domingo, 27 de noviembre de 2016

Gravedad cero sobre Berlín

Por la amplia plaza de mi imaginaria Berlín, transitan y se mezclan los autóctonos con los turistas. Mi pareja y yo deambulamos entre ellos sin rumbo fijo, merodeando y empapándonos del ambiente. Un grupo de personas que habla nuestro idioma, bailan rock'n'roll vestidos para la ocasión, mientras otros reparten octavillas para que te unas a sus cursos de baile.

El pavimento, como las fachadas de los edificios que nos rodean, es de piedra porosa redondeada por el paso del tiempo y la climatología, parecen acolchadas a simple vista, mas al tacto noto su dureza y frialdad real. Piedras centenarias, me digo mientras voy girando 360º para quedarme con toda la panorámica en mi cabeza.

Los edificios forman una L del rectángulo, en el encuentro de ambas rectas un gran escalera sube hasta la biblioteca. Pienso en la película “El cielo sobre Berlín” de Wim Wenders y busco a ese par de ángeles, pero no los veo. ¿Pretenciosa, falsa, boba y sensiblera? ¡Boyero es un mamonazo!

Al otro lado de las construcciones, el agua cristalina. Me encuentro en una ciudad de interior que inexplicablemente se asemeja mucho más a Venecia.

El hombre con el que estoy (lo sé porque hay deseo y complicidad) charla relajado con otra persona y yo me siento a esperar sin dejar de contemplar lo que tengo delante.

La silla se mueve, lo noto, y cuando me doy cuenta me he alzado unos metros del suelo y puedo ver la luna en lontananza. Vuelvo a bajar, me impulso más fuerte para verla mejor.

El vértigo se apodera de mí al principio, estoy volando agarrada con ambas manos a una silla, ¿no es increíble? A ras de suelo queda el día y yo me voy alejando en gravedad cero hasta que las gentes son puntos minúsculos, hasta que se hace la oscuridad fuera de la atmósfera; no es completa pues brillan partículas de polvo cósmico que me permiten ver el maravilloso espectáculo que los astronautas vieron antes que yo.

Pese a sentir miedo por no poder agarrarme a nada firme, disfruto alucinada de las vistas. Poco a poco voy controlando mi vuelo y la nave que es la silla y voy impulsándome con ligeros movimientos de mis piernas. Cuando creo que he tenido suficiente, bajo lentamente hasta posarme en el lugar desde donde despegué no sé cuánto tiempo antes.

En la plaza la gente está como alborotada, se escuchan voces tranquilas que advierten de la llegada de un movimiento de tierra. Me siento sobre un escalón saliente en una de las fachadas para anclarme a la tierra. Los que viven en esos edificios se lo toman con calma, deben estar acostumbrados. Es verano, pero no percibo temperatura alguna.

Estoy expectante porque no sé qué va a ocurrir. Silencio total en el rectángulo de ese minimundo.

Un ligero movimiento en las aguas y los edificios se sumergen en vaivén. Veo a mi derecha la fachada de la iglesia totalmente cubierta de agua, tan nítida que me resulta falsa, como si estuviera dentro de una bola transparente de esas en las que nieva si les das un meneo.
Emergemos y volvemos a hundirnos no del todo, sin brusquedad. Todo oscila sin hacer estragos. No escucho mas que el rumor de piedra. Vamos como subidos a una atracción de feria en el momento en el que ésta se va quedando quieta para permitir bajar a los ocupantes. 

El cielo es tan azul y tan claro. Quiero fotografiar este momento y lo intento, pero pierdo el foco o no se guarda la imagen. Imposible. Alguien me dice ¿has hecho el roaming? Y qué tendrá que ver, me pregunto. Nada, que no funciona la cámara del teléfono móvil, no me queda más remedio que observar todo con detalle para recordarlo siempre. 

De repente, todo vuelve a su estado natural, con los pies en el suelo sigo paseando, me cruzo con personas que andan preguntando por una calle, les doy indicaciones en inglés. No hay gritos ni comentarios. Nada ha pasado.



Quiero comprar un marcapáginas. Me siento feliz.

Esbozo rudimentario del lugar de los hechos

Me despierto con lentitud y una sensación de sosiego y paz. No quiero abrir los ojos todavía, y voy evocando cada instante de mi periplo para no olvidar nada, hasta que el zumbido de mi móvil me alerta de mi analítica para mañana lunes y me regresa de golpe a la realidad, a una de ellas.

He volado y he visto aguas limpias y cristalinas, y hacía mucho tiempo que no soñaba las dos cosas a la vez. ¿Será una señal? ¿Me traerá mi hermano una ración de morro del bar que dicen es el que mejor lo hace en este pueblo?


Antes creía en las señales, en las casualidades; me unían fuerte con hilo de plata. Ya no tengo esa confianza, la verdad.




1 comentario:

Estos son los que no se callan, y me encanta que así sea