sábado, 31 de agosto de 2019

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Nadie me leyó cuentos antes de dormir ni me enseñó que contar los segundos entre el relámpago y el sonido del trueno resquebrajando la cúpula que nos cubre, anuncia si la tormenta se acerca o, por el contrario, se aleja de nosotros. Si ésta llega, pequeñas gotas de lluvia preceden a la descomunal descarga, mientras luz y sonido acortan su distancia, como los latidos que van a la par durante unos instantes para luego volverse a separar.

Son casi las dos de la madrugada y tengo sueño, pero el estertor me ha despertado y me mantiene alerta. Reviso todas las ventanas de la casa. Huelo la tierra mojada cuando me asomo, el frescor inunda la habitación y las gotas mojan mi cara. Qué rabia tener que cerrar la ventana cuando la lluvia decide presentarme su intensidad, no quiero hacerlo pero necesito dormir y, además, tengo los vinilos apilados en el suelo. Si me mojase yo no tendría problema en dejarla abierta, me encanta acabar chorreando bajo la lluvia intensa de los últimos días de verano.

Al cerrar me viene el recuerdo de la primera noche que pasé en este piso, cuando ocurrió algo similar solo que más temprano. El agua cayó de sopetón y se desbordaba por la ventana del salón como catarata que no cesa. ¡Menudo comienzo! Estaba sola en un piso para dos y, por primera vez en mucho tiempo, esa sensación de soledad cubrió mi cabeza mientras intentaba sofocar la entrada del manantial. Esa sensación la he tenido en determinadas ocasiones y no ha sido necesario estar sola físicamente, me ocurre aun estando entre la multitud.

Aquel anochecer fue preludio de lo que ocurriría más tarde con mi matrimonio. Le llamé preocupada para contarle lo que pasaba y con eso me quedé, con su voz fría al otro lado del teléfono diciendo que no venía, sin luz eléctrica, recogiendo agua sin parar y echando toallas al suelo para que empaparan lo que a mí no me daba tiempo.

La tormenta de esta noche es placentera. Me tumbó en la cama, una pierna para un lado la otra para el contrario, hago un ángel. Si estuvieras aquí te tocaría sin dudarlo, pero como no es así, te pienso mucho. Y así, con la levedad con la que existo, me duermo.


Ando perdida en un gimnasio descomunal buscando un váter y acabo segunda en el podio de una competición en la que no recuerdo haber participado. Esperamos pacientes a que construyan el podio en un lateral del estadio que la gente abarrota preocupada más por ver un evento deportivo o una película al aire libre, no lo sé con exactitud, que por los que vamos a recibir las medallas.
Cuando clavan la tabla de madera reciclada a modo de señalética en un camino rural, no puedo leer con claridad a qué se debe mi plata. ¿Qué estoy haciendo?, me digo. Lo único que quiero es un lugar adecuado donde hacer pis. (Sé lo que estáis pensando, yo jamás diría eso del pis, pero soy yo esa que ha ganado, os lo aseguro). 

Ahora sí, me acerco más al letrero y leo: Poda de olivos.

Lo sé, no tiene ningún sentido, pero es que funciono así: entro en unas instalaciones deportivas de gran magnitud, me encuentro a la socia y pareja de mi ex vestida con mallas negras dirigiéndose a clase de no sé qué, busco un aseo sin conseguirlo, aquel lugar es infinito, y acabo proclamada plata de una lista de cinco medallistas (no está mal) tras el oro absoluto de Ricardo Gómez, o sea, Carlos Alcántara en “Cuéntame como pasó...”, que, a su vez, anda perseguido por la grada por hordas de fans de todos los sexos, todes loques por tocar su cuerpo.

Últimamente paso mis noches entre robos varios y buscando desesperada un lugar donde mear. Me atormenta levantarme una mañana y haber mojado la cama; sin embargo, ya no le doy vueltas al tema, la explicación me la dio el otro día mi amigo lisensiado.
Tus sueños son fáciles de interpretar. Todo sexo y obsesión con Eastwood y ciertos actores nórdicos. (¿?)
La otra noche soñé que Clint-Highway era mi novio y me llevaba en su moto. A ver si va a tener razón.





Adiós, agosto

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Estos son los que no se callan, y me encanta que así sea