sábado, 31 de agosto de 2019

709


Nadie me leyó cuentos antes de dormir ni me enseñó que contar los segundos entre el relámpago y el sonido del trueno resquebrajando la cúpula que nos cubre, anuncia si la tormenta se acerca o, por el contrario, se aleja de nosotros. Si ésta llega, pequeñas gotas de lluvia preceden a la descomunal descarga, mientras luz y sonido acortan su distancia, como los latidos que van a la par durante unos instantes para luego volverse a separar.

Son casi las dos de la madrugada y tengo sueño, pero el estertor me ha despertado y me mantiene alerta. Reviso todas las ventanas de la casa. Huelo la tierra mojada cuando me asomo, el frescor inunda la habitación y las gotas mojan mi cara. Qué rabia tener que cerrar la ventana cuando la lluvia decide presentarme su intensidad, no quiero hacerlo pero necesito dormir y, además, tengo los vinilos apilados en el suelo. Si me mojase yo no tendría problema en dejarla abierta, me encanta acabar chorreando bajo la lluvia intensa de los últimos días de verano.

Al cerrar me viene el recuerdo de la primera noche que pasé en este piso, cuando ocurrió algo similar solo que más temprano. El agua cayó de sopetón y se desbordaba por la ventana del salón como catarata que no cesa. ¡Menudo comienzo! Estaba sola en un piso para dos y, por primera vez en mucho tiempo, esa sensación de soledad cubrió mi cabeza mientras intentaba sofocar la entrada del manantial. Esa sensación la he tenido en determinadas ocasiones y no ha sido necesario estar sola físicamente, me ocurre aun estando entre la multitud.

Aquel anochecer fue preludio de lo que ocurriría más tarde con mi matrimonio. Le llamé preocupada para contarle lo que pasaba y con eso me quedé, con su voz fría al otro lado del teléfono diciendo que no venía, sin luz eléctrica, recogiendo agua sin parar y echando toallas al suelo para que empaparan lo que a mí no me daba tiempo.

La tormenta de esta noche es placentera. Me tumbó en la cama, una pierna para un lado la otra para el contrario, hago un ángel. Si estuvieras aquí te tocaría sin dudarlo, pero como no es así, te pienso mucho. Y así, con la levedad con la que existo, me duermo.


Ando perdida en un gimnasio descomunal buscando un váter y acabo segunda en el podio de una competición en la que no recuerdo haber participado. Esperamos pacientes a que construyan el podio en un lateral del estadio que la gente abarrota preocupada más por ver un evento deportivo o una película al aire libre, no lo sé con exactitud, que por los que vamos a recibir las medallas.
Cuando clavan la tabla de madera reciclada a modo de señalética en un camino rural, no puedo leer con claridad a qué se debe mi plata. ¿Qué estoy haciendo?, me digo. Lo único que quiero es un lugar adecuado donde hacer pis. (Sé lo que estáis pensando, yo jamás diría eso del pis, pero soy yo esa que ha ganado, os lo aseguro). 

Ahora sí, me acerco más al letrero y leo: Poda de olivos.

Lo sé, no tiene ningún sentido, pero es que funciono así: entro en unas instalaciones deportivas de gran magnitud, me encuentro a la socia y pareja de mi ex vestida con mallas negras dirigiéndose a clase de no sé qué, busco un aseo sin conseguirlo, aquel lugar es infinito, y acabo proclamada plata de una lista de cinco medallistas (no está mal) tras el oro absoluto de Ricardo Gómez, o sea, Carlos Alcántara en “Cuéntame como pasó...”, que, a su vez, anda perseguido por la grada por hordas de fans de todos los sexos, todes loques por tocar su cuerpo.

Últimamente paso mis noches entre robos varios y buscando desesperada un lugar donde mear. Me atormenta levantarme una mañana y haber mojado la cama; sin embargo, ya no le doy vueltas al tema, la explicación me la dio el otro día mi amigo lisensiado.
Tus sueños son fáciles de interpretar. Todo sexo y obsesión con Eastwood y ciertos actores nórdicos. (¿?)
La otra noche soñé que Clint-Highway era mi novio y me llevaba en su moto. A ver si va a tener razón.





