El fondo totalmente desenfocado
aunque puedo distinguir gente, tu rostro nítido en un primer plano muy cerrado hace que me sienta tan cerca
que casi puedo acariciarlo con mis manos.
En esa foto tienes un perfil
magnífico. Tu oreja derecha se dibuja perfecta, como tu nariz. Tu boca entre
abierta como si estuvieras a punto de decir algo, muestra ese labio inferior suave que me fascina, pequeñas arruguitas de expresión se han formado alrededor de
tus ojos, esos que se advierten claros bajo tus cejas; unos ojos que tienes fijos en alguien.
No sé qué haces pero se te nota relajado y atento. Es probable que te
encuentres sentado en cualquier terraza tomando algo con tu gente.
Pero lo que más me gusta de la
imagen en sí es imaginar que la hice yo en esa vida en la que no sabíamos nada
el uno del otro.
Imagino que un día me siento en la mesa de una cafetería del centro. Es otoño, estoy sola tomando un rooibos con especias mientras leo un libro, pero hay algo que me impide avanzar en la
página en la que me hallo atascada; leo la misma frase una y otra vez sin
encontrarle sentido. Tardo poco en averiguar
que es el sonido de una risa lo que, entre tantos sonidos a esa hora de la
tarde, me distrae, y miro hacia el lugar desde donde proviene, y entonces, te veo. Me gustas al instante. Te observo a escondidas
parapetada tras la taza que sorbo despacio, miro cómo gesticulas al hablar, al
reír, tu aspecto impecable me atrae: el pelo muy corto enmarca tus facciones, tus
manos me encantan cuando asoman entre los cuerpos que nos separan al agarrar la
Alhambra y dar un trago. La boca de la botella se posa en tus labios,— dichosa
ella— pienso.
Con movimientos muy lentos para
no hacer ruido como si fuese a fotografiar
un animal salvaje en mitad de la selva,
saco mi cámara compacta y espero el mejor momento, ese en el que la gente que
hay entre nosotros se aparta un poco, y disparo. Aparentemente, la toma es
buena. Guardo la cámara en el bolso y termino mi infusión con el libro que ya
no leo abierto de par en par. Me he quedado tan fascinada con tu imagen que ya
no disimulo mirarte, y se abre un paréntesis de ensoñación donde no se escucha
nada ni a nadie, sólo soy yo mirando tu cara y tú sin saber que existo. La ilusión desaparece en cuanto
os movéis para marcharos, y tú, todavía sentado, me miras. Es un instante, y hago
como que estaba en otra cosa, pero me has pillado lo sé, lo sabes. Recojo todo con premura y me marcho de allí con una sensación de pérdida
que se apodera de mí mientras me adentro por las callejuelas del barrio. Pero la vida ofrece todo eso: encuentros fugaces, otros más duraderos, miradas, palabras, besos. ¡Ay, esos
labios…!
—¿No es interesante el libro?—escucho
de una voz a mi espalda.
Me giro y te veo ahí.
—Te lo has dejado olvidado.
Me giro y te veo ahí.
—Te lo has dejado olvidado.
—Sí que lo es,... interesante digo, es solo que…
Al acercarte, percibo un
aroma de agua fresca y ardiente, de esas que aseguran una permanencia
irreprochable, y enmudezco. Hago todo lo posible por rozar mi mano con la tuya
al recuperar el libro, me miras directo a los ojos, con el mentón ligeramente pegado al
pecho, una de esas miradas Kubrick tan intensa. Creo que me va a dar algo, ya no hay espacio entre los dos. Para cuando me doy
cuenta que te toco nos estamos besando…lo noto, yo ya he cerrado mis
ojos y me dejo llevar. Otra vez se crea un vacío de silencio y
tiempo, roto sólo por el ímpetu de nuestros labios al juntarse. No existe nadie
más que tú y yo, no importa nada fuera de esa burbuja, no sé cuál es tu nombre
ni tú conoces el mío…
●●●
Pero no, por mucho que mi imaginación
vuele, la foto no te la hice yo a escondidas, tan solo la observo durante mucho tiempo ahí, como fondo de escritorio, y sigues pareciéndome tan cercano que la sensación de tocarte
perdura incluso horas después de haber apagado el portátil.
Fantástica narración de una ensoñación...
ResponderEliminar