martes, 28 de octubre de 2014

"Micros" de sábado


Ya sabéis cómo funciona esto de los microrrelatos en cadena, la última frase del micro ganador de la semana sirve como principio de los micro de la siguiente y así. Al principio la frase no me decía nada, pero fue ponerme y salieron dos. De dónde salieron no lo sé, porque a veces me resulta imposible poder escribir algo. Falta de confianza, supongo, inseguridad.

Un buen comienzo
El muñeco fue el primero en cerrar los ojos, eso es lo último que he podido ver antes de que todo se vuelva tan oscuro y frío. Siento el gélido abrazo de la dejadez, una quietud inmensa.
Un momento, ¿qué veo?
La suave onda de arena iluminada por la luz cálida del verano, una leve brisa mueve mi cabello y dejo caer el pañuelo aferrado a mi mano. Despojada de lo material, respiro el aroma de mar, y una soledad amable me inunda. Al fondo, la casa de madera espera ser habitada. Mi media eternidad dentro de los cuadro de Hopper comienza ahora. No temo haber muerto.

Suicidio colectivo

El muñeco fue el primero en cerrar los ojos, el camioncito de bomberos cerró sus puertas después, y avanzó chocando contra la pared en estruendo plástico, las canicas tumbaron el bote donde estaban recluidas y se desparramaron por toda la estancia con ritmo cristalino. El parchís, con sus colores desvaídos por el uso, quebró el cristal que lo protegía del juego. Los cuentos se dejaron caer de la estantería donde descansaban en formación aleatoria, la peonza enrolló con fuerza el cordón rojizo a su cuerpo y la pelota de reglamento dejó escapar todo el aire de su pulmón esférico. Sólo un objeto de ese tiempo permaneció inalterable, yo.


Muerte, suicidio,...surgieron así.



domingo, 26 de octubre de 2014

En contra

Rumble fish, 1983 - Francis Ford Coppola

Si el cambio de horario no se produjese, todo sería un caos, la hecatombe.

En las oficinas los servidores no funcionarían, las líneas de producción de las fábricas se paralizarían, los chavales quedarían mirando los componentes horrorizados sin saber qué hacer; no habría hora de almuerzo ni de comida pues la sirena no se inmutaría. Los niños no nacerían, ni las citas médicas avanzarían. Sería el fin de la enfermedad. Nadie moriría. 

Las setas en los bosques no asomarían espectaculares ni las hojas de los árboles mostrarían sus matices otoñales. La tierra no giraría sobre su eje ni alrededor del sol, incluso éste ya no volvería a brillar con su fuerza. Abriríamos un grifo y no saldría agua, los riachuelos congelarían su cauce como en una fotografía. Los peces se suicidarían en masa sacando su cabeza del agua para siempre, quedando en flotación unísona.

Los despertadores no sonarían atronadores en mitad del sueño (para los que lo tienen). Los insomnes dormiríamos plácidamente al fin. Cuándo comer, cuándo ir al gimnasio, o a clase. Los profesores harían pellas, campana o se la pelarían sin más.

Las manifestaciones serían ecos de pasados reivindicativos, la gente no tendría ganas de protestar porque no habría nada de lo que quejarse. No existirían políticos y por lo tanto nada de corruptelas ni gilipolleces, recortes absurdos que dañan a la población y sólo beneficia a la gente que sustenta poder de algún tipo. Todos seríamos iguales.

Los cajeros no darían dinero, porque ya no se necesitaría la pasta ya que lo de comprar quedaría obsoleto, de la temporada pasada. 

La fruta colgaría indemne en las ramas que las sustentan, sin inmutarse. Los aeropuertos quedarían para paseos de los parroquianos, no se viajaría. Todo, absolutamente todo, quedaría a merced de no se sabe qué tradición omnipotente. 

Esto sería el caos, la ceguera de Saramago, el fin de todos los fines si no se retrasara la hora en esta estación de castañas y calabazas.

Pero como nada de esto va a suceder, suplico que nadie intente explicarme por enésima vez lo del aprovechamiento de luz ni zarandangas de esa calaña, porque llevo años viendo su inutilidad.

Estoy muy en contra, hasta el infinito.

Sería maravilloso que no hiciéramos caso, que nos plantáramos en silencio. Que la vida continuara tal cual como en verano…ya los astros hacen su trabajo; así no llegaría yo a casa con noche cerrada y saldría de ella también a oscuras. 

No es beneficioso para nadie más que para las eléctricas, porque yo enciendo la luz varias horas antes de lo que lo suelo hacer en primavera-verano. O eso, y hago cosas, o me meto en la cama y no les doy el gusto. Aunque esto no me curaría de mis insomnes noches, me temo.


En contra un año más.