Adiós, agosto

lunes, 12 de agosto de 2019

Leer después de besar


Las paredes desiguales de la sala se ven salpicadas de pequeños dibujos hechos a mano, collages, papeles pegados como cromos antiguos, y alguna puntada de bordado con hilo de color. No hay muebles, sólo unos lienzos de suave muselina cuelgan en mitad de la estancia y juegan con el cuerpo todavía flexible de ella en los ejercicios de estiramiento que realiza.

Hay más gente en la habitación pero desaparecen cuando él entra. Tiene el mismo aspecto que recordaba, su pelo tan corto dibujando perfectamente el cráneo, su mirada azul y sus bonitas manos. Se sienta en el suelo junto a ella y le hace la primera pregunta, ¿cómo has logrado mi teléfono y por qué has mentido diciendo que eras de la administración pública? El hermano pequeño de ella se levanta del suelo y se marcha dejándolos a solas. Cuando traspasa la puerta aparece la madre que lo coge de la mano y ya no tiene treinta años, ahora es un niño de cuatro y regordete.

El arquitecto la mira con dureza, siempre fue así cuando algo escapaba a su control, mirada severa, inquisitoria pese a la sonrisa que gasta. No lo dice, pero le gusta mucho tenerla delante.

El viento que entra por las ventanas hace bailar las cortinas, un agradable ambiente en el que los dos se reencuentran después de seis años de la desaparición motu proprio del hombre.

Al principio ella no contesta a sus preguntas, simplemente lo observa incrédula por tenerlo allí, él se arrastra hasta la pared más cercana y vuelve a preguntar cómo lo ha localizado. En su tono de voz se mezcla el no querer ser encontrado con el placer por verla.
Ella se acerca a él sigilosa y cuando lo alcanza los dos se levantan arrastrándose pegados a la pared, sin hacer ruido; él es más bajo de estatura, no le llega a ella al hombro, le ha crecido el pelo de punta y lo tiene más oscuro.
Qué gusto le da estar junto a él, ya no recordaba su aroma ni su piel. Todo se le remueve por dentro cuando, decidida y diciéndole que sólo quería volverlo a ver, le besa en los labios, él le devuelve el beso obligado por la cercanía del abrazo que los envuelve, pero enseguida le da otro, y otro más. Besos intensos pero sin lengua. El deseo por saborear su saliva va creciendo en ella al mismo compás que él lo hace en estatura. Con los besos, el hombre va experimentando un cambio de look radical, muy punki.
Ella respira y besa su cuello una y otra vez, sin prisa. No, por favor, eso no me lo hagas, mi polla se vuelve adolescente y no puedo consentirlo. He de irme. Todo eso le dice el arquitecto a ella sin moverse un centímetro de donde está. Ella nota la excitación que provoca en él y le encanta. Se roza y pega más a su cuerpo ronroneando con apetito.

Él estira la mano y coge algo de la pared que se suelta con facilidad, un adorno hecho en papel seda, el escudo del Real Zaragoza. Se lo guarda en el bolsillo del estrecho pantalón.

La luz es muy agradable, él, que ya no va vestido de hombre de oficina ha superado su altura real y tiene un punto andrógino que recuerda a una de las componentes de un grupo musical de los ochenta.
Ella tararea mentalmente algo de Las Vulpes y, sonriendo, le despide en la puerta. Hay que dosificar, se dice, que las cosas buenas se acaban pronto. Sabe que volverá, ella cree en la química.

Camina hacia los ventanales y sale por uno de ellos a una terraza amplia donde tiende algo de ropa de un barreño. Las vistas dan a la playa. Se asoma e imagina que lo verá salir por la puerta principal, pero lo que se encuentra es el pistoletazo de salida de una carrera de coches hechos a mano, hombres y mujeres disfrazadas pilotando vehículos curiosos que se desplazan y destrozan por el paseo principal donde la gente, todavía en bañador, se agolpa ociosa para disfrutar del espectáculo veraniego.

