No me gustan las avispas desde aquel día,
durante el verano del 74, en el que uno de mis hermanos lanzara una
piedra a un avispero con toda la determinación escolar del que
piensa que no habrá consecuencias ante un hecho tan dramático que
ya se veía venir (no sé en qué estaría pensando Negro, el
hermano que me sigue en la escala de nacimientos). Las avispas
salieron en formación Patrulla Águila a lancearnos a todos los que
andábamos por los alrededores, aunque la justicia de la Naturaleza tuvo a bien que la peor parte se la llevara el lanzador de piedras,
el ejecutor, el ser sin cabeza.
Tras picarle varias veces entre los ojos con saña, siguieron con el resto del grupo, y aun con la rápida actuación del Primo con su mejunje de vinagre y barro, aquello acabó masacrándonos a todos y dejando mermada nuestra libertad por unas horas.
A mi pobre hermano, digo pobre porque tras el enfado
inmediato su aspecto me dio mucha pena, se le hincharon los ojos de
tal forma que estuvo sin poder ver absolutamente nada durante varias
jornadas, en las que nosotros seguíamos haciendo vida normal y
asalvajada, y él permanecía literalmente tumbado y sin moverse en
la cama obligado por prescripción médica.
Me asomaba a la habitación en la que dormíamos
todos juntos sin hacer ruido, observando su cara que desfigurada
parecía más la de un japonés de sumo que la de un niño occidental
de corta edad. Me daba mucha penica verlo así, inmóvil. Mis
picotazos en el brazo derecho no fueron para tanto pese a la
hinchazón monumental, ni los de mis primos tampoco, pero me sentía
culpable por haberme enfadado y gritado tanto ahora que lo veía en esa penosa
situación.
Pienso en esto mientras observo a una avispa
intentando zafarse del agua de la piscina. No siento su sufrimiento
aunque sí su coraje y su fuerza. Con su pataleo constante y sin
pausa, intenta alcanzar el lateral de la piscina donde le esperan las
teselas y sus juntas de pasta rugosa, es como si adivinase una
posible zona de agarre y confort donde permanecer a la espera
mientras secan sus alas. Pero soy malvada y con mi mano hago ondas en
el agua, simulo que remo para arrastrarla más al centro; y mientras
esto ocurre, siéndole imposible sacar las alas empapadas del agua
que deben pesarle kilos, sus patas hacen movimientos cada vez más
rápidos. Sin darle respiro al bicho rayado, lanzo desde el cenit
todo el agua que contengo entre las manos, hundiéndola más.
Pero la condenada resiste y emerge otra vez. Sigo
molestándola porque ella se ha empeñado en sobrevivir como sea y yo
en que esto no ocurra. No quiero eso para ella, quiero que se ahogue,
porque, ¿para qué sirve una avispa?
Su zumbido prepotente es molesto, husmear alrededor
de una que intenta darse un baño tranquila es molesto. Ese ruido
basto desafiante me molesta. Y eso que muerdo mi lengua cuando se
acerca, pues dicen que suelen marcharse, desaparecer... mas lo único
verdadero es que siempre vuelven, o esa misma u otra diferente, soy
incapaz de distinguirlas.
Y sé que resulto inmensa para ellas, que quizás
ven amenaza cruenta en mí cuando aparezco semidesnuda en el filo de
la piscina con mis gafas de nadar en falsa imitación de libélula.
Sintiendo nada, vuelvo a ejecutar una aguadilla, esta
vez con más mala leche y, dejándola a su aire, me sumerjo en el
líquido transparente pues el sol pega fuerte y comienzo a
asfixiarme. Al salir a la superficie miro hacia donde estaba la
última vez y, por fin, llego a una conclusión: las avispas al morir
no estiran la pata, ninguna de ellas lo hace, apuntan una de sus alas al
cielo como despidiéndose del lugar donde deberían estar
sobrevolando felices, y sin que nadie les haga la puñeta.
Esta ya no clavará su aguijón en carne humana.
Y van cuatro. Con menos de esa cantidad el estudio
no sería todo lo serio que se espera.
Tu mano empujando la avispa. Un plano que ningún realizador dejaría pasar para pintarte como personaje. No por capricho, por defensa.
ResponderEliminarEspléndido. La iracunda avispa metamorfoseada en magdalena proustiana para evocar esos dichosos veranos de la niñez que parecían no tener fin.
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