No sé cantar, tampoco dibujar ni
escribir, y menos poesía. No tengo arte para nada, nada hay en mí que sea
excepcional. No soy emprendedora ni tengo fuerzas ahora para intentarlo, pero
nunca dejo de prepararme, de aprender, de mejorar. Es triste decir que no me
sirve para nada, pero es la verdad. Que se consiguen las cosas con esfuerzo y
porque las deseas mucho es una frase de mierda que, os digo ya que no funciona.
Quiero tranquilidad y paz mental y no llego a conseguir ninguna de las dos pese
a que cada año que comienza lo deseo con fuerza y predisposición. Paso rápido
de ser profesional imprescindible al no me vales sin previo aviso. Vivo para hacer frente a los pagos, nada más,
esa cárcel en la que nos sumergimos, muchas veces, movidos por las opiniones de
los demás. Facturas es lo único constante en mi vida, lo único que se queda
conmigo. El amor ni lo huelo y eso que dicen que está en el aire.
¿Qué clase de vida es esta?
Me hago mil preguntas cada día
desde que me lanzaron al desempleo sin piedad, y sólo me contesto unas cuantas
cuando tengo la seguridad de tener una respuesta aceptable. Una mañana estuve
buscando cuestiones tipo que te pueden hacer en una entrevista curricular. No
soy de preparar nada, porque cuando lo he hecho nada ha resultado como
esperaba, pero esta vez siento curiosidad y leo:
Si todos los trabajos tuvieran la misma remuneración y la misma consideración social ¿qué es lo que realmente te gustaría hacer?
Me gustaría ser bibliotecaria,
sin lugar a dudas y pese a mi alergia a los ácaros, esta fue mi respuesta más
rápida. Luego la amplié a trabajar en una librería, en un museo, de conserje
en un colegio o instituto, como lectora, también de coordinadora cultural o jardinera. Las
mercerías, tiendas de lanas y las papelerías me gustan.
Ante mi respuesta rápida, son
muchas las consideraciones a tener en cuenta:
¿Qué necesito, es suficiente con ser
lectora, amar los libros por encima de muchas cosas, ser recolocadora de los
ejemplares mal dejados en las librerías por las que paso, para trabajar en una
biblioteca? ¿Por qué Frank Capra nos pintó a la bibliotecaria como una mujer
soltera de espíritu medroso y asustadizo, con gafas, por su puesto, y vestida
como si acabara de colgar los hábitos? ¿Acaso no hay más hombres en el pueblo
de los que enamorarse que George Bailey, y acaso el oficio de bibliotecaria es
la tumba ineludible para la mujer sin opción al casamiento? ¿Por qué una mujer
soltera es menos mujer, o peor, una mujer acabada? ¿Tenemos derecho a vivir las
solteras o las divorciadas sin hijos? Cada vez que veo ¡Qué bello es vivir!, me
resulta más y más pueril y me enfado por todo esto. Me doy cuenta que en
Bedford Falls yo no habría conquistado el éxito, en Aldaia Hills, tampoco. Lo
veo en la cara de la gente cuando todavía pregunta si tengo hijos.
Retomando la película navideña, está
bien que el protagonista sea una bellísima persona y está bien cabrearse con el
cabrón de Potter (contra alguien hemos de echar pestes), pero que los antros
con música y baile sea como estar en la peor sala del infierno, no, eso sí que
no. Y conste que todo lo que le pasa por la cabeza a nuestro amigo lo veo más
que justificado: intentas hacer las cosas bien, sin hacer daño a los demás, a
costa de no hacer realidad tus deseos e ilusiones y al final, ves que el
esfuerzo no te sirve para mucho. Sí, que la gente responda ante una necesidad
del hombre que les procuró bienestar es genial, pero es un cuento de hadas. El
espíritu navideño es falso como los croma de Los Intocables, una máscara con la que se cometen
tropelías de índole “vamos a gastar aunque sea a crédito porque es momento de
regalar”. Regalar, la única forma en la que, al parecer, el ser humano puede
demostrar amor y cariño.
¿A estas alturas de la película, alguien cree necesario que en navidad tengamos que consumir sin medida? ¿No nos damos cuenta que nos pasamos el año entero celebrando todo, regalando y gastando más, y que la navidukkah es sólo el más grande y último cartucho del año para empeñarnos hasta las cejas? ¿Somos idiotas o qué?
¿A estas alturas de la película, alguien cree necesario que en navidad tengamos que consumir sin medida? ¿No nos damos cuenta que nos pasamos el año entero celebrando todo, regalando y gastando más, y que la navidukkah es sólo el más grande y último cartucho del año para empeñarnos hasta las cejas? ¿Somos idiotas o qué?
Hasta respirar me parece carísimo. Como caro resulta ver en la realidad una mirada de fascinación como la que Mary echa a George a cualquier edad. Te amaré hasta el día que me muera. Y la fascinación es mutua, un verdadero milagro.