose, alejándose para regresar al lugar asignado; todo mientras suena “Your arms around me”. Me parece un momento tan emocionante que soy feliz mientras dura, hasta que no queda ni un solo pajarillo en el rectángulo amplio de cielo que alcanzo a ver desde mi punto fijo en la tierra. Ninguna persona que se cruzó conmigo miró el espectáculo, yo fui única testigo de la naturaleza y sus leyes.





Llegué unos minutos tarde a clase a pesar de que el argentino me azuzaba desde el hall con sus gritos de viernes. Pero mi sonrisa no me la iba a quitar nadie aquella mañana, es mi espada, y caminaba al compás de la canción que siguió sonando hasta llegar a la puerta del aula técnica 3.

We watch, we listen and we remember.
Siempre





No hay comentarios:

Publicar un comentario

Estos son los que no se callan, y me encanta que así sea