jueves, 31 de diciembre de 2015

Lugares comunes



Dicen que en cada ciudad hay un bar o cafetería que se llama Nebraska...

Y al ver todas las imágenes que existen en la red, así es, pero nada será nunca comparado a nuestro Nebraska, todo un fetiche de la tapa con género de mercado.

El Nebraska de nuestra ciudad ha desaparecido por completo, ya sólo es un recuerdo curvo lo que queda en ese chaflán de la Avenida Barón de Cárcer con calle Pie de la Cruz
La otra mañana, al pasar por allí, vi que han quitado su enorme marquesina plateada, ese saliente en curva, con aquellas grandes letras, he creído que siempre fueron negras sobre el fondo blanco del rectángulo luminoso, pero no es así. Y me resulta tan curioso recordar algo con tanta nitidez cuando no es cierto, que pienso que mi mente me juega malas pasadas a propósito. Sería otro lugar lo que yo recuerdo, porque primero fueron naranja y después el cartel corrido negro, por eso me entristece mucho haber prestado toda mi atención de los últimos años al lado opuesto a la cafetería, mirando el edificio del Mercado Central, que me fascina. 
Olvidamos las cosas que nos son habituales con tremenda rapidez, y un buen día, desaparecen. Los tiempos modernos que no dejan pausa y qué poco miramos hacia arriba, caminamos mirando fijos el suelo con miedo a tropezar.







Esta noche, mientras terminaba de leer un libro de Mankell, me vino a la memoria un hecho ocurrido hace más de dos años bajo la marquesina curva de la cafetería ya en obras; me vi resguardada a medias de la lluvia persistente en aquél mayo prometedor, ilusionada y feliz por volver a encontrarme con él. Se retrasaba y recuerdo callejear por el barrio, merodear por una sala de arte durante un rato, reencontrarme con el chico de los besos del instituto después de muchísimos años. Me alegró mucho verlo. Luego me planté bajo el techado del bar, cerca de la farola para poder tener luz y leer. Se mojaron las páginas del libro que ese día eran de papel, me mojé yo y el frío entró en mi cuerpo como presagio del frío que me alcanzaría de madrugada. 

Y llegó él.

Estaba nerviosa, excitada, ansiosa por tocarle y oler su aroma una vez más. Ese lugar se convirtió esa noche en punto de referencia en el timeline de nuestra historia. Y como he estado recordando eso, durante el intervalo de tiempo que he dormido, he estado dentro del Nebraska trabajando de camarera a turnos, de colegueo con el camarero más antiguo del bar. He visto colgadas en las paredes del interior fotos del estado de Nebraska junto a imágenes antiguas de Valencia, imágenes en blanco y negro cedidas por Rafael SolazEn el sueño me repetía una y otra vez el comienzo de esta entrada para recordarla al despertar. Y mientras tanto, la hija de otra de las camareras se me revelaba con un gran don para las Bellas Artes; sus dibujos, pese a su corta edad, eran magníficos y así se lo comento a su madre que no sabía nada de la vena artística de su niña ni de su obra.


El sueño acabó pronto y sólo he recordado la primera frase, una lástima porque lo que memorizaba sonaba magnífico, o eso creía mientras lo hacía. Es lo que tienen los sueños, que imaginas cosas realmente fantásticas, como aquella noche que pasé con Clint Eastwood hablando de nuestras cosas en perfecto inglés de USA y en Cinemascope.


sábado, 19 de diciembre de 2015

Reflexionando


La primera vez que escribí un cuento fue por estas fechas en mis días de colegio. Se organizó una especie de concurso como animación a la escritura para el alumnado (todas niñas) en los días previos a las vacaciones navideñas, las mismas que ya entonces no disfrutaba en absoluto (me viene de largo mi aversión a la alegría por decreto ley).

Recuerdo que me esmeré mucho en su presentación, dibujando en las páginas finales de cada capítulo, y colocando estrellas brillantes en su portada. Me fascinaban esos pequeños tubos de vidrio con tapón de corcho en el que se veían claramente los colores de la purpurina.

Prometí a mi profesora que me presentaría y ahí andaba yo, escribiendo páginas y páginas tamaño cuartilla junto a esa estufa de gas que me daba dolor de cabeza si olvidábamos colocar un cacharro con agua en las cercanías.


No recuerdo el título que le di, supongo que algo rimbombante, muy victoriano, porque por entonces yo coleccionaba cromos de una ilustradora que dibujaba niñas como Anne of Green Gables, mi querida Anne Shirley de Tejas Verdes en Avonlea. Esa ilustradora mostraba un mundo tranquilo de vidas sencillas y apacibles, rodeados de paisajes bucólicos que me invitaban a soñar, de botas a la entrada de la casa, de suelos de madera sin pulir. Se podía saborear el color de las moras en el campo, y oler el aroma de las manzanas en el árbol, escuchar el crepitar del fuego en el hogar siempre encendido. Me relajaba mirar sus paralizados tiempos de lecturas bajo el calor de las mantas hechas a ganchillo con grannys de mil colores. La tenue llama de los faroles de aceite que podía iluminar todo el cuadro, y esos gatos familiares jugando con los ovillos de la abuela, porque siempre había una abuela que tejía, en mi vida real también. En el universo de aquél álbum se obviaba a los hombres casi por completo, no así a los niños. 

Imaginé mi primera historia mirando uno de esos cromos que utilicé como comienzo, ¡era tan pequeña! 

Anne y Diana. El faro en la isla del Príncipe Eduardo en Canadá

Me encerré durante varios días para sacar aquel cuento navideño adelante, una historia en el que no había dispendios, lujos, nacimientos ni ritual cristiano alguno, tan solo una loa al invierno, al frío, a los copos de nieve que siempre me han fascinado, a los ríos congelados donde patinar, los vinos calientes con aroma de canela y jengibre, el calor del fuego que calentaba el alma y el espíritu; sí que había árboles de los que pendían adornos artesanos de madera, guirnaldas de hojas recogidas en los bosques cercanos, y esa quietud de la naturaleza que se predispone a dormir, un silencio que yo me empeñé en recargar con conversaciones pueriles, echándolo todo a perder.

Todos los personajes hablaban sin parar, recuerdo el trazo de los guiones que antecedían a la frase dicha por unos y otros. Era como estar en una película francesa pero sin diálogos profundos e inteligentes, vamos, que me lié tanto que aquel montón de hojas escritas no sirvió más que para confirmar que cuando me comprometo con algo lo cumplo, otra cosa es que lo haga bien o al gusto de los que siempre esperan lo mejor y aquella monja no dejaba de preguntar si ya lo tenía acabado, ¡qué presión!. Supongo que se me daba mucho mejor subirme al escenario que escribir la historia que se pudiera representar en él. Pero lo acabé, y como colofón lo llené de estrellas mínimas y pegamento Imedio.

Ya os podéis imaginar que no gané, pero la empresa era escribirlo a tiempo y lo cumplí. El único recuerdo que dejé no fue el de una historia magnífica e imborrable, sino el de aquel reguero de purpurina que quedó un tiempo en la cartera, en el pupitre al sacarlo de ésta, en el cajón de la profesora,… hasta en el hábito de la monja dejé mi rastro brillante, cosa que no gustó nada a su férreo código de humildad y pobreza.