Las sombrillas pueblan la orilla en el atardecer plomizo de agosto, ella se suelta el pelo y respira hondo el aroma a sal. Hora de leer, de meter la nariz en el libro sin estrenar.



jueves, 8 de agosto de 2019

No sé

Siento un ahogo que me supera estando sentada a la mesa con esta panda de chanchulleros babosos. Sé que él me ha invitado porque me quiere desde hace mucho tiempo y porque le encanta estar conmigo, pero este sitio es clasista y la gente no tiene nada que ver con lo que soy; he aceptado por no darle más largas.

Este club es para ellos, éstos que se creen importantes cuyo único credo es el egoísmo. Sus ojos sólo ven éxito en lo que posees, y yo, a día de hoy, poseer, poseo poca cosa.

Hace media hora que me ha dicho que nos marchábamos enseguida y siguen pidiendo más copas mientras se ríen las gracias los unos a los otros con el colegueo típico del que ha bebido suficiente. En ese estado todos queremos mucho, curioso efecto que provoca la ingesta de alcohol. Deberíamos aprender a parar en ese punto exacto de bienestar, de pedo amable, y beber sólo con la gente que queremos estando sobrios.

Yo quiero bañarme en la piscina, flotar en sus aguas calmas para gente VIP, pero aquí nadie se mueve y me pregunto qué narices hago haciendo nada.Él me mira comprendiendo mi malestar, pero aparentar y pertenecer al grupo le importa más que mi persona, así que me sigue con la mirada mientras desaparezco de la terraza sin despedirme. Elije quedarse.

Todos los autobuses han salido ya, me dicen en el punto de información, pero le digo a la muchacha que me deje cruzar la pasarela, que haga la vista gorda, sé que puedo lograr pasar el río sin problema, y que después de eso, el camino ya me es conocido y andando, en media hora estaré en casa. Ella se niega de nuevo, son las normas, escucho su voz lejana. Mientras observo las aguas bravas y la pasarela endeble un vértigo me recorre la espalda hasta llegar a mi garganta como un latigazo dejándome muda y serena.

Sigo caminando con la esperanza de encontrar la salida. Mi sobrina pequeña está ahí, clavada en la acera, esperando al novio de su madre que viene a recogerla. Cuando aparece el vehículo él sale para coger su mochila y aprovecho para preguntar si podría llevarme con ellos. Somos muchos, me dice. La chica que lo acompaña va delante y los tres niños de atrás se podrían apretujar un poco, pienso. Pese a dudar unos instantes, acaba negándose. Frialdad y negación, la historia de mi vida, y con qué facilidad la gastan algunos. Quiero aprender pero no encuentro el tutorial para ello.
Mientras voy pensando en ésto, y sintiendo la impotencia de estar en un lugar en el que no quiero estar y del que no puedo salir de ninguna de las maneras pese a mis esfuerzos,reconozco esa calle larga en la calle larga de otros sueños (a veces se me solapan cuando intento recordar con claridad). En sueños visito lugares donde ya estuve, unos son similares a la realidad pero conservan ese onírico halo que me deja clara la ficción en la que ando, y eso me tranquiliza; otros, en cambio, varían sus formas según avanzo, provocando un vértigo, una inestabilidad que me hace vulnerable.

En los sueños también tengo miedos, pero muchas veces vivo del aire y lo tengo todo.

Me asusta no encontrar el camino de vuelta, perder piezas dentales, que en muchas ocasiones se deshacen en textura terrosa dentro de mi boca, que me pillen robando y no pueda disfrutar de lo sustraído, no escuchar lo que me dice alguien que amo...

El robo es habitual en mis historias, esta noche ha sido algo dulce, un pastel, y quería salir de allí lo más rápido posible para disfrutarlo en soledad y a salvo de miradas extrañas. Me ha resultado imposible abandonar esa estación en la que estaba con las tres esposas de un conocido a quienes despedía, entre halagada por las palabras de éstas hacia mí, y el asombro que me ha producido conocer que este hombre, que en la vida real nunca quiso casarse lo haya hecho tres veces. ¿Eres mormón? le he preguntado sin obtener más respuesta que una mirada fija con sonrisa a lo Gioconda.

Me despierto a las siete de la mañana con las mismas ganas de comer pasteles con las que me acuesto, diciendo “no sé” como respuesta a casi todo lo que me pasa o no me pasa y sin volar en ninguno de mis sueños de estas noches de verano ardiente. 


To Palos, my person