miércoles, 15 de octubre de 2014

Un punto incómodo


Existe un punto en mi cuerpo que me pica insistentemente. Está situado entre mi hernia cervical y la siguiente vértebra sana hacia abajo, desplazado un poco a la derecha (mal).

Me lo imagino disfrazado de lunar precioso y perfecto, como tantos otros que tengo dispersos por mi mapa corporal, pero mis ojos no alcanzan su posición correcta ni mirando ayudada de un retrovisor casero. Así que me conformo con esa estampa ficticia. Sin embargo, todas las etiquetas de mis camisetas y de algún suéter de invierno lo encuentran, son más hábiles que yo. Lo acarician, rozan, lo acuchillan, se clavan en el mismo centro neurálgico, y empieza la fiesta molesta, esa que sufres desde la ventana de enfrente cuando ni siquiera has sido invitada.

A veces, el picor llega a extremos de dolor y este perdura incluso cuando ya hace rato que me he desnudado y nada lo toca. (Tocar: un verbo que se ha convertido en metáfora deseable, y al parecer,  poco probable).

6:04 Dispuesta a salir de casa he tenido que quitarme la camiseta con movimiento rápido y eficaz, y armada de tijera, proceder a la disección del sobrante incómodo, agujereándola de paso, claro. ¡Fatal!

6:45 - 18° en la ciudad. En el bus de al lado, un hombre dormita con la boca abierta. Suenan The Honey Trees en mi reproductor y muevo mis manos al compás, dibujando ondas suaves, amago de baile mientras espero el verde del semáforo.

El picor no cesa y mi mente se va hasta la cama de un hospital en un episodio de House en el que el ácido y atractivo doctor no da con la causa de la enfermedad que acaba matando a una chica. Más tarde, mientras la preparan, descubren un ínfimo punto en su espalda, el que desencadenó todo. Una señal donde cada día rozaba el sujetador. Sólo eso, tan elemental, tan insignificante, y así, desapareces sin más. ¿Por qué pienso en estas cosas a estas horas?

6:50 Paseo por las calles todavía nocturnas; un anuncio de centro comercial dice “Adoro el invierno”. La media luna mira desde lo más alto. ¡Qué pequeña soy y qué infinita me siento!
Los jardines del museo del sevillano Vázquez Consuegra están totalmente a oscuras y en calma. No niños ni adolescentes, no perros meando en sus zonas verdes.

Me pica y rasco el puntazo. Pese al madrugón diario disfruto de estos veinte minutos de paseo mientras hago tiempo para mi transbordo, me cruzo con muy pocos. Hoy he dado tregua a Wallander y escribo esto con letra que luego me costará descifrar.

7:10 En marcha a la faena. Por un momento y por el balanceo del autobús, me quedo traspuesta pensando en mis cosas, o en ti quizás, pero una señora cierra de golpe la ventana que hay sobre mí, y me jode el sueño. La verdad, no son formas. Y la brusca interrupción me hace pensar que se aproxima el cambio de hora que más detesto y menos entiendo, y que tendré que hacer algo para tomarme la llegada del invierno de manera más positiva. Sí, seguro que habrá momentos chulos.

7:40 Todavía no clarea el día. Pensaré en una habitación que se me haga interminable contigo.

Ahora, a dar los buenos días a mis compañeros. 


1 comentario:

  1. Has traslado esa incómoda sensación a tus palabras. Qué picor, qué angustia. Espero que sea un lunar benigno que se queja por una etiqueta mal puesta.

    ResponderEliminar

Estos son los que no se callan, y me encanta que así sea