El último día de cole nos fueron devueltos los relatos a las participantes y pude leer el ganador de camino a casa, acompañada de varias de mis amigas que vivían por las calles adyacentes a la mía. La flamante ganadora con sus bastos gadgets de ortodoncia que siempre me pareció preciosa, había dado la palabra a cacharros de cocina y a animales, y me sentí tan falta de imaginación que estuve varios días soñando con la tetera parlanchina y el tazón de leche descascarillado y maltrecho.

Ahora, en mis historias, los personajes apenas hablan. Creo que no se me da bien, no me resulta natural, y por eso los sumo en largos silencios, como los de aquella niña que fui: observadora del mundo desde mi pequeña estatura, con mis grandes ojos azules abiertos de par en par, viviendo la realidad demasiado pronto, queriendo aprender y tomar mis propias conclusiones de la vida y del comportamiento humano. Ojalá mañana, éste sea ejemplar y honesto con las personas.


martes, 8 de diciembre de 2015

Ole sokea


A veces las notas no son como las imaginamos. Son sólo trozos de papel en el que se escribe algo que se desea a cambio de haber alcanzado una puntuación más elevada en la lista de alguien.



A veces las notas, las que quieres, no llegan y la culpa es toda tuya, por querer, por imaginar, por crearte expectativas, por creer que sí se puede. Añoras las notas sencillas y directas pasadas de mano en mano durante la clase, con ese miedo que te hace temblar por si es interceptada por el profe. Cuando eres estudiante, cuando eres niña, todo se ve claro, incluso a los mayores que fingen, sobre todo eso. Ves cristalinas sus mentiras.

Y esa claridad pueril, aparece convertida en imágenes de Super-8 mientras escuchas, ya en la madurez, tu lista de canciones favoritas que día a día se hace más y más larga. La música no tiene fin; dicen que no te gustarán nuevas cosas eternamente, que llega un momento en el que te estancas, yo creo que esa regla inventada es falsa, no tiene nada que ver con el año de tu nacimiento, sí con tus inquietudes artísticas. Me gusta la gente con curiosidad, incluso aquellos que parecen seguros y no lo son tanto pero lo intentan, los miedosos me aburren.

La música atrae los recuerdos sin filtrar, tan aleatorios como esas canciones que van apareciendo en el reproductor. En ocasiones la melancolía invade tu cerebro de una manera brutal por cosas que sólo has imaginado con alguien que ya no está o que fueron reales y no aciertas a responder para qué.
Otras, te imaginas a ese amigo tuyo del alma bailando, deslizándose por la pista tímido, y con su parte tierna tan escondida que nadie la ve, ni siquiera él.

¿Todo va a ser tan complicado desde ahora como lo está siendo desde hace unos años? Pues, vaya mierda.

Quiero escribir y no me atrevo. Es más, me aterra la sola idea de escribir aquí ese “quiero escribir”. He estado pensando varias semanas sobre algunos temas que me rondan, éste no es ninguno de ellos, y no me he atrevido a sentarme con la intención exclusiva de soltar sobre el teclado cualquier historia inventada o no.
Principios de diciembre y me confundo con el frío, ese que deja mi cuerpo envarado y robotizado; mas mi cerebro, mis órganos vitales, mis venas y arterias, todo sigue muy caliente ahí dentro, en este cuerpo blanco a medio arreglar.

Sí, todas las putas canciones hablan de mí, y si no es así, me lo invento sobre la marcha,…

Y de repente, me veo sentada a la orilla de un mar lejano, entre redes, grandes agujas y pequeñas barcas que nos protegen de la arena que se revuelve por ese pequeño temporal que azota la costa. El aroma del pescado fresco y la sal lo inunda todo: mi cabello corto, mis ropas sucias, mi piel ajada y morena.

El frío ha llegado a mis manos que cubro con mitones sin dedos. No las puedo calentar con nada. Me pongo a jugar con lanas y tampoco, el frío se traspasa de mi gancho del 9 mm a mis manos y viceversa, y lo dejo por imposible, pero me gusta tanto tejer que lo medito; si las situaciones me gustan, regreso feliz a ellas para vivirlas el máximo tiempo permitido.

De todas las cosas que no quisiera nunca hacer de manera consciente o inconsciente, dañar a otra persona es la primera de la lista. Sé que no estoy vacunada contra ello y que la convivencia en sí ya es terreno abonado para que en algún momento suceda, pero que sepáis que estoy en contra. Por otro lado, tampoco creo que deba pedir disculpas por sentirme feliz en momentos muy concretos, con alguien en particular, por decirlo o por querer más besos.

Mi mente no planea, los sentimientos van por libre. Al principio eriges un pequeño muro para resguardarte, pero éste se puede hacer trizas en un segundo.

Sí que hay límites, sí, parece que siempre los hay, a ver si lo aprendo algún día y dejo de saltármelos para no herir o enfadar a otros.

Y mientras, la música fiel cantándome mi vida desde mi lista de favoritos en modo aleatorio, para que cualquier canción sea inesperada.

Ilustración Ana Meca sobre unos pajarillos de Nurica

Caminando por la calle Ana María Matute de este pueblo donde vivo, salta la canción de Jens Lekman, y en ese mismo instante una bandada de aves aparece ante mi vista cruzando el cielo limpio de nubes. El arpa del comienzo juega con sus movimientos ondulados, ese planear perfecto en el aire, buscándose, alejándose para regresar al lugar asignado; todo mientras suena “Your arms around me”. Me parece un momento tan emocionante que soy feliz mientras dura, hasta que no queda ni un solo pajarillo en el rectángulo amplio de cielo que alcanzo a ver desde mi punto fijo en la tierra. Ninguna persona que se cruzó conmigo miró el espectáculo, yo fui única testigo de la naturaleza y sus leyes.





Llegué unos minutos tarde a clase a pesar de que el argentino me azuzaba desde el hall con sus gritos de viernes. Pero mi sonrisa no me la iba a quitar nadie aquella mañana, es mi espada, y caminaba al compás de la canción que siguió sonando hasta llegar a la puerta del aula técnica 3.

We watch, we listen and we remember.
Siempre





domingo, 8 de noviembre de 2015

Sumergida


It could be said that the doors help purify one's spirit while, at the same time, they enhance the atmosphere.  Kochuu
foto ©Ana Meca

Que me gusten mucho los comienzos no es algo que me haga diferente a los demás. Me encanta sentir la emoción de los primeros momentos, ese no saber qué puede pasar mientras no puedo negar que espero mucho y todo bueno de ese preludio y me dejo mezclar. La ilusión y el ensueño, la esperanza de poder disfrutar.

Me gustan tanto los principios que la vida me ha dado muchos finales, unos malos y otros peor elevado a la enésima potencia. No comienza algo si no hubo un final previo, esa es la realidad, lo que hace a la rueda girar. Aunque no quieras que las cosas tristes sucedan, porque duele una barbaridad y temes que tu corazón no lo resista, sin ese fin te estancas y no dejas que ocurra la vida. La teoría está aprendida, pero al querer llevarla a la práctica algo no funciona, algún ingrediente secreto debí olvidar, o quizás no entendí bien las ecuaciones.

¿Qué se necesita para dar el salto? ¿Qué puede generar ese impulso tan vital que nos lance fuera del círculo mínimo? Se está convirtiendo en un misterio.

