lunes, 9 de abril de 2018

La creatividad pautada, o cómo nos fastidian el ser desde la infancia

Desde que nacemos nos obligan a cumplir ciertas normas, nos enseñan a la fuerza que existen los límites, que hay marcadas fronteras claras en todo lo que hacemos o debemos hacer, según criterio de los adultos, claro. Nos atosigan con ese concepto de normalidad cuando en realidad deberían hablar de lo que está bien o está mal.

Todo empieza con un eso no se toca, eso no se dice, y sigue en la escuela cuando en preescolar no te permiten pintar el mar del color que te apetece, más tarde, no te dejan garabatear los márgenes de los libros o rayar el cuaderno de apuntes. Emplear colores poco habituales para dar tonalidad a un árbol o al sol es una agresión por la que deberías pagar con la expulsión de la tribu, aunque tengas cuatro años. Fuera de aquí, rara.

Toda la creatividad que deberíamos fomentar, nuestros métodos de enseñanza la asesinan por decreto ley de profesorado y padres. Habrá excepciones. Genial.

¿Tan mal me ha quedado ese elefante púrpura?
El sol es rojo, papá.
¿Le ocurre algo a mi hijo que ha pintado un río de color negro? ¿Es normal mi vástago?

Para un poco, hombre; ¿no has pensado que quizás tu hijo, yo, se haya entretenido echando unas risas con el compañero de mesa y al ir a elegir el Plastidecor de la bandeja sólo quedase el negro? Eso es todo, no hay que hacer dramas. Lo quiero decir pero sólo soy un niño pequeño sin capacidad de oratoria.

¿Por qué no puedo dibujar a mi madre y a mi padre  con dos o tres dedos en el retrato familiar con ceras que nos has ordenado hacer? ¿Por qué echas por tierra delante de toda la clase que una el color verde ácido, casi amarillo, con el azul noche profunda? ¿Por qué es horrible esa combinación? ¿He de confiar en tu criterio porque seas la profesora de historia?

Desde que nacemos todo tiene un cierto orden establecido no escrito; eso se nota mucho más en los pueblos, donde los hijos repiten lo que sus padres repitieron de los suyos. Somos un rebaño que crece, se multiplica y muere. Comprendo que para algunos sin ninguna inquietud, del tipo que sea, puede estar bien convencerse de que eso es así porque sí, pero para otros mucho más libres resulta amenazante y peligroso. Somos las cosas que nos gustan y la actitud con la que vivimos. Si nos van recortando las alas en cada etapa de nuestra vida, ¿qué nos queda cuando tengamos que lidiar con responsabilidades ineludibles, seguir las flechas pintadas en el suelo  como cuando te metes en el centro comercial sueco?

Nos hemos acostumbrado a pensar que todo lo válido para mí es lo normal (qué fea es esta palabra que para mí significa monotonía): ese color es normal, comer eso es lo normal, soy una persona normal, tengo un trabajo normal por un sueldo normal tirando a chungo. Aceptar y callar. También diré que aunque no me gusta el término ni dice gran cosa, algunas veces me gustaría encontrarme de cara con esa normalidad, por cambiar un poco.

Pero, ¿qué significa normal?
La definición dice:
Normal (adjetivo)
1. Que sirve de norma o regla.
2. Que se ajusta a cierta norma o a características habituales o corrientes, sin exceder ni adolecer.

Sin exceder ni adolecer, ¿acaso es eso el jodido término medio? Si es así, no lo quiero, me aburre.
¿Qué somos, máquinas? Algunos un poco sí, eso es cierto. Pero como todo el rato se trata de mí, ya que me hallo en el momento egocentrismo adolescente recalcitrante, por el mismo precio os ofrezco mi “sad asshole edition”.

¿Por qué no puedo hacer drama o ironizar con las cosas que me entristecen? ¿En cuánto tiempo se estipula que pueda olvidar a alguien con el que he estado? Lo pregunto con seriedad, porque parece ser que los que lo vivís desde fuera consideráis que en un par de semanas pasas página y fin. Pero he estado documentándome y en la Cosmopolitan dicen que el duelo dura la mitad del tiempo que has estado con esa persona; así que haciendo cálculo rápido me quedan unos seis meses de autocompasión. Para no molestar, me quedo en mi madriguera callada como una marmota, sacaré la nariz de vez en cuando para ver si viene la primavera, o mejor me quedo a resguardo del frío que noto ahí fuera. Es posible que diga algo en un momento concreto, necesidad de soltar lastre, pero lo hago poco, así que, tranquilo todo el mundo, al fin y al cabo la perjudicada soy yo, no vosotros.

¿Por qué lo normal para ti lo ha de ser también para mí? Me encantaba echarme pegamento Imedio en la palma de la mano, notar la tirantez al secarse mientras me colocaba su aroma químico, y después levantarlo a trozos hasta eliminar cualquier resto y volver a empezar. Para mí, hacer eso en mi infancia fue algo habitual, normal, pero sé que otras no creían lo mismo; igual que pensaban que estaba algo pirada por probar  cosas que no era común meterse en la boca. De lo que estoy segura es que un final siempre trae un principio o varios, pero, ¿quién quiere ser como el resto de la gente sólo por el afán de pertenencia al grupo?

Llamadme como queráis, yo no, y eso que nunca hice nada porque previamente lo hubiera meditado, me sale natural.
La infancia y la adolescencia sólo se viven una vez, (a no ser que seáis yo, así que olvidaros) no seáis condescendientes, pensad, sed críticos, dudad de todo, haced locuras. La idea de que las cosas que hacemos han de ser aceptadas por los demás, provoca que muchos escondan facetas suyas. Dejad que vuestros hijos e hijas sean ellos con libertad, que se equivoquen, que la caguen o que acierten, y, por favor, no los apuntéis a fútbol o a ballet porque eso habríais querido para vosotros. Sed más originales, dejadles decidir, puede que os sorprendan.


Dibujo hecho por Rosa Tron hace 25 años








                                  

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Estos son los que no se callan, y me encanta que así sea