sábado, 21 de abril de 2018

Anatomía de una frase de mierda (I)


ES LO QUE HAY

Parece una frase inofensiva que, en principio, a nadie debería asustar. Una de tantas, programada en el cerebro de bastante gente, que se dice sin pensar. Su pronunciación es catalogada nivel bajísimo, apta para todos los públicos, ¡es tan sencilla! La típica frase comodín que sirve como respuesta para todo, y en cualquier circunstancia, tanto si se sabe qué decir, como si te importa muy poco la persona a la que la diriges. La utiliza cualquiera, no entiende de jerarquías ni clases sociales, la dice el que no posee el don de la palabra y aun así te embauca y enamora, la dice el erudito en algún campo de la ingeniería, la dice el parroquiano que te cruzas andando por las vías de la salida del AVE en un punto infecto de una ciudad secarral.

Sea como sea el tono en el que se dice, siempre me violenta escucharla. Con ella se da por zanjada de manera abrupta la conversación. Cuatro palabras sencillas que juntas inician un proceso interno tal de indisposición, inflamando el fósforo, entre otros elementos gaseosos de mi cuerpo, que deja ver una tenue llama azul-púrpura muy cerca del terreno que piso y que empiezo a sentir inestable. Un fuego ausente de calor porque me deja helada. Ignis fatuus que no tiene nada de mágico, y sí mucho de explicable mierder.

Se pronuncia y no hay más que añadir. Es una forma más sutil de decir te jodes en versión menos rotunda. Y me jode, he ahí la comprobación más fehaciente de que surte el efecto deseado. Diciéndola durante conversaciones jocosas, te jodes. Dichas en la firma de un contrato laboral, te jodes. ¿Qué te parecen las condiciones?
a.       Bien
b.      Mal
c.       Es lo que hay

La he escuchado tantas veces este último año y medio que, de verdad, esforzándome mucho para no tomarla a mal, la jodida se queda adherida con pegamento instantáneo ahí, en la parte del cerebro donde se quedan todas las palabras innecesarias y las mentiras; así de pegajosa resulta la susodicha. Las frases que deberían olvidarse acaban colapsando el espacio magnífico que mejor estaría lleno de palabras y hechos con enjundia y buen rollo. Pero, una vez más, la suerte no está de mi parte y también pierdo ésta.

Te jodes. Claro que me jode. Más cosas inútiles a mi mochila, de la que no hablo hace bastante tiempo, y que sigue tan cargada, que dobla mi perjudicada espalda y me provoca dolores que se turnan bajo un prisma diferente y nada halagüeño.

Es lo que hay, me repito cien veces a ver si zanjo mi mal. Mas saliendo de mi boca nada de eso concluye, no se da por acabado el capítulo. Qué suerte la mía y qué tristeza más inútil.

A veces se esconde tanto que creo estar curada, hasta me siento ligera y renovada por dentro y por fuera; pero no, es todo falso, ilusiones mías. La maraña nebulosa está al acecho para cuando mi flow baja la guardia. Una cerveza de más, un vermú casero, esa canción o la película que elijo, hasta esa camiseta que todavía no he podido lavar, y el libro se abre por el capítulo, ya concluso desde una banda, donde ya no queda nada más que hablar; aunque se añadan palabras nuevas o se repitan las ya escritas en distinto orden.

Todo es absurdo. Soy sombra de lo que fui. Es lo que hay.

Sombra sobre balasto. Foto©AnaMeca2018





domingo, 15 de abril de 2018

Hang the Dj


En el asiento trasero del taxi berlinés que le llevaba a casa luchaba por mantenerse despierto; empresa difícil tras dos días de callejeo, bares, comidas y alcohol, más las dos horas y media sin interrupción, dando salida a los sonidos en 7”, desde el mejor Northern Soul hasta el refrescante boogaloo tropical, que ahora descansaban en su maleta.