La costumbre te doma la energía hasta el punto de adormecerla por completo. Durante un tiempo no distingues qué fue antes y qué es ahora. Al final acabas enterándote de todo lo malo, aunque sea a plazos. La mentira debilita el sentimiento profundo, lo apelmaza hasta crear una masa informe de nada que el tiempo no cura pero aligera el dolor. Los reproches continuos que hiciste teniéndome al lado porque tú mismo no estabas bien, es la peor recompensa que pudiste ofrecerme por quererte, y hay que tener cuidado con eso, pues existe una delgada línea entre las malas acciones, la cobardía y el rechazo, el asco, o lo peor, el odio, un sentir al que me niego, demasiado repulsivo para alguien como yo.

Confieso que he sentido rencor y rabia, odio jamás. Quizá me hubiese sido de ayuda para pasar el duelo, mas nunca lo sentí y así me fue. Cuando comienzas a sentir bienestar, deseo, cuando tu cuerpo se predispone liviano a conocer a otro, nada de esto piensas, nunca imaginas el final, tan solo te sumerges en el principio, sea lo que sea que te espere al otro lado de las yemas de tus dedos. Y cada vez asusta más emprender el viaje novedoso, imaginarlo siquiera. Temes crearte demasiadas expectativas, fallar estrepitosamente, y ese miedo lo único que inventa es una urdimbre basta y pegajosa difícil de sobrellevar, ya no de eliminar, y te acompaña, te resta espontaneidad, cambia tu carácter, y te susurra al oído un “nunca más podrás” que no deseas escuchar, porque quisieras quedarte ahí con esos pensamientos salvajes, en ese instante de felicidad plena aquella noche de abril. Porque si por ti fuera estarías en lo alto de ese árbol inmenso, abrazada a sus ramas y deleitándote con la mágica visión de las auroras boreales; tan sólo una canción dedicada y eres capaz de volar. Por los mejores besos te lo doy todo.

¿Nunca más podré?– me pregunto aterrorizada por si fuera mentira y todo volviera a comenzar de nuevo, a sufrir otra vez. Siento miedo real y ya dura demasiado. Después del centeno comenzar me asusta, y no quiero que me ocurra eso, pues me encantan los comienzos, con sus nervios, su electricidad, con ese deseo intenso porque pase algo bueno.

Me gusta el principio de un libro nuevo, cuando meto mi nariz en las primeras páginas satinadas y respiro el papel y la tinta impresa, esnifo caracteres en negro. Leo el primer párrafo con anhelo y con esa alegría que me absorbe y me transporta.

Me gustan los títulos de crédito cuando comienza una película o el capítulo de una serie que me puede fascinar. Nado con ellos, me introduzco en el guión sin que lo sepa nadie, soy como una sombra en cada fotograma y me fundo a negro. El final del libro me deja huérfana e insignificante frente a la hermosura de la escritura y de lo vivido; el final de la película, exhausta, destrozada o inmensa en mi propio drama.

Me encanta ese primer mordisco a un pastel que llevo días queriéndome comer, el primer sorbo largo a una cerveza bien fría, el primer surco con lengua en un cremoso helado. Me fascina el primer beso, el segundo, el tercero,… Me gusta el primer baño nocturno del verano, me encanta esa primera mirada cuando aún no somos nada y podemos tener todo por delante.

Somos prólogo y epílogo, y en medio, tantos capítulos como seamos capaces de manejar.

¿Qué, escribimos algo, Ru? 





martes, 22 de septiembre de 2015

Principio de incertidumbre


Fue en mayo cuando al llegar a casa, exhausta por todo un día de intenso trabajo, vi la bolsa de té sobre mi escritorio, sin nota, sólo su cuidado envoltorio dorado en el que leí Rooibos Chai, mi favorito.

Mi compañera de piso me dijo que lo habían traído directamente de Sant Ferrán Té y que no dijeron más que mi nombre.

—Y no me mires así, que no tengo nada que ver. Tu comportamiento estas últimas semanas ha sido nefasto, no mereces un premio.

Recuerdo con nitidez ese momento porque rompió totalmente mi rutina diaria, la de llegar a casa, ducharme, cenar algo de pie en la cocina en silencio e irme a la cama sin perder un minuto. Sus palabras me hirieron y me di cuenta de lo estúpida que estaba siendo con ella, la única persona que cuidaba de mí. ¿Dónde había quedado esa mujer alegre que siempre fui?


—Lo siento mucho Lola, sé que no soy la mejor compañía. El trabajo me absorbe y no logro concentrarme en nada. Cuando no tengo curro lo necesito, y cuando lo tengo… un asco. Me estoy perdiendo por momentos, lo sé.

—Anda, pon agua a calentar y nos tomamos una taza de eso —dijo Lola mirando la bolsa. ¿Tienes un admirador secreto en la oficina?

El segundo paquete me pilló escuchando a los Deerhunter mientras ponía un poco de orden en mi habitación. Mi afición por las lanas apenas dejaba ver la cama. Tejía mis pocos ratos libres en cualquier postura a lo largo y ancho de esa estancia. Pensaba que si lograba concentrarme contando los puntos mi mente lograría vaciarse poco a poco de lo inservible, como aquella nostalgia que me tenía atada a un contexto que al parecer yo misma creé.



Esa vez, la mezcla de té negro con avellana y canela, llegó a mi puerta un sábado mientras sonaba “Helicopter” en el reproductor. El muchacho que me lo trajo desde la tienda dijo no saber nada, sólo que debía traer el encargo a esta dirección.

Si cada vez que tomaba una taza de Rooibos sentía curiosidad por saber quién estaba detrás del envío, con el té negro empecé a preguntarme seriamente quién demonios conocía mi tienda favorita y mis sabores fetiche. A menos que Lola me mintiese e hiciera toda esa pantomima del admirador para intentar una vez más desviar mi atención más allá de ese círculo concéntrico en el que en modo bucle giraba mi vida.
Mi vida, qué contradicción unir esas dos palabras en una misma frase; no es verdad que sea mía, ya no me pertenece.

Cuando semanas más tarde llegó el tercer paquete de té supe que las casualidades no existen, y que la persona que me lo enviaba estaba intentando decirme algo. Al abrirlo y respirar profundamente el maravilloso aroma que desprendía, fui transportada a los bosques nórdicos: a un verano recolectando bayas para hacer tartas y mermeladas, a los baños en el lago, y sí, a las picaduras de los mosquitos también, tenía que ser realista.

Pensar en té era también recordar aquél momento en el que ilusionada, él, mi pensamiento salvaje, me confirmó que a su regreso nos veríamos, lo cual me auguraba un futuro inmediato en el que podía pasar de todo entre los dos: hablaríamos, nos tocaríamos, y mil cosas más que siempre deseé que ocurrieran. Me dijo que probaría su colección de té y yo le creí. Más tarde me di cuenta que de eso trataba todo, de coleccionar, y yo, lejos de olvidar, afirmo que no se puede echar más de menos a una persona. No dio tiempo al desgaste así que sigo deseándolo por encima de cualquier otra cosa. Es mi debilidad, y con la llegada de paquetes de infusiones se acentúa más mi nostalgia. ¿Y si fuera él?

