domingo, 26 de octubre de 2014

En contra

Rumble fish, 1983 - Francis Ford Coppola

Si el cambio de horario no se produjese, todo sería un caos, la hecatombe.

En las oficinas los servidores no funcionarían, las líneas de producción de las fábricas se paralizarían, los chavales quedarían mirando los componentes horrorizados sin saber qué hacer; no habría hora de almuerzo ni de comida pues la sirena no se inmutaría. Los niños no nacerían, ni las citas médicas avanzarían. Sería el fin de la enfermedad. Nadie moriría. 

Las setas en los bosques no asomarían espectaculares ni las hojas de los árboles mostrarían sus matices otoñales. La tierra no giraría sobre su eje ni alrededor del sol, incluso éste ya no volvería a brillar con su fuerza. Abriríamos un grifo y no saldría agua, los riachuelos congelarían su cauce como en una fotografía. Los peces se suicidarían en masa sacando su cabeza del agua para siempre, quedando en flotación unísona.

Los despertadores no sonarían atronadores en mitad del sueño (para los que lo tienen). Los insomnes dormiríamos plácidamente al fin. Cuándo comer, cuándo ir al gimnasio, o a clase. Los profesores harían pellas, campana o se la pelarían sin más.

Las manifestaciones serían ecos de pasados reivindicativos, la gente no tendría ganas de protestar porque no habría nada de lo que quejarse. No existirían políticos y por lo tanto nada de corruptelas ni gilipolleces, recortes absurdos que dañan a la población y sólo beneficia a la gente que sustenta poder de algún tipo. Todos seríamos iguales.

Los cajeros no darían dinero, porque ya no se necesitaría la pasta ya que lo de comprar quedaría obsoleto, de la temporada pasada. 

La fruta colgaría indemne en las ramas que las sustentan, sin inmutarse. Los aeropuertos quedarían para paseos de los parroquianos, no se viajaría. Todo, absolutamente todo, quedaría a merced de no se sabe qué tradición omnipotente. 

Esto sería el caos, la ceguera de Saramago, el fin de todos los fines si no se retrasara la hora en esta estación de castañas y calabazas.

Pero como nada de esto va a suceder, suplico que nadie intente explicarme por enésima vez lo del aprovechamiento de luz ni zarandangas de esa calaña, porque llevo años viendo su inutilidad.

Estoy muy en contra, hasta el infinito.

Sería maravilloso que no hiciéramos caso, que nos plantáramos en silencio. Que la vida continuara tal cual como en verano…ya los astros hacen su trabajo; así no llegaría yo a casa con noche cerrada y saldría de ella también a oscuras. 

No es beneficioso para nadie más que para las eléctricas, porque yo enciendo la luz varias horas antes de lo que lo suelo hacer en primavera-verano. O eso, y hago cosas, o me meto en la cama y no les doy el gusto. Aunque esto no me curaría de mis insomnes noches, me temo.


En contra un año más.


A Mercedes, Julia, Sonia, y a todas aquellas amistades que piensan que lo del cambio horario es más que un mierder.


2 comentarios:

  1. Me apunto a la dedicatoria

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  2. Muy inteligente, interesante y compartido. Muy incomprensible el cambio de horario.

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Estos son los que no se callan, y me encanta que así sea