A Mercedes, Julia, Sonia, y a todas aquellas amistades que piensan que lo del cambio horario es más que un mierder.


miércoles, 15 de octubre de 2014

Un punto incómodo


Existe un punto en mi cuerpo que me pica insistentemente. Está situado entre mi hernia cervical y la siguiente vértebra sana hacia abajo, desplazado un poco a la derecha (mal).

Me lo imagino disfrazado de lunar precioso y perfecto, como tantos otros que tengo dispersos por mi mapa corporal, pero mis ojos no alcanzan su posición correcta ni mirando ayudada de un retrovisor casero. Así que me conformo con esa estampa ficticia. Sin embargo, todas las etiquetas de mis camisetas y de algún suéter de invierno lo encuentran, son más hábiles que yo. Lo acarician, rozan, lo acuchillan, se clavan en el mismo centro neurálgico, y empieza la fiesta molesta, esa que sufres desde la ventana de enfrente cuando ni siquiera has sido invitada.

A veces, el picor llega a extremos de dolor y este perdura incluso cuando ya hace rato que me he desnudado y nada lo toca. (Tocar: un verbo que se ha convertido en metáfora deseable, y al parecer,  poco probable).

6:04 Dispuesta a salir de casa he tenido que quitarme la camiseta con movimiento rápido y eficaz, y armada de tijera, proceder a la disección del sobrante incómodo, agujereándola de paso, claro. ¡Fatal!

6:45 - 18° en la ciudad. En el bus de al lado, un hombre dormita con la boca abierta. Suenan The Honey Trees en mi reproductor y muevo mis manos al compás, dibujando ondas suaves, amago de baile mientras espero el verde del semáforo.

El picor no cesa y mi mente se va hasta la cama de un hospital en un episodio de House en el que el ácido y atractivo doctor no da con la causa de la enfermedad que acaba matando a una chica. Más tarde, mientras la preparan, descubren un ínfimo punto en su espalda, el que desencadenó todo. Una señal donde cada día rozaba el sujetador. Sólo eso, tan elemental, tan insignificante, y así, desapareces sin más. ¿Por qué pienso en estas cosas a estas horas?

6:50 Paseo por las calles todavía nocturnas; un anuncio de centro comercial dice “Adoro el invierno”. La media luna mira desde lo más alto. ¡Qué pequeña soy y qué infinita me siento!
Los jardines del museo del sevillano Vázquez Consuegra están totalmente a oscuras y en calma. No niños ni adolescentes, no perros meando en sus zonas verdes.

Me pica y rasco el puntazo. Pese al madrugón diario disfruto de estos veinte minutos de paseo mientras hago tiempo para mi transbordo, me cruzo con muy pocos. Hoy he dado tregua a Wallander y escribo esto con letra que luego me costará descifrar.

7:10 En marcha a la faena. Por un momento y por el balanceo del autobús, me quedo traspuesta pensando en mis cosas, o en ti quizás, pero una señora cierra de golpe la ventana que hay sobre mí, y me jode el sueño. La verdad, no son formas. Y la brusca interrupción me hace pensar que se aproxima el cambio de hora que más detesto y menos entiendo, y que tendré que hacer algo para tomarme la llegada del invierno de manera más positiva. Sí, seguro que habrá momentos chulos.

7:40 Todavía no clarea el día. Pensaré en una habitación que se me haga interminable contigo.

Ahora, a dar los buenos días a mis compañeros. 


viernes, 10 de octubre de 2014

Una cosa me lleva a la otra, la película

Los príncipes valientes de Javier Pérez Andújar

    Tiempo de cambios los años setenta en nuestro país, algunos impensables entonces, pero siempre hemos contado con príncipes valientes cerca de nosotros para iluminar los oscuros momentos; nuestros abuelos, padres y madres que con pequeños logros diarios nos dieron una vida algo mejor que las suyas, un punto de apoyo para recibir las novedades. El silencio seguía vigente como el convidado de piedra, siempre latente, en nuestras cenas… mas el miedo no dejaba callado al buscador de igualdad y justicia.

    El niño de la historia, hoy hecho hombre, toma la decisión temprana de ser escritor y va a utilizar todo lo que se ha dispuesto frente a él para llevar a cabo esa misión. Entre tebeos, novelas y teleseries, él y su amigo Ruíz de Hita vivirán los mejores e inolvidables momentos de los últimos días de infancia, ese paso hacia la adolescencia, duro en cualquier caso, que queda grabado a fuego en nuestra alma.

    En su casa no hay estanterías con libros, sin embargo, se empapará de historias reales en la cocina, por su madre,  a la manera tradicional de leer para la gente que no sabe hacerlo, contando con su voz la historia familiar, o con su tío, hombre de campo reconvertido en pícaro industrial.

