Concentrada en la espiral que
dibuja la cuchara en las gachas de avena mientras remuevo con lentitud el
engrudo, y aspirando el aroma de la corteza del limón y la canela, embelesada. Mañana de domingo lluvioso en esta ciudad que a veces odio, y otras
tantas amo.
Me he levantado de la cama con
ganas de saborear la vida, y sí, aunque digan que no hay que supeditar nuestra
felicidad a otra persona, tú me provocas ese efecto duradero. Despertar con tus
caricias y tus besos, esa es la única medicina, mi transporte.
Ratos de juegos y de remoloneo
bajo las sábanas, así me gustan los fines de semana. Impregnarme de ti cuanto
pueda por si un día me faltas o tienes tanto trabajo que no pudieras ni rozar
mi mano por el pasillo al cruzarnos por la casa.
La leche de soja vuelve a subir
por tercera vez, deben estar listas. Mientras apago la vitro escucho
el sonido de una puerta al abrirse…y apareces en la cocina todavía chorreando
de la ducha. Me sonríes porque sabes que me vas a empapar con tu abrazo cálido
y húmedo, con tu tacto de albornoz ligeramente áspero.
Abordas mi cuello con tu
respiración a sabiendas que es algo que no puedo esquivar, me paraliza por
completo el roce de tus labios, lo sabes bien; un gemido imperceptible sale de
mi garganta.
Me giro para enfrentarme a ti y, sin
dejar de besarte, deshago el nudo del cinturón que tienes atado a la cintura. Te
acaricio la piel mojada.
Tocarte es lo único con lo que he
soñado millones de veces. Las yemas de mis dedos, que nunca te olvidaron, recorriendo
la piel de tu cintura, tu espalda. Sí, millones de veces.
Dejo caer mi albornoz al suelo y
me sonríes; te atraigo hacia mí mientras me apoyas sobre la lavadora. No sabes
el placer que me da notar que te excitas. Tus fuertes brazos me levantan al
aire, no lo has olvidado, me encanta. Así te quiero, así te tengo.
Credenciales de posesión, lo sé, no debería
decirlo, pero así me posees, te poseo.
Unidos por el calor que desprenden
nuestros cuerpos, con el aroma a gel
hidratante, nuestros sudores otra vez se mezclan en esta mañana infinita
de besos con lengua y labio inferior.
Esa es la finalidad de todo esto, que me comas y comerte,
a eso aspiro, ese es el objetivo al que me enfrento cada día a tu lado.
¡Muérdeme, muchacho! —grito
mientras me embistes. Mis piernas te atraen hacia mí en ese patrón de idas y
venidas diseñado sólo para amarnos.
¡Me gustas mucho!—dejas escapar
mientras me llenas con tu orgasmo.
Es la primera vez que me lo dices
y me sorprendo,…pero tú sigues a lo tuyo, y con tus dedos húmedos por la saliva
de tu boca me acaricias suavemente, sin dejar de mover tu cintura. No necesito
mucho para ofrecerte lo que me provocas.
Hay que volver a la ducha, sí, y
las gachas no sé si resultarán comestibles…No importa. Nada importa ya, lo supe
cuando me tocaste la primera vez, a ti te ha costado más darte cuenta.
Las palabras e incluso los hechos
pueden mentir, el tacto jamás.
Felicidades. Se te ve bien con ese chico.
ResponderEliminarAnónimo,¿qué chico?
EliminarPues no se, el chico.
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