Así fue como, entre paquete y paquete, decidí largarme de la ciudad, hacer el viaje que tanto, tanto, había preparado en mi mente. Tenía razones suficientes, lo necesitaba con urgencia si quería cambiar el rumbo de vida, y aunque siempre soñé visitar la isla con él — ¡qué ingenua!—, tenía que asumir que eso ya no iba a ocurrir; y además, que lo de viajar sola no me asustaba, tras varios cruces de charco lo había superado con nota alta. A lo que no me había sobrepuesto es a la profunda tristeza en la que me dejó esa historia mínima. Desde luego que había amado en mi vida a otros y con intensidad, pero lo que sentía por ese hombre efímero era, además de inexplicable, nuevo para mí, no tenía nada que ver con mis experiencias pasadas, nada.

Cuando le dije a Lola que en diciembre me iba a Islandia, ella soltó un sonoro ¡Por fin! Intenté explicarle mis razones, pero no me dejó hablar.

—Tienes que ir, tienes que ir… olvídate de todos, tienes que vaciar, Ana, sé que sabes la teoría, llevas años estudiando esa asignatura, ahora has de practicar todo lo aprendido. Qué contento se va a poner Rubén cuando se lo cuente. Y desapareció de mi vista en busca de su teléfono móvil.

lunes, 21 de septiembre de 2015

La noticia imaginada



Última hora: Un joven no puede parar de comer

Un hombre entra en un restaurante asiático de la capital aragonesa la pasada noche del sábado en compañía de un amigo, y pasados dos días, todavía permanece allí, sentado y comiendo sin que por el momento ni los camareros y cocineros del local ni las autoridades públicas allí congregadas desde el domingo, puedan hacer algo al respecto.

La noche del sábado 19 era una noche de grandes expectativas festivas para Rubén C. de 40 años y Daniel DS. L. de 38. Sobre las 22:15 h se producía el encuentro de los dos amigos en la misma puerta del restaurante Tao, situado en la calle Camino de las Torres, donde se habían citado. Nada hacía presagiar los desagradables incidentes que luego se produjeron y que duran hasta hoy.

Daniel DS.L, no da crédito, así lo afirmó esta mañana, cansado y ojeroso, a nuestros redactores, una de ellas sentada por casualidad en la mesa contigua a la de estos hombres.

'En realidad no puedo contar gran cosa. Lo poco que sé, es que dos amigos que conversaban alegremente, se sentaban en la mesa dispuestos a cenar algo', dijo la periodista que disfrutaba de su despedida de soltera esa misma noche. 'Al principio me sorprendió que pidieran vino tinto con la cena, Viñas del Vero, buen vino. Pero viendo todos los platos que encargaban tenía sentido'.


El camarero que los atendió tuvo que doblar el turno cuando se vio el percal. 'Tengo la imagen clara de ese momento en el que supe que me tocaba a mí atender la mesa, los hombres dan más trabajo la verdad, y yo, ya estaba reventado porque la noche anterior había sido de aúpa. No es que tenga nada en contra de que los hombres entren a cenar, pero es que no paran de pedir, comer y beber a saco, y eso cansa. En cambio, si es una pareja manzana-pera, por lo general ellas comen poco y ellos para no quedar mal se controlan. Así que cuando me los vi me dije, aguanta maño. Jamás habría imaginado lo que ocurrió después. Nunca, en mi larga trayectoria en la restauración, vi cosa parecida, jodo qué saque'.

'Cuando nos dio la carta teníamos más o menos claro lo que sí íbamos a pedir', dice Rubén mientras mastica. 'El plato treinta y ocho, el cincuenta y dos, y, por supuesto, el sesenta y nueve, pero al nombrar el ciento tres, el camarero hizo un gesto de desagrado que no me gustó nada. Me dijo que no entendía lo que le decía, pero si yo sólo preguntaba dónde estaba el plato ciento tres, nada más. Daniel tampoco lo veía en la carta y el hombre actuaba como si yo intentara meterme donde no me llaman y eso no, hasta ahí podríamos llegar. Soy Ingeniero Industrial, a mí me van a hablar de números y razonamientos lógicos. Es evidente que falta ese número en la carta, el porqué es lo que intentaba averiguar, porque yo necesito respuestas y cuanto más lógicas y razonadas mejor'.

lunes, 14 de septiembre de 2015

El segundo disparo


Chicago,  primavera de 1957

Estimado Louie,
Una vez más te escribo cuando los niños duermen ya, y aunque dije que la carta anterior sería la última, una duda me tiene intranquila todo este tiempo que ha pasado entre aquella misiva y ésta.

He de reconocer que pese a mi promesa, incumplida con estas palabras, la necesidad de contacto aumenta ostensiblemente con el paso de los días, y me deja exhausta el pensarte tanto. No tengo costumbre de esto y parece como si me agujereara el alma. ¿Es este sentimiento mío, común?

Me gusta tanto mi soledad porque me protege de la gente, que creí ser inmune de por vida a que cualquier evento ocasional me proporcionara inquietud, desasosiego. He vivido siempre con esa voluntad, pero toda esta aparente fortaleza se desvaneció cuando tus ojos hicieron contacto con los míos entre Delaware y Rush.

En un primer momento, tan solo vi a un hombre mirando un escaparate. Acababa de hacerme un autorretrato, y, en esa misma posición, reencuadré y disparé mi Rolleiflex como lo hago de forma habitual. La luz daba de lleno sobre tu traje de corte impecable, y me gustó cómo jugaban las sombras y las luces con tu cuerpo; entonces te giraste hacia mí y la luz iluminó tu rostro, lo que me turbó momentáneamente, provocando un segundo disparo sin variar el encuadre. El dedo actuó de forma independiente a mi cerebro, mi cuerpo quedó paralizado sobre la acera. Nunca me había pasado eso. Hasta ese día, jamás he hecho la misma foto dos veces.
Me puse muy nerviosa cuando me miraste, estoy tan acostumbrada a que a algunos no les haga ninguna gracia que les fotografíe, que me dije, vaya, ahora tendré que dar explicaciones al caballero. Pero no, fuiste tan gentil, y tu voz tan seductora que me vi aceptando tu propuesta sin pensar. El resto de esa tarde ya lo conoces.

Llegaste a la ciudad a la vez que lo hacía el otoño. Fueron pocos encuentros pero intensos y yo, ya no me reconozco. Soy una persona comedida, nada dada a la demostración de afecto, hasta con mis niños queridos adopto una actitud marcada y recta dentro del cariño que les tengo que es mucho, pues no sabes cómo pueden llegar a absorber y a traspasar los límites si les dejas; así que estoy acostumbrada a las distancias y no al contacto de piel con piel. 

La excitación y la atracción de esos días se tornaron dicha para recordar en mis días iguales. Pensé que eso me bastaría, que podría sobreponerme a tu ausencia, pero son muchos los ratos en que eso es tarea imposible. Te echo de menos muchísimo y aún así, me queda la duda, esa que te comento al principio de esta carta, de si en verdad estás quemando mis cartas, si en verdad no me escribes como te supliqué. Lo cierto es que yo misma me contradigo porque en este instante es tan grande mi deseo por ti que quisiera que me estuvieras mintiendo, que no quemaras mis letras, que las leyeras una vez y otra, encontrar una carta tuya muy larga sobre mi escritorio. Sí, es algo que imagino cada noche metida en la bañera, mientras enjabono mi cuerpo con las manos; nunca había sido tan consciente de mi cuerpo como hasta ahora, desde que lo acariciaste tú. Y quiero leerte, ¿qué digo? Muero por leerte, porque no puedo escucharte, porque no puedo tocarte. Y busco tu aroma en la calle como animal salvaje, por si te me apareces de frente, pero no te encuentro. Y no quiero amarte porque no puedo tenerte.