    En el extrarradio de Barcelona las torres de Alta Tensión se convierten en  la “X” de los mapas del tesoro; la playa o la ribera del río, que ya lleva aguas bastante perjudicadas, son lugares donde soñar y compartir lecturas, donde creerse en una novela de Julio Verne o comentar la última investigación de Colombo. Domingos de palomitas frente al televisor y de quinielas. Profesores que te embaucan con sus formas de enseñar la geografía y la toponimia de la península utilizando la vuelta ciclista a España, como si de una gesta heroica se tratara, -y lo era, en mis recuerdos están los “maillot” de Bic y esos hombres montados en su bici realizando duros y largos trayectos por esos caminos. Yo también aprendí así nombres de montañas y pueblos- un moderno Cid Campeador.

    Descubrir que la palabra no sólo es la escrita, existe en las voces que cuentan, en los silencios, en los ojos oscuros y fijos de su abuela, en los monos azules de la fábrica y en el gesto con la mano del adiós…Todo eso y más es leer.


    Recordar de dónde vienes es dignificar tus orígenes. Javier Pérez Andujar lo hace con este nostálgico escrito, reverenciando así el descubrimiento de la literatura.

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Estos días me estoy acordando mucho de los míos, y de los vuestros. De todos los que, de una forma u otra, lucharon para darnos una vida mucho mejor, de los que consiguieron con esfuerzo derechos importantes para el resto de nosotros. Y por más que me pregunto cómo tanta gente ha sido capaz de votar a esta gentuza mediocre y nefasta que dice gobernar, no encuentro una respuesta del todo satisfactoria...porque es algo que nunca entenderé: son nulos, mentirosos, mangantes, incapaces, no saben gestionar ni el retrete donde viven. 
Y esto tiene que estallar, no sé cómo ni en qué momento, pero algo ha de suceder. Que para elegir delincuentes prefiero El Vaquilla o El torete veinte millones de veces. 

Creen que el voto les da potestad para ejercer sus mierdas de cualquier manera, y no es así, se ríen de nosotros y lo permitimos, y me quiero quejar. Multan cuando no callas, multan cuando reivindicas un derecho o defiendes a personas en situaciones límite. Se olvidan que el voto no les da derecho de pernada, no pueden jodernos más con sus justificaciones banales e imbéciles. Me da igual que se presenten en un Hospital para hacerse una linda foto con bolsa de plástico en la cabeza. No saben nada de nada, y si tuvieran un poco de honradez u honor, eso que tanto reclaman, se largarían todos, uno detrás de otra. 
Porque es lo único sin violencia que se me ocurre, que se vayan un poco a la mierda ya. 


viernes, 3 de octubre de 2014

Hoy


Soy tan crédula que algunos días hasta estoy segura de vivir en paz, mi mente finge bien y con la aparente relajación de la que ha olvidado y pasa de todo puedo recordarte sin dolor. Ni mis labios te necesitan ni mis manos tocarte quieren.

Pero no me hace falta más que un simple gesto, una imagen tuya en algún momento concreto, un aroma, un acento escuchado donde sea, y tu recuerdo me pinza el estómago y me estruja por dentro removiéndome con regodeo. Por pequeño y efímero que sea ese detalle me hace darme cuenta que mi calma es la calma de hallarme justo en el centro de un tornado: quietud, sosiego y sensorialmente alucinante, pero a sabiendas que lo que viene tras ella destroza brutalmente cualquier cosa por robusta que esta sea, y que, por desgracia, no tengo chapines rojos que al chocarlos me devuelvan a Kansas como si nada hubiera pasado. 

Y mi sentimiento, que no sé de qué demonios está hecho, es tan jodidamente sólido que sigue ahí tras el desastre. Por mucho que repita “sueño, sueño quédate; pesadilla, pesadilla vete”, nada me hace olvidarte por completo. Y te busco en la cara de la gente pero no te encuentro.

¿Qué me has dado? Tan solo cuatro ratos, unas cuantas conversaciones, risas, y algunos de los mejores besos. ¿Y entonces? ¿Acaso en tu saliva dulce me traspasaste un filtro letal? Todavía no tengo explicación pero debe ser algo de eso.

Así que, pueril, juego a imaginarte en las circunstancias más desafortunadas para que la sensación de hombre que creí ver en ti se esfume; para repetirme una y otra vez que no merece la pena ni un solo instante de tristeza por algo que nunca fuiste para mí, que no mereces okupar un segundo más mi cabeza. Te pienso en el váter, echando la pota tras unas horas de juerga, con las uñas sucias, con saliva blanca asomando por la comisura de los labios, oliendo fatal, otra vez en el váter, gritando a tus subordinados, equivocándote en algo gordo, no sabiendo muchas cosas, con aliento de dragón, tirándote un pedo, perdiendo el control, sin máscara de protección, desnudo. 

Te imagino con tu absoluta frialdad.

Ni por esas.