En un pequeño museo de Ponte a Ema en Florencia, hay una bicicleta que encierra una historia. Es la historia de la fuerza física e interior y también de la humildad de un toscano sencillo, elevado a héroe nacional tras conquistar el Tour de Francia de 1938 para gloria de Benito Mussolini, quien utilizó la hazaña del ciclista como demostración de la superioridad de Italia sobre el pueblo galo.
Esa vieja bici recorrió más de 300 km diarios por la Toscana en los años 1943 y 1944 pedaleada por Gino Bartali, un deportista atemporal, un hombre de hierro que vio congelada lo que pudo ser una carrera deportiva magnífica por una maldita guerra.
Nunca dejó de pedalear, y eso que se bajó de la bici cuando murió su hermano disputando una carrera ciclista, no queriendo volver a montar. Pero le animaron a que lo homenajeara subido a ella, la mejor forma de recordar. Y eso fue lo que hizo, subirse y seguir pedaleando con su fuerza bruta. Sus creencias católicas aumentaron tras este duro golpe de la vida. El beato Bartali se mostró humilde y generoso, lo cuentan todos los que se cruzaron con él, y una de sus máximas era: cuando haces un favor a un amigo no hay que contarlo, esas cosas se hacen y basta.
Eso hizo siempre: nunca contó nada a nadie. A Gino Bartali, considerado símbolo del Partido Nacional Fascista tras su gesta en el Tour nunca le importaron estas cosas de la política ni lo que pensaran de él, su discreción le ha hecho aún más grande.
Aquel niño de familia pobre, que empezó ayudando en una tienda de bicicletas, nació para andar pegado a una de esas máquinas. Su fuerza, la capacidad de aguante cuando el tiempo era adverso, (ya podían venir las lluvias, el barro, el polvo o esas etapas largas y asesinas). Pudo con todo, y sirve de muestra: Bartali ha sido uno de los mejores ciclistas del siglo XX, el sexto de cien para ser más exacto.
Pero no todo queda en las victorias deportivas, hubo mucho más.
Su época de esplendor quedó cortada por la contienda, fueron años negros en los que no había competiciones, por lo que resultaba extraño ver a un deportista entrenar por caminos y carreteras llenas de soldados en guerra. Pero, ¿quién iba a sospechar de un héroe nacional? Sus piernas y su corazón salvaron vidas gracias a esos supuestos entrenamientos diarios que lo mantuvieron en forma para conquistar Giro y Tour al acabar la guerra.
En 2003, tres años después de la muerte de Bartali, Andrea Nissim encontró casualmente el diario que su padre escribió en 1961. Giorgio Nissim, hebreo toscano, fue el cerebro de una red clandestina antifascista que, durante los años de la guerra, proporcionaba todo tipo de documentación a los judíos italianos y extranjeros perseguidos por el Régimen de Mussolini. En esos papeles del padre se detallaba cómo funcionaba esa organización de la Resistencia Italiana, ahí vio el nombre de Gino Bartali, uno de los últimos representantes del ciclismo clásico. La red necesitaba un correo que no levantara sospechas y Giorgio Nissim junto al obispo de Florencia hablaron con Bartali que aceptó sin dudar. Durante dos años pedaleó incansable con la excusa de entrenarse llevando escondida la documentación falsa en el manillar, bajo el sillín y en el cuadro de esa bicicleta que se exhibe en el museo.
Sesenta años de silencio y cuando se escribió ese diario todos supimos del valor humano del ciclista rudo de la Toscana. De sobra eran conocidas sus gestas deportivas (cuando no había coche de equipo ni quien te cambiara la rueda si pinchabas: eras tú y la bici contra los elementos), se recordaban sus espectaculares escaladas, los cigarrillos en actitud fanfarrona antes de empezar una etapa o los tragos a mitad de camino. También de su rivalidad con el joven Fausto Coppi, que llegó a dividir a Italia, y aún así unidos por una gran amistad, su mitad. Cuando Coppi murió, dijo que le faltaba su mitad.
Ahí queda esa fotografía mítica tomada en la 11ª etapa del Tour de Francia de 1952 en el Col du Galibier, cuando uno pasó un bidón de agua al otro; quien lo hiciera sigue sin estar claro, pero como diría Bartali, qué importa, esas cosas se hacen y ya.
Sello conmemorativo Coppi-Bartali, San Marino 2010 |
No soy un héroe, solía afirmar, yo sólo soy un ciclista.
800 vidas salvadas de una muerte segura en cualquier campo de concentración; si no eres héroe al poner tu vida en peligro día tras día para salvar a otros, se acerca bastante.
He terminado de leer el libro “Plomo en los bolsillos” de Ander Izaguirre y en uno de sus capítulos habla de Bartali y de Coppi que la historia unió para no separar jamás, y me emocioné. Un libro de andanzas épicas y otras no tanto que recomiendo si como yo te has entusiasmado con el Tour de Francia alguna vez.
Dedico esta entrada a mi amigo Peter con el que he mantenido charlas sobre ciclismo, Tour, dopaje, fútbol, Ájax, FC Barcelona, Johan Cruyff, Pippi Langstrump y cosas así.
¡Sigo deseando un maillot BIC!¡Él también!
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Estos son los que no se callan, y me encanta que así sea