Rumble fish, 1983 - Francis Ford Coppola
Si el cambio de horario no se produjese, todo sería un caos, la hecatombe.
En las oficinas los servidores no funcionarían, las líneas de producción de las fábricas se
paralizarían, los chavales quedarían mirando los componentes horrorizados sin saber qué hacer; no
habría hora de almuerzo ni de comida pues la sirena no se inmutaría. Los niños
no nacerían, ni las citas médicas avanzarían. Sería el fin de la enfermedad. Nadie moriría.
Las setas en los bosques no asomarían espectaculares ni las
hojas de los árboles mostrarían sus matices otoñales. La tierra no giraría
sobre su eje ni alrededor del sol, incluso éste ya no volvería a brillar con su
fuerza. Abriríamos un grifo y no saldría agua, los riachuelos congelarían su
cauce como en una fotografía. Los peces se suicidarían en masa sacando su
cabeza del agua para siempre, quedando en flotación unísona.
Los despertadores no sonarían atronadores en mitad del sueño
(para los que lo tienen). Los insomnes dormiríamos plácidamente al fin. Cuándo
comer, cuándo ir al gimnasio, o a clase. Los profesores harían pellas, campana o se la pelarían sin más.
Las manifestaciones serían ecos de pasados reivindicativos, la gente
no tendría ganas de protestar porque no habría nada de lo que quejarse. No
existirían políticos y por lo tanto nada de corruptelas ni gilipolleces,
recortes absurdos que dañan a la población y sólo beneficia a la gente que
sustenta poder de algún tipo. Todos seríamos iguales.
Los cajeros no darían dinero, porque ya no se necesitaría la
pasta ya que lo de comprar quedaría obsoleto, de la temporada pasada.
La fruta
colgaría indemne en las ramas que las sustentan, sin inmutarse. Los aeropuertos
quedarían para paseos de los parroquianos, no se viajaría. Todo, absolutamente
todo, quedaría a merced de no se sabe qué tradición omnipotente.
Esto sería el
caos, la ceguera de Saramago, el fin de todos los fines si no se retrasara la
hora en esta estación de castañas y calabazas.
Pero como nada de esto va a suceder, suplico que nadie
intente explicarme por enésima vez lo del aprovechamiento de luz ni zarandangas
de esa calaña, porque llevo años viendo su inutilidad.
Estoy muy en contra, hasta el infinito.
Sería maravilloso que no hiciéramos caso, que nos
plantáramos en silencio. Que la vida continuara tal cual como en verano…ya los
astros hacen su trabajo; así no llegaría yo a casa con noche cerrada y saldría
de ella también a oscuras.
No es beneficioso para nadie más que para las
eléctricas, porque yo enciendo la luz varias horas antes de lo que lo suelo
hacer en primavera-verano. O eso, y hago cosas, o me meto en la cama y no les doy el gusto. Aunque
esto no me curaría de mis insomnes noches, me temo.
En contra un año más.
A Mercedes, Julia, Sonia, y a todas aquellas amistades que piensan que lo del cambio horario es más que un mierder.
Me apunto a la dedicatoria
ResponderEliminarMuy inteligente, interesante y compartido. Muy incomprensible el cambio de horario.
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