Fantaseo con la idea de que tus manos me rocen, me
acaricien, me estudien en profundidad con la lentitud de un experto
pianista. Quiero que mi cuerpo sea las teclas de tu piano, o las partituras,
esas que retiras a un lado con la suavidad del que toca una obra de arte.
Escucho el sonido mágico del deseo en mi interior, porque no puedo
hacer otra cosa que desear estar en los lugares que quiero estar, en momentos
en los que quiero quedarme un buen rato, como en tus brazos cálidos de
hombre que me observa, que sabe mirarme aunque dude. Un hombre que
no miente con sus gestos ni con la palabra. E imagino tu boca, que según la
posición desde la que te fotografíen recuerda a la boca de Marcello (¡aahhh, Marcello! Ese Giovanni en "La Notte" de Antonioni,
tan reservado, tan elegante, tan opaco). Tu boca, muy cerca de la mía la quiero.
Un suave parpadeo, una leve sonrisa, en silencio, y el beso.
Aspiro el aire, lleno mis pulmones, y me sumerjo en el agua
estancada y fría del lago. Buceo, me contorsiono, hago giros y piruetas.
No quiero salir a la superficie, ese lugar en calma me canta para que me
quede. No existe el dolor ahí abajo, pero tú estiras tu brazo y me agarras
fuerte.
Empapado, y teniéndome así, sujeta por la cintura contra tu pecho,
me hablas en susurro rozando mi cuello.
—Quédate aquí, no te destruyas.
Y al oír su voz mi cuerpo experimenta una reacción extraña,
se convulsiona, cambia de aspecto, de forma: una larga cola en lo que antes
eran mis piernas aparece bajo mi vestido, mis brazos se van tornando fina capa transparente,
plana y alargada, se agrandan y se extienden como alas. Otro par más brota de
mi espalda provocando la fractura de mi epidermis, duele. La blancura de mi
piel se torna azul turquesa y mis
alas resplandecen con todo el espectro luminoso.
Ya no puedo hablarle aunque lo intento, escapo de su abrazo,
impulsada por un grito de rabia que no puede salir de mi garganta o lo que quiera
que sea que tengo ahora. Él se queda estupefacto mientras sigue con la mirada
mi vuelo imperfecto y novel; y sin saber muy bien qué hacer, regresa a Berlín, desconsolado.
Durante días no se levanta de la cama, apenas come, ni ganas de
fumar tiene. A ratos se mira en el espejo y observa sus ojos claros entristecidos
por mi ausencia. Él no sabe que estoy muy cerca curioseando, no me resultó
difícil seguirle hasta ahí, pero sí cansado. Cuando descorre la cortina lo
puedo ver con mayor claridad, mi percepción visual no es humana, mis ojos compuestos
perciben lo que me rodea con una resolución de 30.000 pixeles, incluso en zonas
de baja luminosidad, así que no me pierdo detalle aunque me rasgue el alma la
impotencia de no poder hablarle y tocarle.
Vago por la ciudad sin rumbo, sabiendo que he de dejarlo marchar,
aunque de vez en cuando regreso a su ventana, el recuerdo de un beso me tiene
unida a él con hilo de plata, resistente y brillante.
Y así pasan las semanas, o eso creo, no controlo el paso del
tiempo como antes, vigilando su sueño, me gusta ver sus pestañas en movimiento
ondulado en la quietud de su rostro, hasta puedo sentir su cosquilleo si me
concentro un poco. Quisiera tocarlo, decirle que estoy aquí, pero no puedo,
existe un muro invisible entre los dos.
He de asumir que lo he perdido.
Hoy ha decidido salir de casa, está preparando sus bártulos, en su
maletín guarda unas partituras, lo noto mucho mejor, más animado, ¿irá a
interpretar para alguien? Lo sigo por las calles de la ciudad con mi zumbido
característico pero no muy cerca de él para no delatarme. La ventana de esa
casa en la que ha entrado está abierta de par en par, y lo veo ahí,
sentado al piano de nuevo; me alegra pero con una tristeza inmensa: ¿me habrá
olvidado?
Una taza de té humea en una mesita pequeña, una anciana dama se lo
ha preparado con todo el protocolo que la vida le ha enseñado. Bebe un largo
sorbo y la deja sobre el platillo. Con sus ojos cerrados ejercita, masajea,
estira sus dedos, y es cuando posa las manos sobre el teclado, cuando está a
punto de acariciarlo, que sé con certeza que el tiempo ha pasado, sí, pero
sigue manteniendo, como solía, los mismos preliminares antes de ejecutar la
partitura.
Aprovecho para colarme por los vidrios abiertos y posarme con
suavidad en el mismo filo de la taza, por el lado por donde él ha bebido. Al
probar ese néctar me emociono, casi me siento llorar, es el mismo té que yo
solía prepararle antes de comenzar sus ensayos. Todavía me lleva con él.
Y es la alegría lo que me anima a acercarme a su mano; la belleza
y suavidad de sus manos. No pretendo asustarlo— ¡tócame!—le digo con todo el deseo, y
al hablarle, sorprendido me mira, ¿será verdad que me ha escuchado? Alarga su
mano y me acaricia como a la tecla del piano momento antes de comenzar su
interpretación. Una oleada de electricidad recorre mi minúsculo cuerpo,
cierro las miles de lentes y me dejo llevar por el sonido que surge de la coreografía de
sus manos sobre el teclado.
Al abrir de nuevo los ojos, me encuentro allí con él, junto al
lago, desnuda entre sus fuertes brazos que no dejan de tocarme; sus lágrimas
saben a té y me las bebo una a una, le sonrío con timidez:
— ¿Qué me ha pasado?
— No me importa dónde has estado, me alegra que regreses a mí.
Exterior. Día. Plano Corto
de ella mientras escuchamos su voz en off.
“Si alguna vez te has
sentido sola en la ciudad, completamente sola y fragmentada por el dolor de
amor que se te ha agarrado fuerte y no te suelta, entenderás que lo único que realmente
me importe de esta puta realidad es no dejar de notar unas manos y unos labios
en mí.
Deseo que no dejes de
tocarme en mis sueños, deseo morir de placer cada vez que lo haces, vivir en
tus brazos y en tus labios aunque sea en esa fantasía. Sólo eso quiero.”
Precioso...
ResponderEliminaraaaaaiiiiiinnnnsssss !!!!
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