domingo, 13 de mayo de 2018

Preferencias


Por casualidad—y digo casualidad cuando creo no saber cómo ha podido ocurrirme, pero sospechando la existencia de una Oficina de Ajustes en las sombras que manejan a su antojo los malditos algoritmos esos que saben qué me gusta y me machacan a diario—, o bien hay explicaciones más que razonables a las que sin embargo no accederé nunca, he encontrado sin querer, mientras deslizaba el dedo por el timeline de una red social instantánea, el tráiler de Venom versión doblada. Este dato sería del todo intranscendente si no fuera porque mantengo desde hace algunos años una actitud nada flexible con el tema del doblaje y una lucha fratricida con todo el que se me antoja obstinado del otro lado que no quiere entender mi postura.


El hecho de escuchar a Tom Hardy con una voz prestada ha provocado en mí tal desasosiego que he odiado, por un corto periodo de tiempo—siempre hay cosas más nefastas que te hacen olvidar lo superfluo; y esto, aunque me fastidie mucho, lo es—, a ese director de doblaje que ha elegido una voz tan débil para ese animal de escena que tanto me gusta.

Ya me pasó algo parecido a esto cuando de pasada por el salón de mi casa y en la televisión, que no veo desde hace casi siete años, escuché una voz un tanto extraña. Al mirar la pantalla vi imágenes de una serie fantástica, oscura, medieval, fría y ardiente de fuego Valyrio, pero esas voces no acompañaban lo que yo estaba acostumbrada a disfrutar, nada sonaba igual, y menos la voz de uno de mis personajes favoritos, ese gran Lannister (lo siento, Carlos Del Pino) que ha creado el grandísimo actor Peter Dinklage. Pues eso, que lo de Hardy no lo perdono, me niego y reniego. Estoy en todo mi derecho, y ya está bien de ser yo la que siempre respete a los demás que sí quieren ver cine doblado. Sí, ya sé que diréis, si no te gusta no lo escuches; y eso hago, está claro, pero ahora sé cómo suena su voz para este lado del planeta y me estoy preguntando—sin querer salir de dudas— si es la misma que le han colocado en toda su filmografía, porque si es así, con los personajes tan brutales que interpreta, me da un pasmo detrás de otro sin punto de retorno.

Así que no he tenido más remedio que visionar varios de sus caracteres con su voz real, para que la otra salga del rincón donde se acumula todo lo innecesario como ya conté en otro momento.

Hay tantas voces tan bien elegidas como la de Hugh Laurie en House, o la voz de Homer Simpson, y por supuesto todas aquellas del cine clásico que forman parte de mi larga historia con la ficción, cuando en la televisión echaban magra buena. Las voces de Bogart, Bette Davis, Sean Connery, Clint, Burt Lancaster o Vivian Leigh...

La importancia de la voz es vital, porque cada voz es un instrumento musical, alguno desafinado o distorsionado, áspero, estridente, nasal. Los actores y actrices utilizan su voz acoplándola al personaje, dando los matices e imperfecciones necesarios. En la vida real no escuchamos a nadie de forma totalmente nítida, a menos que haya silencio. Cuando una película se dobla, por muy bien que se haga, y aseguro que tenemos los mejores dobladores del mundo, se le está eliminando parte del proceso creativo del carácter que se interpreta en la pantalla. Quede claro que mi gusto por la versión original no va contra el arte del doblaje ni contra los profesionales que lo ejercen, porque repito, tenemos unas voces increíbles, algunas de las más grandes ya desaparacidas (Elsa Fábregas, Matilde Conesa, Roser Cavallé, Carolina Giménez, Celia Honrubia, José Guardiola, Constantino Romero, Pepe Mediavilla, Carlos Revilla, Jesús Ferrer, Jordi Dauder, Daniel Dicenta, por nombrar unos cuantos), que hacen un trabajo formidable y complicado, ingrato y en las sombras. Valoro todo eso, y no olvido que son actores y actrices con una amplia andadura profesional ya que durante mucho tiempo no se rodaba con sonido directo, y había que doblar la película fuera o no española. (Ver el documental VOCES EN IMÁGENES, de Alfonso S. Suárez)



Quiero mantener en mi memoria aquellas voces maravillosas que alguna vez mejoraban al original y hacían aceptable una mala película, pero me gustaría que se me permitiera exponer mi preferencia y que no se me tachase de recalcitrante o snob. Ahora no quiero renunciar a escuchar la voz real, que es el 50% del trabajo actoral, sin importarme si habla sueco, turco, japonés o catalán. Por eso, cuando alguien me dice «yo es que voy al cine a lo que voy», le contesto con una pregunta: ¿y a qué imaginas que voy yo?


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Estos son los que no se callan, y me encanta que así sea