Me tiemblan las manos al poner por escrito mis pensamientos más íntimos, comunicarme de esta manera no es propio de mí, te lo aseguro, me hace sentir desnuda en mitad de Times Square.

Quemaré los dos negativos, que no me he atrevido a positivar, cuando me crea preparada. No sé si será esta semana, la que viene o dentro de diez años, pero lo haré cuando ya no me duela pensarte, para que el rastro de ti se evapore del todo y no quede constancia que en ese lado de la ciudad, aquí en Chicago, hubo un tiempo en el que tú y yo nos encontramos.

Sé con certeza que no amaré a otro, Louie. Ahora lo que quiero es que mi deseo por ti se torne indoloro o que fluya hasta los mínimos, porque me siento impotente y triste.

Ya puedes quemar esta carta, que no voy a decir que sea la última aunque lo espero, quémala junto a mi retrato, que nadie sepa que he amado.

Vivian Maier


© 2014 Maloof Colletion, Ltd. 



jueves, 10 de septiembre de 2015

La vida: atravesarla a nado


Todo comienza con una cámara al hombro, un plano subjetivo, un bosque y la melodía nostálgica de Marvin Hamlisch. 



Durante unos instantes eres tú el que camina por el bosque y son tus ojos los que observan el terreno que pisas, las hojas secas empiezan a cubrir el suelo y crujen a tu paso. Entonces entra en plano un cuerpo de hombre atlético que sólo viste un bañador ajustado, a la moda de la época, corriendo descalzo; ahora somos simples observadores, él corre y nosotros no sabemos ni de dónde sale ni hacia dónde se dirige, y como queremos saber, lo seguimos a su mismo paso hasta que de cabeza se lanza a un piscina de aguas turquesa. Al otro lado, y en primer plano, le espera un vaso con alguna bebida etílica, y un amigo que se alegra mucho de verlo, la mujer de éste y un matrimonio más. Todos andan con resaca de la noche anterior, así que las pocas ganas de nada contrastan con el estado enérgico del hombre que hemos seguido por el bosque y del que ya conocemos su nombre: Ned Merrill. Un hombre que en su madurez conserva un cuerpo apolíneo y fresco.


La primera vez que Ned mira al cielo en esta casa lo hace como si lo mirara por primera vez o como si llevara mucho tiempo sin hacerlo.

Es verano, el sol brilla y el agua está estupenda.
— ¡Qué día hace! —dice exultante.

Durante la conversación, cuando comentan que no sé quién se ha construido una piscina, él permanece ausente unos instantes mirando toda la extensión del valle, imaginándose un río de piscinas privadas que se extiende en el horizonte y se dice en voz alta: ¡podría hacerlo! ¿Qué podrías Neddy? Cruzar el valle nadando de piscina en piscina hasta la colina, donde está mi casa. El río Lucinda en honor a mi mujer que me está esperando.

Es fácil simpatizar con Ned, la idea de ir nadando a su casa es hasta romántica, una aventura divertida para un domingo de veraneo.

Y comienza su periplo con optimismo, casi se diría que feliz, aunque esta alegría se va tornando poco a poco en confusión a medida que va avanzando por entre las casas de sus vecinos. Desde la primera, donde lo reciben con alegría, pasando por la de una despechada amante que lo desprecia, a la última donde lo reciben con desagrado.

La estructura de la película sigue un patrón: llegada a la casa, interactuación con los dueños, recogida de información por nuestra parte, y primer plano del rostro donde vemos sus ojos como piscinas, expresando el desconcierto o simplemente imaginando que todo está bien y para finalizar cada capítulo, su salida de nuevo al camino, continuar la huida de lo real, que es lo que se va encontrando en cada casa. El tiempo atmosférico varía a la vez que lo hace el trato de los vecinos y amigos, que se va tornando más áspero e irascible. Todos estos cambios los va sintiendo él en su cuerpo, recordemos que sólo viste un bañador, así que los escalofríos se hacen más intensos cuanto más cerca de su casa está.

El reencuentro con la canguro de sus hijas, que lo acompaña un trecho emocionada, hace que comience a sentir nostalgia de otro tiempo que no parece medir bien, para él es como si fuera anteayer la última vez que se vieron. Si ya en la primera casa vimos las miradas de los cuatro amigos extrañados por su comportamiento, ahora podemos asegurar que algo no está bien en Ned, las palabras de promesas salen a borbotones, desea con euforia aferrarse a esos momentos pasados que ella recuerda bien y que él vivió con total desconocimiento. Le atrae la idea de continuarlos como si nada hubiera pasado. Ella se marcha asustada, lo abandona en su aventura.

De piscina en piscina se van desnudando las miserias de la vida acomodada en el suburbano, del sueño americano, vamos conociendo más a Ned y sabemos que han pasado años, no semanas como él quiere creer. Es como si renegara del tiempo.

Los hipócritas, los fanfarrones, los que como él adulan a otros, los que ya no ocultan su ira y su desprecio; Ned ha sido igual que todos ellos: egoísta, bebedor y mujeriego, un hombre sin escrúpulos al que nunca le ha importado los sentimientos de los demás. Pero ahora ha tocado fondo, ya no es el de antes, y vive una travesía de autoengaño, creyéndose su propia realidad. Por eso no entiende o no quiere ser consciente del porqué lo tratan con más rudeza cuanto más cerca de su hogar está, cuanto más íntimos son los personajes con los que se encuentra.

El pasado siempre acaba por alcanzarte.

Un punto de inflexión quizá lo marca el encuentro con Kevin, el hijo de unos vecinos al que han dejado con la criada y una piscina vacía, porque es cuando se ve a sí mismo, en la soledad más absoluta, perdido al ver truncada su aventura de nadar hasta casa.

El niño no sabe nadar. Si crees con fuerza que es verdad, será verdad, le comenta al pequeño.
Ned está acostumbrado a adular, a gastar y a hacer promesas que luego no cumplirá. Lo hace con todos, y lo hace con el niño también. Es la falsedad del ser humano que va por la vida arrollando al resto en continua apariencia y alardeo, así es como cruzan ese prisma vacío, andando y fingiendo que está lleno de agua.

La secuencia de la piscina pública lo ridiculiza de una forma brutal. Un hombre que lo tiene todo enseñando que sus pies han sido lavados a conciencia, separando dedo a dedo, teniendo de fondo a la multitud, una piscina infestada de bañistas a los que tiene que ir sorteando como puede. Momento atroz para su ego que soporta porque tiene que llegar a casa a nado, debe hacerlo. Y me parece curioso que sabiendo qué clase de hombre es lo compadecemos. Pero claro, el resto de gente no es mucho mejor que él, y lo demuestran en cada aparición.