Había dormitado levemente en el sofá esquinero de color verde, en aquel camerino cavernoso del garito nocturno, con las voces de los que no tienen fin como fondo arrullador, hasta que decidió huir de allí para cambiar aquello por la cama donde descansar sus huesos.

Ya a salvo de festines interminables, y en el más absoluto silencio, pensó en ella. Su mano izquierda acarició su entrepierna sin darse cuenta y con la misma lentitud con la que a ella le gustaba tocarle al comienzo de sus encuentros furtivos, rozando apenas. Pasó de la ducha y se tumbó en la cama. Le escribió un corto mensaje de texto que, ante su sorpresa, pronto obtuvo respuesta.

Al otro lado del texto, en otra ciudad, ella permanecía tumbada en la cama también. Entre emoticonos de risas ella leyó un par de párrafos de un libro de Salinger, equivocándose a veces. No le supuso esfuerzo leerle con su voz sexy de radio, salvo por lo complicado de pasar página con una mano y mantener apretado el  botón del audio con la otra.

Fueron unas horas divertidas y excitantes. Y tanto fue así que, cuando decidieron cortar la conversación, ella se entregó al placer cerrando los ojos y con el aroma de la camiseta de él sobre la cara, sintiéndolo dentro moverse con lentitud, como la trastoca por completo. Y él, aunque dijo que dormiría un rato, siguió acariciándose con el recuerdo vívido de la lengua de ella entrando y saliendo de su boca, lamiendo despacio, dibujando círculos con su saliva alrededor de su pene cubierto y apetecible.

Eran las diez y media de la mañana de un domingo cualquiera. Los dos se durmieron a la vez.




lunes, 9 de abril de 2018

La creatividad pautada, o cómo nos fastidian el ser desde la infancia

Desde que nacemos nos obligan a cumplir ciertas normas, nos enseñan a la fuerza que existen los límites, que hay marcadas fronteras claras en todo lo que hacemos o debemos hacer, según criterio de los adultos, claro. Nos atosigan con ese concepto de normalidad cuando en realidad deberían hablar de lo que está bien o está mal.

Todo empieza con un eso no se toca, eso no se dice, y sigue en la escuela cuando en preescolar no te permiten pintar el mar del color que te apetece, más tarde, no te dejan garabatear los márgenes de los libros o rayar el cuaderno de apuntes. Emplear colores poco habituales para dar tonalidad a un árbol o al sol es una agresión por la que deberías pagar con la expulsión de la tribu, aunque tengas cuatro años. Fuera de aquí, rara.

Toda la creatividad que deberíamos fomentar, nuestros métodos de enseñanza la asesinan por decreto ley de profesorado y padres. Habrá excepciones. Genial.

¿Tan mal me ha quedado ese elefante púrpura?
El sol es rojo, papá.
¿Le ocurre algo a mi hijo que ha pintado un río de color negro? ¿Es normal mi vástago?

Para un poco, hombre; ¿no has pensado que quizás tu hijo, yo, se haya entretenido echando unas risas con el compañero de mesa y al ir a elegir el Plastidecor de la bandeja sólo quedase el negro? Eso es todo, no hay que hacer dramas. Lo quiero decir pero sólo soy un niño pequeño sin capacidad de oratoria.

¿Por qué no puedo dibujar a mi madre y a mi padre  con dos o tres dedos en el retrato familiar con ceras que nos has ordenado hacer? ¿Por qué echas por tierra delante de toda la clase que una el color verde ácido, casi amarillo, con el azul noche profunda? ¿Por qué es horrible esa combinación? ¿He de confiar en tu criterio porque seas la profesora de historia?

Desde que nacemos todo tiene un cierto orden establecido no escrito; eso se nota mucho más en los pueblos, donde los hijos repiten lo que sus padres repitieron de los suyos. Somos un rebaño que crece, se multiplica y muere. Comprendo que para algunos sin ninguna inquietud, del tipo que sea, puede estar bien convencerse de que eso es así porque sí, pero para otros mucho más libres resulta amenazante y peligroso. Somos las cosas que nos gustan y la actitud con la que vivimos. Si nos van recortando las alas en cada etapa de nuestra vida, ¿qué nos queda cuando tengamos que lidiar con responsabilidades ineludibles, seguir las flechas pintadas en el suelo  como cuando te metes en el centro comercial sueco?

