domingo, 26 de julio de 2015

Sólo por diversión...dos


Anuncio por palabras
Busco persona que me huela toda. Pido sinceridad absoluta y entrega en ocasiones. Prometo no absorber ni juzgar ni pedir nada que no estés dispuesto a mostrar. Date el gusto de vivir una aventura; no sé lo que durará pues no miro más allá de hoy o mañana, sólo disfruta mientras yo exista en ti y viceversa.

Fin
Y así, tontamente, acabé  pegándome un tiro. Y debí morir, porque ya no tuve más noticias del banco.

Sigue soñando, gilipollas
Se durmió soñando que él también podía volar. Ya estaba harto de fingir, si esa niña vuela cuando se besan, él también se lo iba a permitir. 
Primero se deshará del lastre, luego saltará todo lo que pueda para alcanzar el hilo que le une a ella. Se acercará con ternura a su niña; la que lo nombra de mil maneras y le escribe cartas. Dejará que mordisquee su labio inferior con dulzura. Y cuando ya la tenga perdida en sus ojos, abandonada a su sabor, le contará la verdad: que la desea como ella a él. 
Y para festejarlo, el fin de semana le presentará a sus amigos.

Esa gente
Naricilla respingona y un cuerpo de escándalo, de escándalo por maltrecho. Así se la veía en la pantalla de plasma; con todos sus gestos patéticos, con todos sus tics. La ganadora del concurso de deletreo, la cualificada, la pronunciadora de mil quinientas palabras por minuto que nunca dicen nada. La avezada en provocar el vómito nacional. ¡No hables más, no hables más!

Una pena
Suspiró profundamente y recogió dos cubiertos del suelo: el tenedor, que había utilizado para la ensalada, y el cuchillo de la carne con el que seccionó su femoral de manera nada limpia. Esperó sentado, con la servilleta alrededor de su cuello todavía, a que trajeran el vino; no quería mancharse por si ella aparecía.
Haciendo caso a su psicoanalista, todo lo hizo con pausa, relajadamente. Por primera vez, había hecho los deberes.

Una pena que jamás se lo pudiera contar.

La última cena
Eligió una botella de vino tinto para acompañar la cena pese a que ella había dicho blanco. La abrió y estaba en mal estado, vete a saber cuánto tiempo llevaba ahí esa botella.
Entre risas abrió otra, y otra, y otra más. Desastroso, no se puede acumular caldos en semejante posición ni en cualquier armario. Al final optó por el blanco, claro, y lo puso a enfriar.
Cuando me invitó a cenar no sabía qué me esperaba. Desajustó mi memoria interna, hasta hoy.



©Ana Meca

lunes, 20 de julio de 2015

Y el frontón calla


Hubo un tiempo en el que todo aquel que construía un chalet y tenía terreno suficiente levantaba un frontón para darle a la raqueta.



© Ana Meca, Un frontón de ayer

Hubo un tiempo a finales de los 70 y ya en los 80 que el deporte del tenis se extendía más allá del televisor y entraba en nuestras vidas, cuando los grandes tenistas marcaban hasta la forma de vestir camisetas fuera de la cancha; aunque esto ya lo hacía el tenista Frederick John Perry (Fred Perry) desde la década de los 30 con mucho éxito, de hecho, su marca sigue siendo hoy una de las más estimadas.
Esas ropas, durante mucho tiempo blancas, nos atraían, y mucho más desde que “Retorno a Brideshead” apareció en nuestras pantallas y quisimos emular a esas gentes que siempre supieron vestir para la ocasión. Aquéllas memorias del Capitán Charles Ryder fueron un oasis divino en las noches de su emisión. Todas las amigas de la pandilla nos enamoramos de Jeremy Irons, todas quisimos portar una bufanda bicolor. ¡Mira! lo mismo ahora hago una para mí.