Está claro que algo le sucede a su mente, no sabemos si finge o si ha perdido el norte totalmente, pero nos apena cuando al final del trayecto, al final del río Lucinda, ella no está, ni sus hijas tampoco juegan al tenis en la cancha como él suponía. La casa está cerrada y olvidada, hace mucho que nadie la habita, y él llora sin consuelo bajo la fuerte tormenta que colorea todo el verdor del valle con un triste gris mojado.  

Lo ha perdido todo, así es su vida real, la que ha ido recomponiendo de piscina en piscina. Ya nadie enjuga sus lágrimas, está solo y empapado de cruda realidad.



          El nadador. The swimmer (1968)
Una película dirigida en un principio por Frank Perry y por Sidney Pollack que la terminó. El guión lo escribió Eleonor Perry basado en un cuento del mismo título escrito por John Cheever para The New Yorker en 1964. 

Como en toda película que se precie hubo de todo: El director Perry (despedido por diferencias creativas) y el actor Burt no estaban hechos el uno para el otro, hubo cambios en el casting a medio rodaje, el productor pasó de pagar algunas cosas y no aparecía por el set, Lancaster puso dinero de su bolsillo para pagar el último día de rodaje, director y guionista que se casan… En fin, lo normal. 

Como dato curioso decir que el primer elegido para el papel principal fue William Holden, que lo rechazó, como luego hicieron Glenn Ford y Paul Newman; así que se lo llevó la última opción, Burt Lancaster, que a sus 52 años luce espléndido, al menos eso dijo la crítica con unanimidad. 

El actor dijo después que la película fue un completo desastre pero aún así la favorita de toda su carrera. Sorprende saber que antes de rodar tuviera miedo a nadar, así que Mr. Lancaster tuvo que ser entrenado por el que fuera jugador de waterpolo Robert Horn, que luego se convirtió en entrenador de natación y waterpolo en UCLA (1963-1991) y también formó parte del cuerpo técnico en las olimpiadas de México 68 y Munich 72. Vamos, que con este campeón a Burt se le quitaba el miedo al agua sí o sí. 

Me he enterado hace poco que el año pasado se editó en video un documental sobre el rodaje de esta película titulado “The story of the swimmer” dirigido por Chris Innis. Los documentales me fascinan. Me habría gustado verlo antes de escribir esto, pero no lo he encontrado por ahí. 

En mi opinión, la película, rodada en 1966, se nutre del mismo espíritu de los cincuenta retratado por Wilson Sloan en su libro “El hombre del traje gris” (expresión por la que se conocía a los ejecutivos de los rascacielos que viven en urbanizaciones a las afueras de la ciudad, y visten trajes similares). El discreto desencanto de la clase media-alta, una visión que sigue de actualidad, y que también ha abastecido a la serie de tv Mad Men, de hecho Don Draper y Tom Rath, el protagonista del libro, son personajes análogos.




jueves, 3 de septiembre de 2015

Lista Uno. Verano


Este verano ardiente he aprendido bastantes cosas. Aunque en algún momento creyese vegetar y otros no pudiera ni respirar, he acumulado conocimientos.
He aquí mi lista hecha de forma aleatoria. 

He aprendido que
… no hay mejor forma de comer melón que en batido con hierbabuena fresca. Delicioso brebaje bien frío.

… si decido saltarme alguna comida para bajar barriga, me entran las hambres de la muerte y acabo arrasando la alacena y/o el frigorífico.

 … los de izquierdas no pueden irse de vacaciones solos o con amigos, ni ponerse un bañador ni coger flores y menos darse un chapuzón, ¡hasta ahí podíamos llegar! Y de ir a un restaurante, o tomar café a media tarde ni hablemos, ¡qué despropósito miserable!

… el ser humano es capaz de girar la vista y demás sentidos cuando algo no le agrada ni va con ellos, al menos mientras creen que no va con ellos, después lo mismo miran, pero de reojo y se ponen a hacer números cual trileros. ¡Malditos bastardos! En realidad, esto no lo he aprendido ahora, lo llevo viendo desde que simulo tener uso de razón, hace ya la tira de años.

… el ser humano puede convertirse en lo más hijo de perra que ha nacido en el planeta, y a pesar de eso, encuentras personas que valen mucho la alegría que te da al conocerlas.

… nunca me canso de ver The quiet man: mi bar, mi pelirroja, mi ex boxeador al que le gustan las rosas y ese pueblo precioso, Innisfree, Cong en Mayo County. ¡Adoro Irlanda!

… la violencia no terminará sin educación y que la vida no es vida sin ésta, que debemos luchar por una educación de calidad y pública y que, por supuesto, ésta debe comenzar en casa. Sobre todo, nunca mirar hacia el otro lado ante la maldad.

… nos encantan las fronteras y los límites, salvo a unos cuantos pringaos que por supuesto no deberíamos tener derecho a voto.

… si me gusta el sexo, no tengo pareja y quiero follar, ya soy promiscua y por lo tanto estoy invitando a todo macho alfa, beta o gamma a que abuse de mí en todos los sentidos porque lo merezco y bien que me lo he buscado.

… cuando te has quedado sin nada, y quiero decir sin NADA, no te importa dormitar sobre escombros o entre la mierda y que por ello no significa que lo seas, y nadie, nadie debe plantearse si mereces vivir o no. Sigan haciendo números señores y señoras. Y no, los que huyen no son culpables de haber iniciado ninguna puta guerra.

… no aprendemos nada de la historia violenta de los pueblos y repetimos hasta la saciedad sus mierdas. Que prefiero joderme por amor mil veces a que tú armes la guerra por dinero, poder, crudo o lo que coño creas más importante que los sentimientos y las personas.

… he de aguantar la respiración mientras rocío sobre mi cuerpo ese líquido infame antimosquitos que venden en ese super tan merca si no quiero morir yo en lugar del insecto en cuestión. Aún así no es la panacea, que se lo pregunten a mi piel.

… no por mucho madrugar amanece más temprano. Ni por muy pronto que me acueste más dormiré y mejor.

… los ex se cuelan en mis sueños sin que nadie los invite, quedándose tan anchos ellos y tan de mala hostia yo. Gracias a que al despertar no había vuelto a casarme con el mismo.

… no es verdad aquello de El que la sigue la consigue, y no me jodáis más con la cantinela todo pasa por algo, porque no es así.

… se puede encarcelar alegremente a una señora mayor, que construyó hace muchos años su casa en una reserva natural, por negarse a demolerla porque no tiene dónde ir, y por el contrario, si has edificado un bloque inmenso de hormigonaco en la misma línea de mar, pasándote por el forro de los cojones toda la ley ambiental, de costas, de la edificación y del buen gusto por el mero hecho de babear ante la pasta gansa que sacarás con el hotelazo y con el mamoneo de tus amiguitos del alma no pasará nada. El Supremo se va a pronunciar este mes sobre el Algarrobico. Señores, ya me pronuncio yo si eso. ¡Abajo con él, ya tardáis demasiado!

… por mucho Vincenzo Nibali que seas, si te caes de la bici y te enganchas a tu coche en carrera para recuperar el tiempo perdido por la caída, te vas de la Vuelta y no se hable más.

Esperanza Aguirre es el conejito casposo y cansino de Duracell de la política madrileña, da mucho asco y queremos que se vaya un poquito a la mierda.