Nos hemos acostumbrado a pensar que todo lo válido para mí es lo normal (qué fea es esta palabra que para mí significa monotonía): ese color es normal, comer eso es lo normal, soy una persona normal, tengo un trabajo normal por un sueldo normal tirando a chungo. Aceptar y callar. También diré que aunque no me gusta el término ni dice gran cosa, algunas veces me gustaría encontrarme de cara con esa normalidad, por cambiar un poco.

Pero, ¿qué significa normal?
La definición dice:
Normal (adjetivo)
1. Que sirve de norma o regla.
2. Que se ajusta a cierta norma o a características habituales o corrientes, sin exceder ni adolecer.

Sin exceder ni adolecer, ¿acaso es eso el jodido término medio? Si es así, no lo quiero, me aburre.
¿Qué somos, máquinas? Algunos un poco sí, eso es cierto. Pero como todo el rato se trata de mí, ya que me hallo en el momento egocentrismo adolescente recalcitrante, por el mismo precio os ofrezco mi “sad asshole edition”.

¿Por qué no puedo hacer drama o ironizar con las cosas que me entristecen? ¿En cuánto tiempo se estipula que pueda olvidar a alguien con el que he estado? Lo pregunto con seriedad, porque parece ser que los que lo vivís desde fuera consideráis que en un par de semanas pasas página y fin. Pero he estado documentándome y en la Cosmopolitan dicen que el duelo dura la mitad del tiempo que has estado con esa persona; así que haciendo cálculo rápido me quedan unos seis meses de autocompasión. Para no molestar, me quedo en mi madriguera callada como una marmota, sacaré la nariz de vez en cuando para ver si viene la primavera, o mejor me quedo a resguardo del frío que noto ahí fuera. Es posible que diga algo en un momento concreto, necesidad de soltar lastre, pero lo hago poco, así que, tranquilo todo el mundo, al fin y al cabo la perjudicada soy yo, no vosotros.

¿Por qué lo normal para ti lo ha de ser también para mí? Me encantaba echarme pegamento Imedio en la palma de la mano, notar la tirantez al secarse mientras me colocaba su aroma químico, y después levantarlo a trozos hasta eliminar cualquier resto y volver a empezar. Para mí, hacer eso en mi infancia fue algo habitual, normal, pero sé que otras no creían lo mismo; igual que pensaban que estaba algo pirada por probar  cosas que no era común meterse en la boca. De lo que estoy segura es que un final siempre trae un principio o varios, pero, ¿quién quiere ser como el resto de la gente sólo por el afán de pertenencia al grupo?

Llamadme como queráis, yo no, y eso que nunca hice nada porque previamente lo hubiera meditado, me sale natural.
La infancia y la adolescencia sólo se viven una vez, (a no ser que seáis yo, así que olvidaros) no seáis condescendientes, pensad, sed críticos, dudad de todo, haced locuras. La idea de que las cosas que hacemos han de ser aceptadas por los demás, provoca que muchos escondan facetas suyas. Dejad que vuestros hijos e hijas sean ellos con libertad, que se equivoquen, que la caguen o que acierten, y, por favor, no los apuntéis a fútbol o a ballet porque eso habríais querido para vosotros. Sed más originales, dejadles decidir, puede que os sorprendan.


