Sólo tengo contacto visual con tu
nombre en una aplicación donde se agolpan canciones y más canciones. Es el
único lugar del que no me has podido eliminar ya que no depende de ti ese tema.
Tras muchos meses sin hacerlo, una
tarde entré y te vi conectado escuchando alguna canción de tu descubrimiento
semanal, me tembló todo el cuerpo, me emocioné; fue como si te viera de frente en
mitad de la calle, algo que, por ahora, no ha pasado en la vida real. Temo que
esto ocurra algún día porque no sé cuál será mi reacción, aunque para entonces,
puede que verte ya no me importe en absoluto, lo cual también me asusta.
Me pregunto si hoy, que has vuelto
a escuchar esa canción de Seabear de tu lista de favoritos, te acuerdas de mí,
porque yo lo hago siempre desde aquella mañana de martes en la que la
escuchamos en tu coche: tú ibas a trabajar y yo a la parada del bus. Unas horas
más tarde, no muchas, me la enviaste por correo con las palabras: la canción que
sonaba en nuestro primer día laboral juntos.
Entonces te veía ilusionado como
lo estaba yo y tenías esos detalles, llámame tonta, pero me fascinaban esas
pequeñas cosas pues es a lo que de verdad doy importancia.
Esa mañana, al despertar junto a
ti, hablamos un buen rato holgazaneando como me gusta cuando estoy feliz. Me dijiste
que me quedara, cosa que no pude hacer por compromisos varios, pero que me lo
pidieras erizó mi piel, eso lo puedo asegurar,… Enseguida pensé que deseabas
escaparte en algún momento para regresar a las sábanas de tu cama o al rincón
de tu sofá, junto a mí.
Abro la aplicación para escuchar
música mientras trabajo en la modificación de unos planos por sexta vez y veo
que hace tres horas has escuchado esa canción y sonrío, y no dejo de
preguntarme si me recuerdas, aunque sea imagen fugaz, aun cuando no construirás
jamás fuego alguno para mí, y pese a que hayas olvidado ya el nombre por el que
me llamabas.
Tú no lo sabes, pero eres un recuerdo cálido, y si me hablaras de nuevo, te escucharía sin dudar.