… una Alhambra 1925 bien fría te hace perder el sentío de lo rica que está. Y que las cervezas con amigos saben y sientan mucho mejor.

… si tengo la regla no me puedo meter en las piscinas, no vaya a ser que contamine nuclearmente la zona y, por ende, a los bañistas.

… hay miles de películas que no he visto y miles de libros que no he leído y eso me provoca una ansiedad terrible, sea la estación que sea.

… hay gente eufóricamente feliz porque Pipi Estrada, esa gran figura del periodismo deportivo, los sigue en Twitter. ¿Por qué me sorprenden este tipo de cosas?

… el mejor presidente norteamericano sin duda ha sido Josiah Edward "Jed" Bartlet, un presidente de ficción, o sea, Martin Sheen pasados los años desde que regresara del infierno de la jungla.

… lo mejor que pueden hacer ciertos ex presidentes del gobierno es callarse la boca y seguir fumando su puro en su barco, ahí tan sencillo él.

… un jugador de fútbol puede ser contratado o puede que no.

…  como presidente del gobierno, nunca está demás dejarnos frases con enjundia, de esas que crean escuela, y se autoproclama sin pudor "Rey de las ruedas de prensa". Lo inaudito es que se lo cree. Fue el mismo que dijo que en España hay españoles y que los catalanes hacen cosas.

… nunca es tarde para descubrir un grupo musical que te encante y que los descubrimientos semanales del Spotify, últimamente son cojonudos. También que al explorar temas no tengo dudas si veo la palabra EXPLICIT en un gris muy claro sobre el gris oscuro de fondo, y cliqueo sobre ella, soy así, “too street”, como Idris Elba. Ya sabemos que a ninguno de los dos nos van a elegir para interpretar al próximo James Bond.

… en los quirófanos te enteras de todas las movidas de enfermeras y médicos, si hay anestesia local, claro. Hoy me he enterado de que la enfermera ha ido de vacaciones al norte y que su sobrino mayor ha sido padre tres semanas antes de lo previsto. El bebé se llama Mirel, todos están bien.

… que tengo tantas cosas que tatuarme que cuando tenga el dinero para hacerlo, cubriré al menos la mitad de mi cuerpo.


También he aprendido la palabra islandesa Draumstafir, que no se pronuncia como se escribe ni de coña y significa algo así como soñar lo que tu corazón desea. Algo de esto también me voy a tatuar.



martes, 25 de agosto de 2015

Estado Civil: Sedienta

Foto ©Ana Meca 

Me dijiste que sólo había treinta y ocho grados de separación entre tu taza de té y la mía y yo insistí en que lo calcularas otra vez, pues mis ojos sólo veían diez, no más. Dijiste que si el chico alto pedía té negro con especias y una ligera nube de leche de almendra nuestro contexto sería largo y  me dejarías probar toda la colección de infusiones que tienes en tu casa. Dijiste, dijiste y al final todo se quedó en nada, bueno, en un casi quiero pero no. “No”, lo que te gusta esa palabra.

Desconcertada, me quedé esperando que uno de esos días que siguieron a tu negativa me llamaras o algo, pero no hubo movimiento alguno que te delatara amante sino todo lo contrario.

Desencantada y sin nada en la mente más que a ti y las señales deambulé por casa varios días, las siguientes semanas me paseé por toda la ciudad buscando alivio momentáneo y algún té que llevarme a la boca, pero me hacía daño recordarte en esa bebida nuestra y enteras las tazas dejaba. Por algunas calles me venía el aroma del azahar y me acordaba de Esencia de Valencia —fresco elixir de primavera—, y entonces lloraba tu ausencia. Si me perfumaba con mi aroma de higuera, mal, pues el preparado de rooibos con hojas y frutos de ese árbol mágico me traía la imagen de nuestros encuentros, de los besos y de ese labio tuyo fas-ci-nan-te.

Me supera mi estado de angustia cuando veo tu nombre escrito en cualquier parte del universo terrenal, ese apellido común para un hombre que no me lo parece nada. Te deseo.

Quiero volver a catar té con los ojos cerrados y sacar todos los sabores encerrados en cada mezcla, reírme cuando no acierte una, o hacer trampas para robarte besos. Sorprenderte cuando cuente cosas que tú mismo desconoces y fascinarme cuando relates historias sobre construcciones pasadas.

Quisiera poder degustar té en cubitos deslizándolos por tu espalda, o por tu boca, y saborear las gotas frescas que en perfecta unión forman un todo rojizo que sorbo con placer. Te deseo estas noches tan cálidas de este verano ardiente.

Me gusta si me hablas, y más si lo haces mirándome a los ojos, tus azules en los míos, ¡qué perfección! Quiero té.

¡Mírame algún día hombre, que sigo siendo yo! No esperes a que llegue ese momento en que el té no te diga nada, no esperes a que los días se coman tu risa y la mía, no esperes más y ven. Sentémonos juntos en una terraza de la ciudad a tu vuelta y unamos tu signo y el mío formando una trayectoria en parábola; hagamos que las líneas que atraviesan nuestro eje central converjan en un punto o en una raya. Deja tu orgullo y yo dejaré de sacar punta a todo. Intentemos prestar atención a lo más ínfimo de nuestra existencia, o mejor, al tacto: tan básico, tan excitante, ahora tan imposible.

No puedo volver a beber té si tú no estás, eso lo sabes, porque sabes mucho de mí, incluso lo que no te he contado. Mi radar debió averiarse aquellos días porque creí en la conexión de las naves más allá de Reykjavík. Una pena que tras varios arrebatos nocturnos  todo se quedara en un simple choque lateral, apenas perceptible para ti, pero visible e intenso para mí. Algo sin importancia a lo que yo se la doy toda. Tú te enfadas en mayo y yo te escribo en diciembre, una tradición.

Vi estrellas errantes alumbrar la noche azul casi negra y desde el cenit me veo pedir deseos como una niña pequeña que repite siempre el mismo. Hago conjuros de amor a la luna con sabor a canela y nada. Alguien tiene que escucharme—pienso. Esto así no tiene ningún sentido, para qué todas esas señales. ¿Para qué?

En serio, sin espinas te espero. ¡Háblame muchacho! Ven y di qué debo hacer ahora con la rosa candida, que brotó en mi piel una noche de abril, y sin cuidarla nada, la flor no se marchita por muchos días que pasan.


Te lo diré como y donde quieras pero sin dejar de ser yo. Vayamos en busca de la aurora boreal, perdámonos entre la lava y el hielo, entre el musgo y las luces del norte.

Acércate otra vez y cuenta hasta diez mientras te bebo.

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Me gusta la luz a esta hora de la tarde, los pajarillos revolotean sobre el tejado de enfrente, se cruzan unos con otros en su vuelo de regreso a casa, hablan entre ellos cada uno en su dialecto y se entienden. Está cercana la puesta de sol y corre una brisa fresca que calma el espíritu. Quizá en un rato logre tejer unas palabras que me convenzan pues ando enfrascada en un relato sobre té que quiero enviar a concurso y que no se decide a salir del todo. Por momentos me supera y lo quiero dejar, pero al levantar la vista, aquí en la habitación desde la que intento escribir, miro ese póster que me dice que sí, ocurrió, y me vienes de golpe, con lo bueno y lo regular. Y me trastoca tanto que acabo escribiendo sobre ti y el té.

