sábado, 24 de enero de 2015

Perdido en mi propia calle



El ansia de fumar me fuerza a esperar ciento veinte minutos sentado en el sillón orejero de mi gabinete. Alumbrada la mitad de mi cuerpo por la bombilla de la lámpara de pie, en silencio dada las horas que son, y nervioso por la dependencia, contemplo los lomos de los libros acumulados durante décadas en las estanterías que tengo frente a mí, cavilo sobre un hecho fundamental: mi estado de ánimo con el mundo y con todos los yo que me pueblan. Qué soy, qué hago aquí, a dónde voy, y ¡cuánto polvo, joder!

Tengo hambre, pero no me apetece nada en concreto, y eso que ahora tengo la nevera llena. Ya no me gustan las cosas con entusiasmo; mucho tiempo guardando mis emociones en los cajones de la mesita de noche, demasiada austeridad.

Las seis, ya es la hora. Mientras bajo en el ascensor y camino por el portal hacia la calle me entran dudas feroces que corroen por un instante mi aniquilado espíritu, mas sigo adelante con lo mío, comprar tabaco y fumarlo en soledad. No tengo que sentirme mal, no hay nadie a quien deba explicaciones más que a mí mismo, y yo,  suelo perdonarme con rapidez. Así están las cosas.

Todavía está oscuro y enfilo la calle hacia el centro de la ciudad, cruzo el paso de peatones sin encontrarme con nadie, y al llegar a la esquina dudo, pierdo un poco la estabilidad. Tras unos segundos de extrañeza  y mareo comienzo a darme cuenta que algo no está bien, me faltan cosas y no soy yo, sino la calle. No me parece la de siempre. Es verdad que los comercios abren y cierran con premura desde el comienzo de la crisis, pero permanecen unos cuantos, los de toda la vida, que ahora mismo se han evaporado. Vértigo.

¿Me he perdido algo? Me escucho decir en voz alta y con un eco que perturba.

Me paro en mitad del vial aprovechando que no pasan vehículos y observo un lado primero y luego el otro. ¿Dónde está el quiosco? ¿y mi colegio? Es más, ¿dónde se ha metido la librería de siempre que no la veo? No entiendo nada.

Miro hacia atrás y una bruma compacta impide ver mi edificio. Ando unos pasos y decido entrar en el bar que solía  estar por aquí, encuentro la pared, —lo compraré en la máquina expendedora,—pienso. Al palpar el vidrio frío de la puerta, un sonido como de succión brutal me deja estupefacto. Con desconfianza la abro al máximo, y observo que donde debía estar el suelo del local aparece un gran boquete oscuro y sin fondo, no se ve nada. Vértigo otra vez. Me doy la vuelta, la oscuridad me rodea y siento temor a hallarme en una dimensión en la que no pueda apoyarme en nada sólido. El mundo, ese que olvido cuando a las tres y media de la madrugada me meto en la cama, se confabula contra mí para que no cumpla mi objetivo, y encima, tampoco puedo hacer lo contrario. Sigo sin ver nada. ¿Qué hago, qué demonios hago…?

Ya está, cerraré los ojos e intentaré visualizar la acera, he de volver a casa como sea.

¡Ahí está…la veo! Voy bien. Ahora la carretera con su trazado en blanco, la floristería de la esquina, la marquesina del bus, el contenedor de basura. Esto ya es otra cosa,… el muro del colegio, la librería Hamburgo, menos mal. Y sigo andando hacia mi casa mientras mi calle va reapareciendo de nuevo ante mi mirada perpleja. 



Cuando cierro la puerta tras de mí, mi respiración va muy acelerada. La gata no ha venido a saludarme como hace normalmente. ¡Calma, hombre!, siéntate un rato y respira con lentitud. Ya estás a salvo. ¿A salvo de qué? ¡Calla, sshhhh!

La luz de la bombilla de la lámpara de pie ilumina la mitad de mi cuerpo, observo los lomos de los libros que he acumulado durante años, son pocos los que no he leído. Esperaré a que se haga de día, he de bajar a comprar tabaco aunque me dije a mí mismo que esta semana lo dejaba sin falta. Un par de horas más y si no me he dormido iré al estanco.

Estanco: qué palabra más extraña para una tienda que vende tabaco. Aislado, incomunicado, hermético, cerrado, independiente. Cuántos significados para una misma palabra.

Las seis, ya es la hora.

El mundo se hunde cada vez que desapareces y yo intentando dejar de fumar sin conseguirlo.

Quizá esta vez, flaco.

A Raúl




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Estos son los que no se callan, y me encanta que así sea