El tenis siempre ha sido un deporte elegante, más que nada porque las gentes que lo practicaban solían tener la vida arreglada y tenían esos modales en apariencia exquisitos y porque dejaba ver el cuerpo del jugador, los músculos bien dibujados en piernas y brazos, parecía que jugar era fácil. La ejecución de movimientos era tan perfecta que no se veía el esfuerzo salvo cuando llevaban horas jugando. En cuanto a mí con este deporte diré que me resultaba imposible volear tres veces seguidas contra alguien. Admito mi ineficacia para el juego de muñecas, se quedaban fofas, era como si mi brazo se quedara sin fuerza y la red un tremendo imán para mis saques. Pero contra la pared la cosa cambiaba, el frontón era lo mío, ¿por qué? no lo sé, pero ya lo dicen demasiados: no se puede ser bueno en todo, y yo me entendía con el frontón pintado de verde a la perfección, aunque jugara con más personas, siempre era la pared la que me devolvía la bola. Hablábamos el mismo lenguaje.

Cuando Ivan Lendl, John McEnroe, los suecos Mats Wilander y Stefan Edberg y el alemán Boris Becker tomaban el relevo generacional de un Bjorn Borg de hielo y un incombustible Jimmy Connors, comprarse una camiseta molona, unas muñequeras y una raqueta se puso de moda y nosotras empezamos a mirar, que no ver pues siempre estuvieron ahí, las canchas y los frontones en el Polideportivo Municipal, prescindibles durante años, sin preguntarnos qué hacían ahí y para qué. Los objetos aparecen así un buen día y ya nunca más los ignoras. Entramos en la era de "Alquilar pista"que suena tan cool como lo fue entonces.

Cada una tenía sus favoritos. Lendl, el chico sereno y silencioso, el que apenas sonreía durante su concentración, era mi jugador favorito.
Aunque el juego del checo no era vistoso resultaba tremendamente efectivo y disfrutaba los enfrentamientos con McEnroe que perdía los nervios con facilidad. Era Don Aspavientos, un show con su melena incorregible y su cinta roja, ¡y cómo jugaba el cabrón!

Lendl dándolo todo
 Wilander

Otro jugador que me encantaba era el sueco Mats Wilander que con la edad no ha perdido su encanto, su delgada figura y su amplia sonrisa. Era muy vivaracho con sus rizos rubios y siempre de buen humor. La hierba de Wimbledon se le resistió, ¿veis? imposible ser bueno en todo. 
También recuerdo con cariño aquéllos míticos duelos sobre esa misma hierba entre Stefan Edberg y Boris Becker. Brutales.

Ivan Lendl en la actualidad
Mats Wilander en la actualidad

Hubo un tiempo en el que te ibas a pasar el fin de semana a la segunda residencia de una amiga del cole (yo como Charles no tenía familia pudiente) y lo pasabas entero sudando bajo un sol de justicia sin reparar en ello, sin beber agua ni descansar, en plan salvaje total dándole a la raqueta e intentando emular los saques de nuestros favoritos. Interpretaciones muy libres, por supuesto.

En cierta ocasión, regresábamos de Madrid para pasar el fin de semana en casa, y pernoctamos en un pueblo conquense de donde era la familia de mi amiga y compañera de estudios, Huertos de Moya. Allí contemplamos estupefactas un satanazo de hormigón en medio del erial, un pedazo frontón que ya lo hubieran querido para ellos los del Jai-alai.

Ahora veo demasiados frontones olvidados. Se han quedado como planchas de bar oxidadas, ardiendo en ese rincón de las parcelas bajo el sol del verano. Ya nadie hace unas bolas allí, no se oye el sonido elástico peculiar del bote y rebote, los pequeños gritos de esfuerzo, el “sacas tú” fundiéndose en la tarde con el chirrido de las cigarras y las risas.
En algunas paredes ves una triste canasta colgar de cualquier manera; porque luego vino el baloncesto como deporte favorito que practicar, debido no sólo a que nuestros equipos y jugadores lo hicieran sensacional, sino porque el cine norteamericano nos lo metió siempre hasta en la sopa. «Ninguna casa sin bandera ni canasta encima de la puerta del garaje». Pero eso es todo, ahí aparecen silenciosos los frontones con su verde deslucido, sus desconchones y grietas por las que brotan hierbajos rebeldes y se pasean tímidos insectos que siempre van a algún lado. 

