El ansia de fumar me fuerza a
esperar ciento veinte minutos sentado en el sillón orejero de mi gabinete. Alumbrada
la mitad de mi cuerpo por la bombilla de la lámpara de pie, en silencio dada
las horas que son, y nervioso por la dependencia, contemplo los lomos de los
libros acumulados durante décadas en las estanterías que tengo frente a mí,
cavilo sobre un hecho fundamental: mi estado de ánimo con el mundo y con todos los
yo que me pueblan. Qué soy, qué hago aquí, a dónde voy, y ¡cuánto polvo, joder!
Tengo hambre, pero no me apetece
nada en concreto, y eso que ahora tengo la nevera llena. Ya no me gustan las
cosas con entusiasmo; mucho tiempo guardando mis emociones en los cajones de la
mesita de noche, demasiada austeridad.
Las seis, ya es la hora. Mientras
bajo en el ascensor y camino por el portal hacia la calle me entran dudas feroces
que corroen por un instante mi aniquilado espíritu, mas sigo adelante con lo
mío, comprar tabaco y fumarlo en soledad. No tengo que sentirme mal, no hay nadie a quien deba
explicaciones más que a mí mismo, y yo, suelo perdonarme con rapidez. Así están las
cosas.
Todavía está oscuro y enfilo la
calle hacia el centro de la ciudad, cruzo el paso de peatones sin encontrarme
con nadie, y al llegar a la esquina dudo,
pierdo un poco la estabilidad. Tras unos segundos de extrañeza y mareo comienzo a darme cuenta que algo no
está bien, me faltan cosas y no soy yo, sino la calle. No me parece la de
siempre. Es verdad que los comercios abren y cierran con premura desde el
comienzo de la crisis, pero permanecen unos cuantos, los de toda la vida, que
ahora mismo se han evaporado. Vértigo.
¿Me he perdido algo? Me escucho
decir en voz alta y con un eco que perturba.
Me paro en mitad del vial
aprovechando que no pasan vehículos y observo un lado primero y luego el otro. ¿Dónde está
el quiosco? ¿y mi colegio? Es más, ¿dónde se ha metido la librería de siempre que
no la veo? No entiendo nada.
Miro hacia atrás y una bruma compacta
impide ver mi edificio. Ando unos pasos y decido entrar en el bar que solía estar por aquí, encuentro la pared, —lo
compraré en la máquina expendedora,—pienso. Al palpar el vidrio frío de la
puerta, un sonido como de succión brutal
me deja estupefacto. Con desconfianza la abro al máximo, y observo que donde
debía estar el suelo del local aparece un gran boquete oscuro y sin fondo, no
se ve nada. Vértigo otra vez. Me doy la vuelta, la oscuridad me rodea y siento temor
a hallarme en una dimensión en la que no pueda apoyarme en nada sólido. El
mundo, ese que olvido cuando a las tres y media de la madrugada me meto en la
cama, se confabula contra mí para que no cumpla mi objetivo, y encima, tampoco
puedo hacer lo contrario. Sigo sin ver nada. ¿Qué hago, qué demonios hago…?
Ya está, cerraré los ojos e
intentaré visualizar la acera, he de volver a casa como sea.
¡Ahí está…la veo! Voy bien. Ahora la
carretera con su trazado en blanco, la floristería de la esquina, la marquesina
del bus, el contenedor de basura. Esto ya es otra cosa,… el muro del colegio,
la librería Hamburgo, menos mal. Y sigo andando hacia mi casa mientras mi calle
va reapareciendo de nuevo ante mi mirada perpleja.
Cuando cierro la puerta tras de
mí, mi respiración va muy acelerada. La gata no ha venido a saludarme como hace
normalmente. ¡Calma, hombre!, siéntate un rato y respira con lentitud. Ya estás
a salvo. ¿A salvo de qué? ¡Calla, sshhhh!
La luz de la bombilla de la
lámpara de pie ilumina la mitad de mi cuerpo, observo los lomos de los libros
que he acumulado durante años, son pocos los que no he leído. Esperaré a que se
haga de día, he de bajar a comprar tabaco aunque me dije a mí mismo que esta
semana lo dejaba sin falta. Un par de horas más y si no me he dormido iré al
estanco.
Estanco: qué palabra más extraña para una
tienda que vende tabaco. Aislado, incomunicado, hermético, cerrado,
independiente. Cuántos significados para una misma palabra.
Las seis, ya es la hora.
El mundo se hunde cada vez que
desapareces y yo intentando dejar de fumar sin conseguirlo.
Quizá esta vez, flaco.
A Raúl
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Estos son los que no se callan, y me encanta que así sea