Dibujo hecho por Rosa Tron hace 25 años








                                  

lunes, 2 de abril de 2018

Yo sobreviví al final de Merlí, pero lo llevo muy mal

Peripatètica sobre camiseta especial ADN

Hace unas semanas que vi el último capítulo de la serie Merlí y, a día de hoy, todavía sigo esperando algo, perpleja y enfadada, eso también os lo digo. (Posibles spoilers, aviso)

Mi vida 2.0 sigue más o menos igual que antes de la serie. Bueno, no del todo, me atrevo a decir que verla ha abierto de nuevo la herida por no haber estudiado nunca filosofía en el instituto, hecho que en mi adolescencia y durante muchos años creí fundamental, (todas las reformas educativas han coincidido en que no es necesario para el alumnado de la FP, tan denostada ella y todos los que la estudiamos) luego se me pasó un poco.

Como digo, sigo esperando una respuesta que me convenza, exijo un desagravio o, yendo más lejos, que me digan la verdad: que han obligado al guionista a que todo el último capítulo sea una reverenda mierda porque tuvieron secuestrada a toda su familia y que por amor no le quedó otra que doblegarse a la extorsión.

También acepto que sea una broma de mal gusto para echar unas risas, la típica apuesta hecha estando de birras de si se tienen cojones a cargarse algo majo. Estoy en ese punto que admito incluso lo menos original, que todo ha sido un sueño, como en Los Serrano.

Lo necesito porque esto no puede quedar así y me olvido, no. Estaba tan a gusto con las Merlinadas, la Calduch, el Pol, la Tània, el instituto Àngel Guimerà, o esos retazos de Filo, y esos momentos impagables de line dance con el Eugeni Bosch, que no concibo cómo el creador de la serie y guionista, el director y la productora han osado hacerme esto a mí: a la peripatètica novel de la clase, la fan número uno de la reflexión mientras pasea.

Ese Merlí Bergeron irreverente, cabrón, con una ironía que para mí la quisiera, y que hace ligón hasta al Francesc Orella ¿Quién lo iba a imaginar de conquistador, verdad? Pues sí, joder, las barrigas y la pelambrera existen en el mundo real. Tener el don de la palabra es algo que puede excitar muchísimo. Además, si ligan los que no tienen conversación, imaginaros si te quedas a cuadros en mitad de una batalla de ingenio sin yocaina.

Con la cantidad de series que se alargan en el tiempo sin sentido ni vergüenza, y para una que tiene buenos personajes  y no de pastelillo, me la terminan de malas formas para que se me quede este fatal sabor en el alma. Cabreo máximo. Además, si hubiera seguido un tiempo más, seguro que me convalidan el B2 de catalán.

El capítulo primero me pareció magnífico, fue amor al primer vistazo. 

La serie tiene una estructura muy acertada que da a cada episodio el nombre de un pensador/a y plantea problemas actuales que tienen que ver con las ideas de éstos. Aún quedan tantos filósofos de los que hablar, ¿por qué han finiquitado la serie y de esta manera tan chunga? Es verdad que para los que la han visionado en modo tradicional (esperando días el siguiente capítulo) pues se les habrá hecho más duradera, pero yo, que me la he comido en un par de semanas no lo acepto, a mí no se me hacen estas cosas. Si hasta mis sobrinas, víctimas del reggeaton y que ya consideraba perdidas para siempre, son fan incondicionales. 

La serie no se merecía este final, no tenía necesidad de ver morir a un profe cojonudo, aunque llevaba varios capítulos que me olía ese tema. Pero lo peor, lo que me acabó de rematar estaba por llegar, el momento “siete años después”. Truño. En una serie en la que se anima a reflexionar, a pensar por uno mismo, a ser crítico, a reconocer que hay multitud de ideas y pensamientos, ¿en serio era necesario que me contaran qué hacía cada personaje vivo pasados los años? Noooooooooooooooo, os maldigo, no quiero saberlo. Me habéis roto el corazón y tomado por una espectadora ignorante y sin capacidad de rumiar.

Para mí se acabaron las clases y la chavalada termina el instituto. Merlí comienza el nuevo curso con otra colla de alumnos perdidos a los que les pregunta si la Filosofía sirve para algo. Se cierra el círculo.