Es la sed, lo sé. 
Mientras escucho a Real Estate, sólo siento mucha sed.




martes, 11 de agosto de 2015

¡Otro verano más, qué pasa!

Lo que veo desde donde escribo ©Ana Meca


Lo admito desde mi silla frente al portátil y mis dos pantallas, tenía muchas ganas de que llegara la primavera y después, como es habitual, el verano. Dejar atrás los ropajes, los días cortos de luz y la sensación de tristeza-hastío de ver que no pasa nada, nada de lo que deseo, porque ocurren cosas sí, algunas horribles, otras no tanto.

Cada año, durante el invierno, olvido por completo que en verano existe el regetón a todo trapo, el profundo aroma J'o(eau)de(é)té de los que te cruzas y de los que puedes adivinar sin dificultad su última ingesta de alimento o bebercio; los tipos sin camiseta y chanclas comprando en el supermercado mostrándote su invierno matador en el gimnasio, y las gentes que te preguntan tipo mantra: ¿qué, dónde te vas de vacaciones? (aunque ellos mismos nunca jamás hayan salido del pueblo). Y yo mientras con barriga inminente tan sólo por tomarme unas birras con tapa. No me parece justo.

Me presiona mucho tener que divertirme porque sea verano y hacerlo con un cuerpo de escándalo. Para la mayoría resulta impensable que vayas a pasarte julio y agosto haciendo prácticamente lo mismo que has estado haciendo el último par de meses, esto es, viendo las ofertas de empleo, haciendo cursos gratuitos en universidades extranjeras online, ganchilleando, y por supuesto, leyendo y viendo series y películas en soledad. Y sí, veo a la gente que se lo puede permitir que se va y me alegro mucho por ellos, pero a mí ver tanta foto con la sonrisa puesta como si fueran colocados todo el día me carga un poco, no lo voy a negar.

Si no te diviertes en verano a la manera clásica, qué tipo de mierda eres, nena, que los días pasan y mañana podrías estar muerta… ¡Jodo petaca! Y eso me deprime mucho más de lo que ya estoy. Pero de pronto, la hija de un amigo canta una versión de Titanium y me acuerdo de escuchar esa canción yendo con mi pequebro a un curso de diseño web y son buenos recuerdos, y entonces me la pongo en spotify a su máximo y la canto hasta donde llego. Por un momento me siento estupendamente y me importáis un bledo todos y todo. 
Soy titanio, me siento poderosa.

Pero no nos engañemos, sigo siendo el mismo excremento que no va a tirarse una hora en un autobús para llegar a la playa donde al menos tendré que pasar seis horas sin nadie con quien hablar, con la tajante prohibición de tomar el sol hecha por la dermatóloga debido a la sensibilidad de mi piel y mis lunares. ¿Qué necesidad tengo? Me niego a eso, y también a ir a la piscina municipal donde encontrarme a mi vecina de enfrente gritando a sus hijos en un lugar diferente a la cocina de su casa. No hay escapatoria, todas son vecinas de alguien.

Siento si te molesta que no siga a la masa en su divertimento, siento si te molesta que en ocasiones me ponga a cantar con mis auriculares puestos y sólo escuches mi voz y no la base musical que podría tapar mi desastrosa entonación. Siento si te molesta mi soltería a ti,  hombre casado y con hijos, la vida que me ha llevado por ahí.

Seguiré blanca aunque a ti, que estás tan morena, te dé asco. Y es una  pena que este año mi hermano decidiera no llenar la piscina donde nado y floto día y noche los últimos veranos, una pena muy grande. Me habré vuelto exquisita dentro de mi ruralidad pero esas cosas me gusta hacerlas en la intimidad, ¡qué le voy hacer!
A ti probablemente te encante ir salvando obstáculos humanos dentro del agua y no poder dar una brazada, escuchar la playlist musical que lleva el de al lado en la playa donde estás apretujado contra otros veinte, sus toallas, sombrillas y más playlist; cortarte en el pie con la anilla de un refresco que una mente maravillosa ha decidido soltar del recipiente de un tirón y lanzarlo a la arena, la misma arena que se te mete en el ADN y ya nunca más se va hasta bien entrado el otoño. Salir del mar cubierto por algas, bolsas plásticas o rozarte con ese mojón que flota porque alguien ha tenido un apretón mientras saltaba olas. ¡Jajajajajaja, qué risa! No te envidio nada eso, a menos que tengas una casita frente al mar y puedas ir y venir cuando te plazca.

Siempre he sido más de veranos en el pueblo: pilón y manguera, ¡bendito inventor!, quiero una calle para el que se le ocurrió esa maravilla de la técnica.

Así que no me mires mal si no paso un verano tostándome al sol por todos los pueblos de la costa, saliendo todas las noche de cenas, bares de copas con una banda sonora inaguantable, y la discoteca mañanera. No me mires mal si no tengo un chalet propio donde irme, o no alquilo un apartamento en la playa. No pasa nada si no finjo ser feliz porque es verano, el universo sigue expandiéndose lo sea yo o no. Y si me preguntas cómo estoy lo mismo te digo bien para zanjar el tema, pero si me da por decirte mal, permíteme que esté de mala hostia y decirlo. El mundo me lo debe.

Sólo me dais mucho asco cuando viajáis donde quiero hacerlo yo, pero ya llegará el día en que yo dé asco a alguien por ello.

Sólo unas cuantas cosas más y acabo: si de repente cae una tormenta y me coloco bajo ella, vestida, y me mojo entera gritando y riendo perdóname si te parece una locura pero seguiré haciéndolo hasta que desaparezca del mapa. Y si deseo besarme con alguien como si no hubiera un mañana no me mires como si hiciera el ridículo porque ya no tengo veinte años, y tampoco me mires de esa manera acusatoria si me quito la camiseta en mitad de un concierto en un arrebato festivo. No le debo nada a nadie y esa es la libertad más grande, así que haré lo que me plazca en cada momento, como ahora que no quiero hacer absolutamente nada. Bueno, no, voy a ver una película que esta tarde-noche salgo por ahí de terrazas y otras cosas y mañana mi querida hermana de Sevilla, Mer, y yo nos desvirtualizamos por fin; viene a echar un ojo a la ciudad y otro a mí.

¿Ves? Aunque no esté morena pasan cosas que no están nada mal y lo puedo contar después de que el viernes pasado un camión invadiera nuestro carril queriendo hacer de nosotros el relleno de un sándwich con un tráiler que circulaba por la izquierda, un accidente de circulación que se evitó gracias a los reflejos alucinantes de mi hermano y la colaboración de los demás vehículos. Sí, todo esto ocurría mientras sonaba el cd de Mark Anthony en bucle, aunque sólo escuché a mi hermano llamar loco al camionero invasor, y lo demás, como en una película del espacio exterior, silencio absoluto. Después, un dolor muy fuerte de cabeza y mi cuerpo rígido sin saber cómo colocarme para estar cómoda. Así hasta llegar al destino.

Razón de más para que hoy me importe todo una mierda, porque sólo se necesita un segundo, ¿sabes? Uno sólo y ya.


Así que disculpa si me molesta que quieras imponerme tu canción del verano y te lo diga.