Yo a los frontones los miro largo rato y les hablo: tuvisteis tiempos mejores y quién sabe, lo mismo vuelven, porque seguro que tenéis muchas cosas que contar.




A Caul y nuestra charla sobre el punto del gazpacho de Mats




martes, 14 de julio de 2015

Los arrebatos son para el verano


Anoche me acosté leyendo tu texto y apareciste a mi lado en cuanto Morfeo me llevó con él.

Andas hacia mí como el que todavía quiere ocultarse a la mirada, el que todavía no desea desvirtualizarse por un motivo que desconozco, pero te veo y decides seguir caminando para decirme hola. Y eso es lo que nos decimos, un hola muy tranquilo, como los que se conocen desde hace mucho y se esperan. Bajas la mirada hacia el suelo para no mantener contacto visual, no todavía, y ves mis pies desnudos cubiertos de arena húmeda. Estiro el brazo y me permito la osadía de acariciarte el pelo, de tocarte, eso que he estado tiempo pidiéndote con señales y palabras.

—Te lo has cortado mucho.
—Sí, lo he hecho, el calor, ya sabes.

Andamos hacia el porche de la casa de la playa hablando con monosílabos, y cuando te apoyas en la pared como el que se siente vencido y dispuesto a explicarse, te beso. De la misma forma que te acaricié la cabeza,  sin preguntar, busco tus labios con los míos sin dejar de mirarte y todavía incrédula de que estés aquí, conmigo.

Tú callas y yo no sé qué más hacer, salvo no querer ninguna explicación tonta de por qué has tardado tanto en llegar. No la necesito, de verdad.
Por primera vez sonríes y me atraes hacia ti con mucho cariño.

— ¿Tanto miedo tenías de venir?
—Sí lo tenía, sí, lo confieso. Suena pueril  viniendo de un ególatra como yo.
—Nadie está a salvo de parecer tonto alguna vez. Los hay que hasta repetimos diez.

Cierro los ojos y me rozo con tu piel como si dispusiera de todo el tiempo del mundo. Mientras lo hago, noto que no has viajado solo, una presencia fuerte te acompaña, la de ese hombre al que temo enfrentarme porque ya se lo dije casi todo en otra vida, y de nada sirvió, al menos a mí. Ese hombre del que nunca se supo si va o viene, el que aún me emociona y me intimida a partes iguales, al que huelo siempre, por el que sigo siendo un puzle a medio montar.

—No te sientas mal por lo que nos escribimos; aquellas conversaciones fueron arrebatos lujuriosos que me alegraron infinitamente esos sábados de verano. Jugabas y yo también, ya somos mayorcitos, ¿no crees? La pena fue que al principio te rajaras, que no posibilitaras el demostrar la ética de disponibilidad de Antonioni, y me dejaras sin disfrutar de reírnos juntos de la vida, porque estoy segura que lo habríamos hecho, eso, y quedar mucho más amantes que ahora, pasara lo que pasara. Bueno, al final parece que le distes muchas vueltas a la cabeza.


Anda, vamos a bañarnos, te digo. Ya tocarás el piano cuando la luna se haya marchado, este verano estoy sola en casa. ¡Venga, grito mientras me alejo, persígueme como cuando éramos críos y estábamos en el pueblo!

©Ana Meca


sábado, 11 de julio de 2015

La proliferación de las camisetas, o cómo reivindicar de todo en una T-Shirt


Cuando el clan despertó esa jornada la pintada ya estaba hecha. Una serie de punteados rojizos junto a la impresión en negativo de la palma de una mano joven y fuerte lucían su esplendor sobre la piedra.
Los Supremos del clan de la cueva del Agujero, ahora conocida por Chauvet – Pont d’Arc, habían restringido cualquier exaltación artística que no fuese la impronta de sus presas, el único homenaje que se les ocurría para agradecerles la supervivencia del grupo, así que montaron en cólera y mandaron al rebelde fuera de la cueva y de sus vidas.
Con lo que no contaron es que los más jóvenes ya habían pintado su cuerpo con los mismos motivos, y frente a la entrada de la cueva y en silencio, reivindicaban que si se iba el Greñas, ellos se largaban con él.

