Que
te juzguen por el aspecto, por comentarios esporádicos, por unas
frases aquí y allá es algo tan común desde que el mundo es mundo
que diría aquél, que ya no me sorprende ver cómo la gente aparece
y desaparece con la misma rapidez con la que me tomo un vaso de leche
de avena por las mañanas.
Tengo
unos rasgos peculiares, los pómulos marcados y unos ojos de color
frío; mi piel es blanca y desde que dejé de ser rubia natural
supongo que mi imagen es algo más dura, también por las formas, por
no andarme por las ramas con las palabras, por no ocultar mi enfado y
ser bruta cual aspirante a Eastwood. Vivir entre tanto hermano, entre
tanto niño en los juegos de calle, entre tanto adolescente varón en
el instituto, etc. es lo que tiene, que te asalvajas bastante para
que no te coman. Pasé de ser la niña rubita con ojos grandes a la
pelirroja adulta que soy ahora, pero ese es sólo mi lado externo,
cuando realmente me muestro es en la intimidad, y pocos llegan ahí.
Se
me ha echado en cara que no hablara con los chicos en clase, que
hablara con los chicos en clase, se me ha juzgado por hablar de
cualquier tema sin tapujos, también por callarme; hubo gente que no
entendía cómo podía llevarme tan bien con los chicos, también se
me dijo que estaba sólo con las chicas, que por qué me vestía así,
por qué no me ponía vestidos. ¡No juegues al fútbol, no
bebas cerveza! No saques músculo. Se ha dado por hecho ciertos
aspectos de mi vida tan sólo porque no me ha dado vergüenza
expresarme.
De
verdad que tardé mucho en darme cuenta que mucha gente cree que no
lo puedes hacer todo, que si eres mujer o eres hombre se esperan
ciertas cosas de ti y que no puedes salirte de ese patrón. Y tardé
en verlo, más bien me resistía a ver que las personas estábamos
clasificadas, etiquetadas, para mí aquello de ser libre era algo
innato, que todo lo demás era puro azar. Creí que veníamos
desnudos y libres. Qué equivocada estoy todavía.
Tengo
un recuerdo de cuando era bebé: me estaban bañando con el hermano
que me sigue en un gran barreño, y, sorprendida, (si es que a los 18
meses puede una ser consciente del significado de esa palabra) ví
que a esa cosa minúscula que tenía junto a mí le sobresalía algo
entre las piernas y alargué mi mano para tocar aquello que pensaba se
había colado en el barreño. Una voz humana y adulta gritó, eso no
se toca, y fue tal el susto que lloré desconsolada sin saber por
qué. Cuando tienes tan solo unos meses de vida, por lógica lo
quieres mirar todo, tocar todo, vas descubriendo la vida, no sabes de
parentescos ni tabús, eres realmente libre y con la mente abierta.
Dicho así da mucho miedo, porque precisamente por eso, y según el
lugar en el que por azar hayas nacido, la libertad te dura más o
menos tiempo.
Confieso
que lo tuve difícil, la sociedad era tan misógina y tan cerrada en
credos católicos, que pensar diferente era toda una osadía. Pese a
que hayamos evolucionado un poco en esos temas, queda mucho que
educar.
Parezco
fría, pero no lo soy, sé que no tengo un rostro dulce, aunque mi
marido de otra vida me dejara una nota al levantarse una mañana en
la que escribió: mientras duermes tu rostro es el más dulce
que he visto jamás. En ocasiones, durante mi juventud, he jugado a
ser femme fatale, era una niña y se me puede perdonar. A veces no he
sido políticamente correcta, otras me he puesto una coraza
de ironía o he jugado al sarcasmo cuando me he sentido herida.
Me
han llamado puta por decir no, mas nunca he escuchado a nadie llamar
puto a un hombre por lo mismo.¿Por qué bailas así?¿por qué vas a los bares?¿por qué te vas al comedor con tus compañeros
de clase?¿por qué hablas tanto con éste, por qué,...? No elijo
ser bruta porque sí, me sale natural. De niña vi que los
hombres tenían el poder de hacer lo que les daba la gana y que
ninguno era juzgado jamás por ello, yo quise lo mismo para mí. Lo que si
elegí pronto fue vivir en la ficción y sí, me encanta cómo suenan
algunas de las mejores y más brutas frases del cine y cuando veo la
ocasión las introduzco como concepto en cualquier coyuntura que se
ajuste, es un juego.
Siempre
me ha gustado la gente que habla mi idioma, que me sigue el juego, la
que capta mi ironía y se ríe conmigo, la que se sorprende y me sorprende gratamente.
Me
ha costado mucho pasar desapercibida, esa es la verdad, algo que no
siempre ha sido para bien, y, ¿sabes qué?, que también me gusta
bailar sin descanso, ponerme pedo, volver a casa ya
amaneciendo, poder andar sola sin miedo.
Pero,
repito, no soy una persona fría. Sé lo que no quiero y un poco de
lo que quiero porque desde hace unos años las líneas se difuminan.
Hay límites, claro que los hay, pero no me gusta que me los
impongan, mi cabeza está bien amueblada, creo, y a estas alturas sé
cuando parar o qué frontera no traspasar si sé de su existencia. No
dañar es algo que cumplo a rajatabla. Cuando alguien te dice que no
quiere lo mismo que tú, puedes hacer dos cosas, seguir y amoldarte,
dejando de ser libre, o te dejas ir en busca de esa complicidad que
me es vital. Si te quedas, vas al cine a ver películas dobladas
porque a esa persona le gustan así, haces concesiones por amor, luego vienen las quejas por
todo: que si te maquillas, que si no te maquillas. No llevas tacones,
muy mal. Te conviertes en una diana donde lanzan todos sus miedos, y
su inseguridad. Toda la porquería de los demás, te la
acabas comiendo tú, porque “yo quería una princesa,
¿sabes?” “¿te has mirado al espejo antes de soltarme eso, figura?
Hay
demasiada gente que ha nacido para hacer imposible la vida de los
demás, hay demasiada gente mala, y yo he tenido la gran suerte de
toparme con bastantes de esa estirpe. Y me he callado para conservar
un empleo, porque es lo que se espera de mí, que trabaje aunque sea
puteada, que tenga un piso en propiedad, hijos, que me case, que
conduzca y me compre un coche, que sea ama de casa, que cocine de
puta madre y sepa quitar cualquier tipo de mancha, que haga agujeros
en las paredes, que arregle un enchufe, que pinte toda la casa, que tenga un tipazo cojonudo, que
nunca necesite a nadie...no voy a pedir perdón por no haber hecho realidad
alguna de estas cosas.
Mi
rostro no es nada dulce, lo sé, ni hablo con voz delicada, a veces
mi sarcasmo duele, a veces digo polla, y muy a menudo joder o mierda, pero no
soy una mujer fría ni vulgar. El único hielo que tengo en mí es el
de mis pies congelados al llegar el invierno.
No
soy prepotente y carezco de frialdad, no me creo mejor que nadie, tampoco peor.
Puedes
ver mi cara, mirar mis ojos desde lejos y etiquetarme, dar cosas por
sabidas, pero te aseguro que si no te acercas lo suficiente y me
hablas, no me vas a conocer, nunca sabrás quién soy en realidad y
te lo estás perdiendo.
Echo
de menos vivir con lentitud, con calma.
Que
lo de mis formas no suene a disculpa, sólo quiero dejar claro que en
algunos momentos de la vida, esos que te ponen a prueba, necesitas un
escudo, una coraza, parapetarte tras un muro por pura supervivencia.
Lo he hecho, no una ni dos veces, mas si algo me gusta, quiero tener
la libertad de poder decirlo sin que nadie se espante. No busco
asustar, pero a estas alturas de la película, poner las cosas
difíciles a gente con la que realmente me apetece estar, me parece
absurdo y una pérdida de tiempo.
Si no existieras tendríamos que inventarte.
ResponderEliminarPoderoso manifiesto.
ResponderEliminarNo puedo estar más de acuerdo en todo lo que has dicho...de niña jugaba con coches y muñecas...vestía pantalón y vestidos...me gustaban los niños y las niñas...y eso lo he trasladado a mi madurez (si es que la tengo). Una vez, un tío con el que estuve, después de oirme decir varios tacos, tuvo la osadía de decirme que las señoritas no hablamos así...me falto poco para dejarle la marca de la palma de mi mano es su cara...y era más joven que yo. Con gente así (da igual hombres que mujeres) esta sociedad nunca avanzará.
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