Todo empieza con un eso no se
toca, eso no se dice, y sigue en la escuela cuando en preescolar no te permiten
pintar el mar del color que te apetece, más tarde, no te dejan
garabatear los márgenes de los libros o rayar el cuaderno de apuntes. Emplear
colores poco habituales para dar tonalidad a un árbol o al sol es una agresión
por la que deberías pagar con la expulsión de la tribu, aunque tengas cuatro
años. Fuera de aquí, rara.
Toda la creatividad que deberíamos
fomentar, nuestros métodos de enseñanza la asesinan por decreto ley de
profesorado y padres. Habrá excepciones. Genial.
¿Tan mal me ha quedado ese
elefante púrpura?
El sol es rojo, papá.
¿Le ocurre algo a mi hijo que ha
pintado un río de color negro? ¿Es normal mi vástago?
Para un poco, hombre; ¿no has
pensado que quizás tu hijo, yo, se haya entretenido echando unas risas con el
compañero de mesa y al ir a elegir el Plastidecor de la bandeja sólo quedase el
negro? Eso es todo, no hay que hacer dramas. Lo quiero decir pero sólo soy un
niño pequeño sin capacidad de oratoria.
¿Por qué no puedo dibujar a mi
madre y a mi padre con dos o tres dedos en
el retrato familiar con ceras que nos has ordenado hacer? ¿Por qué echas por
tierra delante de toda la clase que una el color verde ácido, casi amarillo,
con el azul noche profunda? ¿Por qué es horrible esa combinación? ¿He de
confiar en tu criterio porque seas la profesora de historia?
Desde que nacemos todo tiene un
cierto orden establecido no escrito; eso se nota mucho más en los pueblos,
donde los hijos repiten lo que sus padres repitieron de los suyos. Somos un
rebaño que crece, se multiplica y muere. Comprendo que para algunos sin ninguna
inquietud, del tipo que sea, puede estar bien convencerse de que eso es así
porque sí, pero para otros mucho más libres resulta amenazante y peligroso.
Somos las cosas que nos gustan y la actitud con la que vivimos. Si nos van
recortando las alas en cada etapa de nuestra vida, ¿qué nos queda cuando
tengamos que lidiar con responsabilidades ineludibles, seguir las flechas
pintadas en el suelo como cuando te
metes en el centro comercial sueco?
Nos hemos acostumbrado a pensar
que todo lo válido para mí es lo normal (qué fea es esta palabra que para mí significa
monotonía): ese color es normal, comer eso es lo normal, soy una persona
normal, tengo un trabajo normal por un sueldo normal tirando a chungo. Aceptar
y callar. También diré que aunque no me gusta el término ni dice gran cosa,
algunas veces me gustaría encontrarme de cara con esa normalidad, por cambiar
un poco.
Pero, ¿qué significa normal?
La definición dice:
Normal (adjetivo)
1. Que sirve de norma o
regla.
2. Que se ajusta a
cierta norma o a características habituales o corrientes, sin exceder ni
adolecer.
Sin exceder ni adolecer, ¿acaso
es eso el jodido término medio? Si es así, no lo quiero, me aburre.
¿Qué somos, máquinas? Algunos
un poco sí, eso es cierto. Pero como todo el rato se trata de mí, ya que me
hallo en el momento egocentrismo adolescente recalcitrante, por el mismo precio
os ofrezco mi “sad asshole edition”.
¿Por qué no puedo hacer drama
o ironizar con las cosas que me entristecen? ¿En cuánto tiempo se estipula que
pueda olvidar a alguien con el que he estado? Lo pregunto con seriedad, porque
parece ser que los que lo vivís desde fuera consideráis que en un par de
semanas pasas página y fin. Pero he estado documentándome y en la Cosmopolitan
dicen que el duelo dura la mitad del tiempo que has estado con esa persona; así
que haciendo cálculo rápido me quedan unos seis meses de autocompasión. Para no
molestar, me quedo en mi madriguera callada como una marmota, sacaré la nariz
de vez en cuando para ver si viene la primavera, o mejor me quedo a resguardo
del frío que noto ahí fuera. Es posible que diga algo en un momento concreto,
necesidad de soltar lastre, pero lo hago poco, así que, tranquilo todo el mundo,
al fin y al cabo la perjudicada soy yo, no vosotros.
¿Por qué lo normal para ti lo
ha de ser también para mí? Me encantaba echarme pegamento Imedio en la palma de
la mano, notar la tirantez al secarse mientras me colocaba su aroma químico, y
después levantarlo a trozos hasta eliminar cualquier resto y volver a
empezar. Para mí, hacer eso en mi infancia fue algo habitual,
normal, pero sé que otras no creían lo mismo; igual que pensaban que estaba
algo pirada por probar cosas que no era
común meterse en la boca. De lo que estoy segura es que un final siempre trae
un principio o varios, pero, ¿quién quiere ser como el resto de la gente sólo
por el afán de pertenencia al grupo?
Llamadme como queráis, yo no,
y eso que nunca hice nada porque previamente lo hubiera meditado, me sale
natural.
La infancia y la adolescencia
sólo se viven una vez, (a no ser que seáis yo, así que olvidaros) no seáis
condescendientes, pensad, sed críticos, dudad de todo, haced locuras. La idea
de que las cosas que hacemos han de ser aceptadas por los demás, provoca que
muchos escondan facetas suyas. Dejad que vuestros hijos e hijas sean ellos con
libertad, que se equivoquen, que la caguen o que acierten, y, por favor, no los
apuntéis a fútbol o a ballet porque eso habríais querido para vosotros. Sed más
originales, dejadles decidir, puede que os sorprendan.
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Estos son los que no se callan, y me encanta que así sea