Y se quedó, claro, él y sus pinturas.

©  Cueva de Chauvet-Pont d'Arc



Que se tenga constancia esa fue la primera "camiseta" reivindicativa de la historia, la primera vez que sobre cuerpo humano se reclamaba por un hecho concreto. ¡Un exitazo!

A partir de ahí fueron contadas las ocasiones en las que se hizo algo parecido, al menos que se sepa.

Quedó escrito que un mercader de la ruta de la seda conoció de primera mano un suceso ocurrido en la China Imperial. La quinta esposa del emperador Hongwu tiñó su ropa de cama de un rojo intenso, lo dejó secar, y  luego escribió en negro 单身algo así como: “Soy única”.
Y lo fue, su rebeldía la convirtió en la única mujer de la casa con la que nunca más durmió, y para rematar, el emperador aniquiló su atrevimiento tomando tres jóvenes esposas más. Ella enloqueció y murió ahogada comiéndose sus palabras.

El momento álgido de las camisetas en T dura desde las últimas décadas del siglo pasado hasta nuestros días,  donde cada evento, cada desastre natural o humano es inmortalizado sobre tela de algodón. 
Recuerdo en los 80 a una señora en el bus indignadísima diciendo a otra: En mis tiempos, en semana santa no se escuchaba música en la radio ni en ningún otro sitio, la gente no comía carne, y permanecía en silencio todo el rato por respeto a dios nuestro señor, y ahora, hay fiestas en las discotecas y hasta te regalan camisetas.

La uniformidad de seguidores de grupos musicales, clubes deportivos o de sagas cinematográficas son un filón que hoy se explota sin fin. Todo vale, y el pozo no parece tener fondo. Creatividad, humor para sobreponerse a las inclemencias ya sean atmosféricas o políticas. Lo que decía Enric González en historias del calcio (la brillantez de los inventores de pancartas ningún cronista la alcanza) podría ahora extrapolarse al tema que nos ocupa.

No sé qué lleva al ser humano a la continua demostración de pertenencia a un todo, a buscar la unión en la celebración, el no al individuo autónomo (aunque con más frecuencia queremos llevar camisetas que nos representen y que sean únicas, la veda de la camiseta personalizada está abierta, sí señor). Lo mismo da que sea en círculos mínimos, como una peña de amigos que se van de fiesta, la falla a la que perteneces o el gremio que apoyas con el que te sientes identificado. Así lo entendía el Sargento Thomas Highway cuando regresó a la Unidad de Reconocimiento: para ser un pelotón hay que actuar como tal y nada mejor que empezar por las camisetas en los entrenamientos.
“O llevamos la misma camiseta o no llevamos ninguna”

© Warner Bros. Heartbreak Ridge

—Camisetas fuera.
—Hoy llevamos la misma camiseta, mi Sargento.
—¿La misma que la mía?

© Warner Bros. Heartbreak Ridge

Lemas como "Yo sobreviví a…" no pasarán de moda aunque se queden obsoletas por la temática escogida.  No es lo mismo llevar una camiseta con Yo sobreviví al final de Dexter durante la semana siguiente de finalizar el show que hacerlo tres años después. (Nota personal- no sólo sobrevivimos al final sino que lo hicimos a las últimas temporadas nefastas de la serie. DEP para siempre)

Muchas reivindicaciones sobre tela tienen la vida corta, eso es así, aunque para según qué, si ha pasado suficiente tiempo sin que te haya dado por lanzar la prenda a la basura, puede convertirse en oscuro objeto de coleccionista, y otras, como recuerdo amargo de sucesos dolorosos o de cariño porque lo que se pedía se consiguió.

Las indignadas, los orgullosos, las graciosas, los raritos, los diseñadores. Todos con nuestras camisetas decimos lo que queremos sin que nadie nos pida saber. Así que mantén la calma, léelas cuando te las encuentres, y juega a inventar cómo es quien la lleva. Exprésate mientras puedas porque se nos querrá tapar la boca, pero siempre podremos lucir la camiseta que nos de la gana.

Aquí algunos ejemplos cotidianos: